El 2017 se lo comió un musical: 'La La Land'
El 2017 se lo comió un musical: 'La La Land'
La película del 2017, la que ha roto todos los esquemas, es un musical, una confabulación exquisita de Damien Chazelle, en donde los intérpretes protagonistas son dos de los gigantes del momento: Emma Stone (deslumbrante; poderoso todoterreno) y Ryan Goslin (pasable; bici sin sillín)
La
intrahistoria fue la siguiente: hace unas semanas en OT (sí, ese programa lleno de personitas que revientan canciones) versionaron “City of starts”.
Mi hermano me habló de esa actuación. Busqué el tema, tenía swing. Paralelamente, casualidades de la vida, parloteé con una amiga
que acababa de ver la película y que estaba entusiasmada. De ahí, desemboqué en la B.S.O.
de La La Land. La escuché, y, todo
hay que decirlo, me agradó.
La entusiasta Pájara que da cuerda al mundo
(amiga) me recomendó que la viera, y sin que viniera a cuento, o quizás sí, me regaló
el DVD. No he sido nunca de musicales, creo que todas tienen un desaforado
optimismo con el que no suelo encajar. Aun así, me llamó la atención ver en la
dirección (y en el guion) a Damien Chazelle, quien sembrara cátedra con la lograda y agobiante Whisplash (2014). Y, como es obvio, la
ganadora de siete Globos de Oro y seis Oscars en el 2017 (en donde se incluyen apartados
tan potentes como Mejor Director, Mejor Actriz, Mejor Fotografía y Mejor
Canción Original, aunque en esto de los premios y de los focos suele confeccionarse
muchos intereses que no siempre coinciden con lo estrictamente cinematográfico),
algo sólido debería de tener.
Se trata de una película que ha levantado amores y
ampollas, casi a partes iguales. Es la película que ha encabezado los cuchicheos
del 2017. Los Oscars, sobre todo, más que las estatuillas en sí, son unos altavoces con los que casi nadie está de acuerdo al cien por cien, pero que se tienen, excesivamente, en consideración.
La
película, a pesar de ser un musical, no abandona a un segundo plano los
diálogos y el argumento. Más bien, podríamos comentar que se trata de un
romance musical con retales cómicos. Lo que prima es la narración, los
acontecimientos, la acción. La música está presente y omnipresente. Las canciones y los bailes no son abusivos, no coartan la linealidad de la trama, no hay asaltos con interrupciones abruptas. Todo va acorde. Por
supuesto, a los que busquen una originalidad aplastante, ya pueden desertar, irse
a acostar. En La La Land tropezamos
con el típico romance hollywoodiense de chico guapo y chica guapa que se conocen
tras una serie de debacles, desdichas y contratiempos amargos. Y sabemos que
están destinados a encontrarse (spoiler por la cara).
Las
canciones sostienen la película con dignidad y hasta con elegancia. Hay tres o
cuatro canciones que están bastante logradas. La canción de entrada “Another
day of sun”, nos pone en tesitura (estamos en un musical con altas miras); un
atasco que acaba en desmadre, las caras de debacle de los conductores dan paso
a una loca desbandada. Todo se llena de Broadway, de alegría, de faldas y tambores, de bailarines
y piruetas. Aparecen cantantes por diestro y siniestro, más saltos y volteretas.
Felicidad absoluta. “City of starts”, quizás la más icónica, es una apuesta
segura, con el jazz como mimbre. Un tema a piano y voz, que aparece varias veces
en la película, cantadas con tino por Stone (sobre todo) y Goslin. El dueto, mano a mano
entre ambos, es una escena espléndida. También me resulta interesante la
intervención de John Legend con el tema, a estraperlo, de “Start a fire”, de
aires pop-rock-funky. Es un tema que está metido con calzador en la película,
pero al menos es un gran tema y no desfigura demasiado la trama.
