Chernóbil


 
Chernóbil se ha llevado a la pequeña pantalla en una miniserie de cinco capítulos enhebrada con una maestría imponente. Se trata de la recreación del accidente nuclear más devastador de la historia de este planeta. Un suceso que esconde una cantidad ingente de enredos, chapuzas y derroteros negros que lo hacen apasionante. Era arduo que la ficción superara a la realidad, a un acontecimiento que atrapa por sí mismo. Parecía imposible hacer un guion que superara y cumpliera las expectativas de un suceso tan desgarrador e impactante. Pero lo han conseguido. Chernóbil es una dolorosa obra maestra. 

Craig Mazin jugó sus cartas perfectamente. La miniserie fue creada por él, y a pesar de que existen recodos ficcionados, la milimétrica verosimilitud prevalece. Tampoco debemos dejar escapar las interpretaciones de los actores que le dan vida a los personajes. Jared Harris (Valeri Legáscov) está soberbio, magistral. Se muestra con una naturalidad aplastante. La serie se abre con él, con un principio enigmático que es un final. Stella Skarsgard (Borís Scherbina) le da una hermética sobriedad, curtida y creíble, al papel de funcionariado. Y Emily Watson (Ulana Khomyuk), quizás la actriz con más renombre de la trama, que interpreta a una física que indaga hasta lo imposible los porqués de la explosión. Sin olvidar los papelones de Con O'Neil (de las mejores interpretaciones, a pesar de la brevedad), de Jessie Buckley y Paul Ritter. 

Los personajes en la serie son extremadamente creíbles, realizan un papelón tremendo. Además, la ambientación de Chernóbil, de Prípiat, de aquellos años ochenta, es una genialidad. No te da la sensación de que estés viendo una ficción. Te lo crees. Es una gozaba el comienzo de la serie, la sucesión de planos, como Legáskov hace las misteriosas grabaciones en casetes, dando testimonio de lo sufrido y acaecido, en un 
humilde y desangelado piso donde flotan la soledad, la penuria y el humo del tabaco a partes iguales. Después nos entrometemos en la central nuclear, con un flashback que nos transporta directamente al desastre.

La serie bebe del libro Voces de Chernóbil (2015) de la Nobel Svetlana Alexievich que fue testigo directo del fatídico acontecimiento. La obra de la bielorrusa, en estos momentos, es un superventas asegurado. También recomiendo el documental que hizo Iker Jiménez, La noche del fin del mundo, del 2008, maniobrado con mucho cuidado y sutileza.

La jugada de Mazin posee varios ases. Nos deja en vilo, aguanta muy bien la tensión, que se mastica. Se fuma por los codos. La imagen y los silencios ocupan parte del protagonismo. Pero no solo asistimos a los entresijos que hubo en la propia central nuclear con los trabajadores, sino que vemos las altas esferas, la incompetente marabunta política y el desastroso funcionamiento de la Unión Soviética; la burocracia excesiva e inútil, la incompetencia e inoperancia de sus políticos, desde los principales responsables de la central nuclear hasta los cargos bajos, medios y altos del aparato. Todos evidencian la inopia e ineptitud de aquel estado de chatarra totalitaria. 

Tras la explosión del reactor, somos testigos del caos y de la ignorancia y de la angustia. Nadie sabe qué hacer mientras la radiactividad campa a sus anchas. En ese primer momento, los fantoches deshilachados sueltos del gobierno solo tenían una preocupación en sus ceños fruncidos; que el desastre de Chernóbil no saliera de sus fronteras, que no ensuciara la imagen de la URSS, ni la de su modelo nuclear. Un modelo impoluto, de cara a la opinión pública, hasta entonces, pero que había sufrido ya varios reveses importantes en esa misma central (con las pruebas de resistencias) y en otra central del mismo tipo. El historial de erratas quedó clasificado, enterrado, guardado bajo siete llaves. Se evidencia el primer plano de un Estado furibundo, colapsado, desactualizado, alienado. Nadie da la voz de alarma. 

La imbecilidad y la falta de escrúpulos provocaron que un accidente de categoría mundial dejara miles de víctimas inocentes por el qué dirán. Se envenenaron sin remedio, por la cobardía, por la idiocia de sus gobernantes. Miles de personas sufrieron las consecuencias; muertes extenuantes con dolores terribles. Gracias a la bajeza de sus políticos, por el miedo de lo que pudiera decir la prensa extranjera, por no dejar a la intemperie las vergüenzas.

