TRESCOMENDACIONES (IV)

        
TRESCOMENDACIONES (IV)

Nueve Vidas (2005)

     Esta película es un collage. El director y guionista, el colombiano Rodrigo García, eslabonó una propuesta con altas dosis de tensiones. Arriesgó. Y no salió mal parado. No le perdió el pulso. El resultado final aparca lejos del chantaje.

Se muestran en ella nueve cortos, nueve vidas. Nueve mujeres como cabezas del cartel. Nueve historias en donde los personajes se cruzan y entrecruzan. Una amalgama que le aporta un ritmo dinámico, una cohesión dispareja que pocas veces se ha avistado en el cine, tan arraigado en el bloque secular en donde predomina un protagonista y varios personajes secundarios. Aquí los roles se desvirtúan, el protagonista de una de las nueves historias principales aparece, antes o después, como secundario ―y en ocasiones, como terciario― en otra. Guardando las distancias pueden observarse ciertos paralelismos en cuanto a la composición con la oscarizada Crash (2004), del canadiense Paul Haggis ―una película asombrosa también, sin desperdicio―.

En Nueve vidas (Nine Lives) hay tacto y maestría. Las diatribas están estrechamente conectados con el pasado; un pasado omnipresente, aún sin cerrar. Son historias que respiran calle, barrio. En ellas encontramos un abanico emocional interesante. Se aprecia el cuidado, el detalle, la apuesta por ofrecer algo diferente. La película nos plantea encrucijadas que nos abren los ojos ante la incierta y correosa realidad, ante ciertas circunstancias que pasan desapercibidas, que sobrepasan y superan lo imaginable, en ocasiones, y que, sin embargo, están más cerca de lo que pensamos. Solemos vivir en una burbuja aclimatada y nos solemos olvidar de que el mundo es un lugar que no vive, exclusivamente, en el color rosa. Porque hay rosas, sí, pero como todas, repletas de espinas. Tampoco hay en Nueve Vidas alegato político o feminista, aunque sí pueden sacarse varias lecturas sociales, lecturas sobre el mundo en que vivimos.

Tanto Times, como New York Times, consideraron que es una de las diez mejores películas del 2005. Nueves Vidas es un drama con muchos quilates, un acierto cinematográfico.


Máscara (1985)

     Ahora, en las carteleras, cuelga el póster de una película hollywoodiense, Wonder, que destila “toque de fibra” junto a cierta comicidad entrañable. Todo esto es una suposición, porque no la he visto, pero a vista de tráiler, se divisa un trato muy edulcorado. Una película familiar con final feliz. Esta apuesta de Stephen Chbosky nos lleva una a la vida de un niño que nace con una extraña enfermedad que le deforma la cara. En ella hay un reparto de altos vuelos Julia Roberts y Owen Wilson son los padres. La película se basa en el libro de la escritora Raquel Palacio, Wonder, que vio la luz en el 2012. En este drama azucarado, atemperado en donde se puede intuir y evidenciar, detrás del tinglado, a una de esas familias americanas prototípicas, con casa con jardín, swing de fondo, en donde casi nada desentona, encontramos a una familia que trata a “Auggie”, el protagonista, con amor y cariño.

La película Wonder nos pone en una tesitura complicada, en el momento en que el chaval tiene que ir al colegio e integrarse con los demás niños. Tiene que hacer frente, él solo, a la realidad, a su cara monstruosa, a las reacciones de los demás niños. Debe enfrentarse a esa maldad primitiva que poseen algunos niños. Pero no es esta película la que quería comentar aquí.

Hace unos años ―demasiados, a decir verdad vio la luz una película que sale del pasteleo hollywoodiense actual, Máscara (Mask), basada en hechos reales. Me impresionó muchísimo cuando la vi por primera vez cuando tenía trece o catorce años ―casi la misma edad que presenta el protagonista―. La película te pone en la piel de un adolescente que sufre displasia craneodiafisaria, una extraña enfermedad que hace que los huesos del cráneo crezcan desproporcionadamente y que da lugar a que el sujeto presente una cabeza agigantada y deformada. Y para mal de males, "Rocky", sufre continuos dolores de cabeza. Pero el tipo tiene una personalidad encantadora, es inteligentísimo, desaforadamente enrollado, con los sueños, las esperanzas y las expectativas típicas de cualquier adolescente.

