Mucha Gente Pequeña




Acercaos al precipicio, les dijo. No podemos,
tenemos miedo, contestaron.
Acercaos al precipicio, repitió. Se acercaron.
Él los empujó… y empezaron a volar.                            
GUILLAUME APOLLINAIRE

Hace tres años, junto a la isla italiana de Lampedusa, naufragó uno de esos barcos que intentan escapar de la miseria, cruzar el Mediterráneo, llegar a la tierra prometida, al paraíso idealizado, con una ilusoria y desbordante ilusión. El fin, el de siempre: abordar una nueva vida, alejarse de las lonas que cubren de desgracias a ese continente ubicado al sur de los sures, a África. Allí donde se establecen incluso diferencias entre el Más Hambre y el Más Hambre Todavía; el Tercer Mundo y el Cuarto Mundo. Una catalogación por la parte baja de la tabla clasificatoria que evidencia que el hambre posee ensanches a gran escala y reinos tan asegurados como hipotecados ―y con ello, desequilibrios, dictaduras, saqueos, ignorancia a manos llenas, y corrupciones para los próximos años―.

Aquel día, volviendo la vista, a la isla italiana, más de trescientas personas fallecieron ahogadas. El barco repleto, con más de 500 emigrantes  ―de los cuales, solo 155 consiguieron salvarse―, fue ignorado por los barcos pesqueros y militares, italianos y malteses, por el miedo a las represalias, por la inoperancia. O quizás, estos, acostumbrados a tales escenarios, tenían la piel curtida, apática, y lo dejaron pasar con una inercia fría y escayolada, como un gafe más del oficio, o esperaron a que se ocuparan de los náufragos alguna embarcación de las distintas ONGs que vigilan el Mediterráneo. O quizás, se vieron saturados, sin tiempo para actuar. Muchos no quisieron mancharse las manos, porque en una de las cuerdas, en este tira y afloja, de leyes y derechos y obligaciones y libertades, se encuentra una ley criminal que muerde a aquellos que ayuden a rescatar a los africanos; más técnicamente, a los ilegales. ―Es una cuestión de papeles, según la burocracia―. Ante la indiferencia, los emigrantes decidieron optar por un golpe desesperado, irracional, cortar por lo loco. Le prendieron fuego al barco, para ver si así, recibían, ya no ayuda, sino un mínimo de piedad, un mínimo de consideración, de humanidad, un rescate.

La hipocresía tiene muchas caras B, se camufla con astucia. Los tripulantes de los barcos asistieron atónitos al fatal desenlace, hubo movimientos desde Lampedusa, cuando ya era demasiado tarde. Como tantas veces ocurre, triunfó la indiferencia. El fuego no sirvió de nada, salvo para precipitar los acontecimientos y focalizar el cataclismo en las televisiones. Los hundimientos no sirvieron de nada. La escena se repite cada semana y el verso de Serrat a fuerza de desventuras, tu alma es profunda y oscura cobra otros tintes. Durão Barroso, por entonces presidente de la Comisión Europea, declaró que “nunca olvidará la pila de ataúdes” en el aeropuerto de Lampedusa.

Solo te deseo
que tu mierda cobre vida
y te dé un beso…
JOSÉ MIGUEL CONEJO

La hecatombe de Lampedusa llevó a Europa a replantearse la situación sobre el Mediterráneo con un nuevo proyecto de maquillaje, el Mare Nostrum, para intentar paliar la sangría continua de náufragos, para paliar los fatales desenlaces de las pateras y los cayucos, taponar a las mafias que se esconden detrás de toda esa desesperación. Lo que más duele, lo que más muerde, es que siga existiendo una parte de la población insensible, indiferente, ajena. Esa parte que está ciega de fútbol y berreo, más pendiente del peinado de CR y de los expulsados del reality sincerebrista de Gran Hermano. Esa parte fanática y vacía, atiborrada de rabia, frustración e intolerancia, que suele estar subido en los pedestales de un patriotismo chatarrero, en un machismo primitivo, y que le da la espalda a los que más sufren, e incluso, algunos no dudan en burlarse de ellos. No hay rebaño sin pastor, y todas esas ovejas sincerebristas, que por suerte, son pocas, tienen a sus pastores. Líderes xenófobos que a veces pisan los parlamentos nacionales y europeos, donde suelen mudar y edulcorar los mensajes, para que no les tilden de racistas, para seguir recibiendo los fondos, porque por dinero sí se arrodillan. Solo los resbalones les delatan. De cuando en cuando vemos alguno. Como el del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, que se niega a acoger refugiados, pero que no le tiembla el pulso a la hora de despilfarrar 12 millones de euros en su propaganda nacionalista, para promover el “no” a los refugiados, en un referéndum que ha sido invalidado porque no votó el 50% de la población húngara, el mínimo exigido. Los 12 millones de euros que ha malgstado podrían haber servido para ayudar a los refugiados. Pero eso sería demagogia. La ignorancia puede distorsionar cualquier realidad, llevar al rebaño a un terreno de pastos y conformidades. Solo necesitas a un iluminado convencido, a perros que ladren, y hordas de oyentes acartonados, con mucho estómago, ovejas que solo perciban el pasto que les dan, que gocen del rebaño. Solo en los últimos dos años han naufragado más de 12000 personas en el Mediterráneo.

Ante las atrocidades tenemos que tomar partido.
El silencio estimula al verdugo.
ELIE WIESEL

No existe una solución cortoplacista para frenar los cronómetros de las desigualdades, ni existirá nunca un planeta ideal y perfecto, porque somos imperfectos, avariciosos y egoístas, del mismo modo o más, que somos solidarios y generosos. Y esto predomina en las posturas políticas y en los dominios fácticos de la economía, que desean que el mundo se mantenga en sus desequilibrios permanentemente, por su interés particular. Pero al menos, para comenzar, podíamos dejar de mirar para otro lado, y retorcer los brazos para que se den a torcer, molestar. Ayer, el documental de Évole, Astral, nos mostró lo que ocurre en el Mediterráneo, desde dentro, para que seamos testigo de la fatalidad de muchos seres humanos.

El problema de las migraciones es una traba insalvable para las sociedades occidentales. La parte que nos concierne, que nos toca, nuestra capacidad de actuación, es limitada, y para equilibrar la balanza, tengámoslo presente, a nosotros, a los países del norte, nos tocaría perder un pedazo de nuestro estado del bienestar. Por eso, unos entienden que los desequilibrios existentes conforman la condición sine qua non podríamos mantener los equilibrios norteños. Justo ahí, es donde siempre se clavará la bandera, se construirá un muro, una valla, para salvaguardar las ventajas, separar los modos de vidas, los problemas. Pero no nos olvidemos que occidente pugna por el estado del bienestar, y el sur, por la supervivencia. Si uno repasa los datos de las desigualdades, se encuetra datos escalofriantes, se da cuenta de que queda mucho espacio para repensar las cosas. Por ejemplo, por poner, por dejar uno encima de la mesa, el gasto militar de Estados Unidos es el mismo que todo el PIB de África. Alguna variante podríamos introducir en la ecuación de la desigualdad.

Mucha gente pequeña,
en lugares pequeños,
haciendo cosas pequeñas,
puede cambiar el mundo.
EDUARDO GALEANO

Bruno Sánchez

Comentarios

Entradas populares