Las noticias de aquellos días, del 26 de abril de 1986, y de los días posteriores, salían a cuenta gotas. La orden estaba clara; silenciar y tapar el accidente. La Unión Soviética vendió que se trataba de un simple accidente, rutinario, trivial, que todo estaba bajo control, que no había por qué alarmarse. Sin embargo, desde Alemania, Finlandia, e incluso Reino Unido, se dio la voz de alarma porque detectaron unos índices de radiación extraordinarios. Y las mentiras del aparato volaron por los aires gracias a su acérrimo enemigo histórico. 

La fotografía que consiguieron realizar los Estados Unidos, que dio la vuelta al mundo, confimó el auténtico desastre de Chernóbil; un reactor había reventado, se encontraba abierto de par en par, ardiendo y expulsando una cantidad inimaginable de radiactividad. De hecho, resulta muy llamativo ver los diarios, incluso en España, de aquellos dias, porque te das cuenta de cómo funciona el aparato mediático, de la estrategia soviética. Las primeras noticias filtradas hablan de un intrascendente escape. 


La instantánea americana no era una simple fotografía, era una incomensurable victoria ideológica e internacional. La respuesta más contundente que pudieron dar los EEUU, en esa tensionada Guerra Fría que ambos países mantenían, para que la URSS perdiera la poca credibilidad con que contaban. Desde ese momento empieza el desalojo de Prípiat, los aspavientos y las prisas. Se focaliza Chernóbil como prioridad nacional y ponen todos sus esfuerzos (sobre todo, capital humano) en taponar aquel infierno radiactivo, costase lo que costase, porque aquella boca del Averno no dejaba de contaminar.

El desastre de Chernóbil visualizó y viralizó el desastre y el estercolero que era el bloque soviético. La Unión Soviética agonizaba, era un cadáver político, y su final y desmembramiento era irrefrenable. Este fue un golpe letal que precipitó los acontecimientos, que desembocó en la simbólica caída del muro de Berlín. Así lo afirma el mismo Gorbachov. Tres años después de la mayor tragedia mundial, la URRS desaparece para siempre, por méritos propios.

Nada hay que descredite más que las mentiras y ver la cara descubierta de la incompetencia, la dejadez, la ridiculez y la realidad de tus gobernantes. El Kremlin camuflaba los datos, engañaba a su pueblo, censuraba las informaciones importantes, las menos importantes y las banalidades, y arrinconaba y encarcelaba a aquellos que pugnaban por sacar, no ya la verdad, sino una parte de ella, lo que realmente suponía la explosión de un reactor nuclear. Gorbachov reformó, actualizó y afrontó una política aperturista, pero el Bloque de Estados Soviéticos tenía muchas manos corruptas. La URSS jadeaba. El capitalismo le había ganado el partido al comunismo. Pese a todo, el líder soviético fue una de las pocas piezas que se salvan del derrumbe. Puso en marcha todo el mecanismo del Estado para cortar y minimizar los daños de Chernóbil, aunque cuando comienza a recibir información veraz, y es consciente del verdadero desastre, del mare magnum, y por tanto, empieza a tomar medidas, se habían malgastado demasiadas horas mareando a la perdiz sin cabeza. La caída de la URSS no fue una casualidad, ni un golpe tremendo de mala suerte; fue fruto de la política podrida soviética. Chernóbil pudo haberse evitado. 

HBO ha dado un golpe encima de la mesa con Chernóbil. Con la nueva apuesta del canal americano volvemos a recordar que en las grandes desgracias hay miles de héroes anónimos que lucharon en la clandestinidad, jugándose el pellejo, esquivando a la sectaria KGB, a un funcionariado hermético e insensible, colocado a dedo, por el amiguismo (en la serie vemos varios casos flagrantes). Los primeros bomberos, por ejemplo, que fueron a apagar el fuego, fueron a ciegas, a ignorancia llena. Eran moscas intentando silenciar a soplidos el grito del fuego de mil bombas. Los mineros y los liquidadores hipotecaron sus vidas para ponerle el punto y seguido a Chernóbil (no habrá un punto final hasta dentro de miles de años). Estos héroes nunca salieron ni saldrán en la foto. Como en otros largos etcéteras de casos. Muchos cayeron o desaparecieron sin pena ni gloria, como el propio Legáskov, un brillante físico al que la KGB marginó dejándolo sin recursos, sin movimientos. Otros terminaron apilados en campos de concentración, o en campos de trabajos forzados, o en las fosas de cunetas de caminos perdidos. ¿Y todo por qué? Por sacar la verdad, por intentar sacarla. Por destapar las miserables verdades de su país.

B S  


Comentarios

Entradas populares