La
película es un homenaje al jazz, a los musicales históricos que le precedieron
y a la soleada ciudad californiana de Los Ángeles. Los ambientes luminosos se
funden con guaridas jazzísticas y vinilos. Los planos secuencias de los bailes
y de las canciones, algunas cantadas en directo, se realizan en una sola toma,
con una cámara que ofrece un ligero travelling. Consigue transportarte. La La Land ofrece un ambiente
cincuentero muy logrado. Se nota que ha habido un trabajo detallista,
minucioso.
En cuanto a los protagonistas, Emma
Stone es una fábula en sí misma. Le da credenciales a la película. El pilar
indispensable. Interpreta a Mia, una chica que compagina trabajos de medio pelo
(empieza en una cafetería, en la que trabaja a media jornada), con cástines de
películas, series y teatros, y de las que sale, habitualmente, escaldada. Tiene
en el horizonte la esperanza, el sueño, de hacerse un hueco como actriz, por
minúsculo que sea el comienzo, cueste lo que cueste.
Stone
es una de las actrices del momento. Es probable que esté en su etapa dorada porque Hollywood no perdona los años. Lo que no sabíamos es que tuviera tanto
talento para cantar y bailar, la soltura inusitada con la que se desenvuelve.
Una
de cal y otra de arena. La arena: Ryan Goslin. Sabemos que se trata de uno de
los actores fetiche del séptimo arte; un actor en boga, carne de actualidad. Lleva años instalado en lo más alto de la cumbre cinematográfica y está sabiendo manejar todas
esas nubes de dinero y de ego y de rapapolvo. Todavía no ha perdido la cabeza (que nos
conste). Elevó su nombre con Drive (2011).
En La La Land interpreta a Sebastian,
un introvertido pianista apasionado del jazz clásico y del free-jazz. Un tipo tranquilo, obsesivo, con
ciertas dotes antisociales y modorro como un alcornoque. No se le puede sacar
de sus casillas del jazz, de sus férreos y obsoletos planteamientos o fliparerías. Chazelle
logró crear a un personaje atípico e interesante, logró darle a Sebastian un sugestivo encuadre. Sin duda,
se le podría haber sacado más jugo. Igual alguien me recoge el guate y lanza
un spin-off sobre Sebastian, ¿quién sabe?
Las
actuaciones de Goslin, para mí, están casi siempre descafeinadas. Carece de
expresividad y se limita a dejar su tenue sonrisa-tira-bragas en los planos
cortos (para los recuerdos). La misma en todas las películas. Algo que, seguramente, muchas
adolescentes agradecen. Es uno de los chicos guapos de la década, el novio que toda madre
querría para su hija y vende entradas como churros. Tener a Goslin cerca es forrarse
de pasta, llenar la piscina de billetes y tirarse en ella a bomba. Y después
del apaleamiento, me gustaría apuntar, porque no todo va a ser ponerse
Boyero-on, que Goslin aprueba por los pelos, con suficiente, la interpretación.
Incluso salva (solo Dios sabe cómo) las partes de bailes y cantes. No presenta la grandeza de Stone, pero no desentona. No me estoy
contradiciendo, aunque pueda parecerlo. También tendría que puntualizar, que
tanto Stone como Goslin son actores (en el caso de Goslin eso está por ver,
pero seamos condescendientes, por hoy), no son cantantes ni bailarines. Quizás, por eso, haya que sumarle más mérito a la película.
En
definitiva, La La Land, a pesar de
que es un musical, es una explosión
visual, colorida e hipnótica. Una historia bien ovillada y un final que yo, particularmente,
agradecí.
Lo
mejor: Emma Stone; las canciones; el jazz; la fotografía y los escenarios de los años 50.
Lo
peor: Goslin. Le falta azúcar y salero (valga la contradicción culinaria). Seamos
positivo, al menos no reventó la película (era una de las posibilidades, ¡ojo!).
Alguien tenía que decirlo. (Espero que dejéis mi tumba en paz).
Calificación: 4/5
B S
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