El director, el neoyorquino Peter Bogdanovich, que ofrece un dilatado y variado currículum como director, actor, escritor y crítico, supo manejar los mimbres. El actor protagonista, Eric Stoltz que ha interpretado a lo largo de su trayectoria a varios personajes desequilibrados e inadaptados, deslumbra. Cher, la archiconocida cantante, que interpreta a la madre de "Rocky", llena la pantalla. Ambos intérpretes estuvieron nominados a los Globos de Oro por sus trabajos. Máscara fue galardonada con un Óscar, en 1996, por el mejor maquillaje.

"Rocky" es un chico vive solo con su madre en una ambiente un tanto inestable ―que no deprimente― en donde se fusionan moteros, alcohol y un controlado desenfreno. Y aquí piso el freno, ya que no me gustaría revelar mucho más de este filme. 

En Máscara encontramos una verosimilitud muy lograda, con brotes viscerales, vivazes. Retrasmite la cara A y la cara B, muestra las idiosincrasias y las durezas de un adolescente que tiene que aprender a vivir con una careto monstruoso en los ambientes, a veces soez y cruel, del instituto. No hay connivencia; "Rocky" sufrirá los estragos, pero le queda un margen que le permite esfumarse de los dominios del dolor y la amargura.

Una película fantástica que, como ocurre con Nueve vidas, nos hace más humanos.



Léolo (1992)

     Se trata de una película canadiense que contiene mucha literatura, y también, mucho surrealismo. El periodista Pablo Kurt la definió con adecuado acierto como “insólita, cruda y violenta poesía cinematográfica”. Y todo esto a pesar de que, el propio director y guionista, comentó que fue una película con mucha improvisación, que se fue construyendo y solidificando a medida que se rodaba, que germinó a partir de unas ideas humeantes, extravagantes, básicas, escuetas, con unos exiguos argumentos enmarañados.

Pero el cine no es literatura. Igual que puede hacerse un estropicio de una gran obra literaria, puede darse la paradoja de que ocurra todo lo contrario en la inversión; que el buen hacer de actores, productor/es y director, consigan hilvanar una película espléndida. Literatura y cine son dos lugares bien diferenciados, que pueden vincularse. Pero en esencia, difieren tanto en sus metas como en sus propósitos. La literatura solo puede recurrir a la palabra, y parte de ella, es intelecto puro. El cine juega con un amasijo mucho más amplio de posibilidades.

Del director y guionista, Jean-Cluod Lauzon, poco se sabe. Aparte de Léolo, intervino en un par de trabajos audiovisuales sin repercusión. Y rebuscando en los devenires de los actores que trabajaron en la película, más de lo mismo. Léolo es un grata rareza en el universo del séptimo arte.

Hay en Léolo mucho imaginario ingenuo también, propia de otras ficciones que somete a los personajes a un clima recargado con demasiada fantasía. A veces llega a lo ridículo, a lo caricaturesco. Una sobredosis de ficción que no desentona, como ocurre en Amelie, o como puede apreciarse en Matilde, por ejemplo, que son dos grandes películas con las que Léolo comparte universo cinematográfico. Aunque en Léolo se respira un aire más cínico y enrevesado. 

Las escenas tienen un tratamiento excepcional. La película engancha y entretiene. Se trata de una ficción que nos trae la vida y la mirada de un niño que vive en una familia atípica y gris. Una familia de la que quiere fugarse y que provoca que Léolo se escude en su imaginación; una imaginación desbordante, una imaginación que le da refugio, que le ayuda a huir de una vida sin registro, desmoralizante.

BS

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