Bebiendo al hombre de mar seco

 Almendralejo. Un sábado de agosto tan perdido como canicular; más de treinta grados de temperatura pasadas las diez y media de la noche. Y aparece un tipo que es tormenta; agua. Sube el pez todo espina al escenario. Diez mil personas bebiendo del hombre hecho de mar seco; del marido que ninguna madre —ni ningún padre— quiere para su hija. El tipo siempre desaparecido de radios y televisiones. El tipo que sale en tirantes, como el galgo más famélico, despeinado como si volviera de un largo huracán y que con solo levantar el puño cae un estadio entero. El tipo que cose corazones sin recetas y sin pretenderlo. Solo con canciones. Con ternura y berreos. Así nos invita a una especie de trance indescifrable entre los acordes y su voz desgastada. Un pedazo de otredad dulce, agrio, eléctrico, que se asemeja terriblemente a una felicidad de cicatrices abiertas y a una libertad perdida en un galope ciego. O un cóctel de ambos. Solo él sabe mezclarlo. Solo podemos darle las gracias y esperar a que vuelva de su próxima locura pronto.

Bruno Sánchez 

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