8 de marzo
8 de
marzo
El
feminismo es la ideología, el tsunami, que va a arrasar el siglo XXI. Asolará, más pronto que tarde, a todos los diques, a sus secuaces, a aquellos mentecatos que
intentan aferrarse a una tipología vital, con y para la mujer, en blanco y negro.
El
feminismo conformará una parte muy importante del epicentro de todos los movimientos políticos y
sociales, será el que más va a transformar, el que más va a influir en cambiar este
descolorido y desequilibrado mundo en que los hombres son los que están a los mandos y a los volantes. Solo hace falta poner los ojos en modo panorámico para
percatarse de lo que está acaeciendo, de la que está cayendo, de todas las
que han caído por el camino. Con quince minutos, no hace falta más tiempo, cualquier
crápula que se tercie, atisba a ver y comprender que la supremacía de la
virilidad, la arrogancia, la testosterona, solo tiene sentido, aún, en las
películas de acción de Hollywood. Allí donde el héroe bendito y musculado de turno, y con las neuronas justitas, sale
ileso de las miles de balas y explosivos y coches volando. Y hay final feliz, un beso con la parienta que corre entre el fuego para abrazar a su macho, sin venir a cuento, para subrayar la épica final. Esto es solo un ejemplo. Si lo observas
detenidamente, redescubrirás que hay miles de cifras, miles de circunstancias, miles
de micromachismos, en el día a día, que dan viva cuenta de la realidad desigual
que sufren las mujeres. Para recriminarlo no hace falta ser una mujer, solo
se necesita un mínimo de empatía.
Ellas,
a lo largo de la historia, han estado infravaloradas, arrinconadas,
sin voz ni voto. En el escalón de abajo; en la casa, en la cocina, cuidando de
los niños y fregando. Ahora las cosas están cambiando y no hay marcha atrás. Aquí
no hay freno que valga. La igualdad entre los hombres y las mujeres no es un
antojo, es pura inercia. Un derecho que, con todo, está escrito,
oficiosamente, en los papeles, pero que se desvirtúa, se rebaja, se desmantela y se pierde por atajos y
vericuetos.
El
feminismo es una lucha, una reivindicación, un movimiento que quiere atajar y
contrarrestar las grietas de una sociedad que avanza a distintas velocidades. Si
eres mujer en occidente, a pesar de todo, a pesar de las trabas y las
zancadillas, puedes darte con un canto en los dientes. La sociedad patriarcal
en el resto del mundo, en las áreas subdesarrolladas o en vías de desarrollo, solo evidencia la doble vara de medir que se asienta
sobre unos y otras. En esos lugares la mujer es pura mercancía, un objeto. No vale nada. La religión y las cacicadas políticas y autoritarias, han alimentado falsas creecias, prejuicios, y han dejado que los ríos de tintas machistas acabaran desembocando en el papel intrascendente de la mujer.
El
feminismo no es la cara b del machismo, como muchos imbéciles pretender vendernos.
El feminismo no nace de la rabia, del odio o de la ira. No es una venganza, es,
simple y llanamente, un ajuste de cuentas, en su sentido literal. Es una
respuesta al deseo de crear y construir una sociedad nueva, igualitaria y equitativa. Una sociedad mejor, entre todos,
y no solo entre los hombres. Una sociedad que vaya acorde a los kilómetros que
están presentes en el contador de la Humanidad, que deambula por una autopista llena de diatribas.
Los
curas, los fachoides y fastizoides, los bocazas machistas y cantamañanas
patrioteros, que salen alardeando de que las huelgas y manifestaciones del 8 de
Marzo están politizadas, contaminados ideológicamente, tienen razón. Para
empezar, estos seres grises, tristes, abyectos, caducos y rancios, deberían
haber vivido en el siglo XVII. O quizás deberían compartir la cueva con los neandertales
(porque en la cueva de Alí Babá (la cueva del PP) no cabe un corrupto más). Vagabundean
a contracorriente, desubicados. No entienden los aires de cambios de los nuevos
tiempos. Por eso mismo son unos amargados. Nostálgicos de un
tiempo que se larga para siempre, que no volverá jamás. También hay mucho
misógino encubierto, frustrado, como seguramente habrá muchas mujeres que odian
a los hombres y que utilizan la voz actual del feminismo para sobrepasarse. Para
hacer ruido basta con hacer ruido.
No
deja de resultar arbitrario y tendencioso, que el político de turno, salga
ahora a abanderar un movimiento en el que nunca se ha inscrito y del que nunca
se había acordado. Aunque más vergüenza dan si cabe, aquellos que se escudan en
tópicos ultraconservadores, que parlotean ante sus rebaños mensajes inocuos,
como que el feminismo es innecesario, que el feminismo es para radicales, para
“feminazis”; que el diablo es feminista…. El cura de turno que lleva encerrado
veinte años en una iglesia, mustio como él solo, defendiendo desde el atril,
cómo debemos vivir, con una mano en una biblia del siglo XIX, que las mujeres
no deben abortar, que los anticonceptivos corrompen el espíritu, que el sexo
destinado al placer, y no a la procreación, es un acto perverso, que la familia
es heterosexual o no será, que hay que quererse y procrear como dios manda… y
lo dice un cura, lo dice Munilla, desde San Sebastián, para ser exacto. La voz de un representante de la institución eclesiástica, en donde, curiosamente, la mujer es un cero a la izquierda.
Detrás
de todas las retóricas y verborreas sobresale una falta de realidad y de
solidaridad que abruma. Una ceguera absoluta que les impiden tomar conciencia
de la realidad de las calles. Son tipos que no van a tolerar cambiar una coma
de sus transfigurados pensamientos. Los fanáticos no cambian nunca de opinión, por eso son fanáticos. Estos
carcamales añoran un mundo que no existe, una distopía en la que el tiempo no
corre hacia ninguna parte, en que el hombre sigue siendo quien lleva los
pantalones, las razones, las veletas. Un lugar donde la mujer sigue siendo una
costilla.
El
feminismo es una reacción contra esa calaña conservadora y desfasada que sigue
desenfocando la realidad y tergiversando las mentiras para barnizarlas en
medias verdades. Y sí, el feminismo es progresivo, social. Y es que las mujeres
trabajan lo mismo pero ganan menos. La gran parte de los altos cargos, de las
élites empresariales y políticas, la ocupan los hombres. Y esto es aún más
fragrante en los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, en donde la
mujer seguirá siendo la nada al cuadrado durante muchos lustros.
El
feminismo no es la cara b del machismo. El machismo mata, el feminismo lucha.
BS
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