La cruda realidad de un corazón deshecho


El último libro de la escritora hispalense Sara Mesa, Un amor (2020), es una obra perturbadora y potente. No es un pasteleo de romances con susurros, ñoñerías baratas y cenas románticas hollywoodienses al anochecer con preliminares. Aquí nos alejamos de los idilios, carantoñas y platonismos. El título lleva claramente al engaño si lo tomamos a palo seco, sin contexto, pero como todo título, juega un rol, y en este caso, las cartas narrativas que propone el rótulo juegan un papel fundamental de la mano de la protagonista. 

Las carencias emocionales de una joven treinteañera; el amor visto desde un lugar tóxico y enajenado; el sexo como placer, cárcel y necesidad; son los lugares que ocupan un lugar preponderante en la novela. La protagonista, Nat, es una mujer, psicológica y físicamente, imperfecta; pequeña, canija, enjuta, con un pelo habitualmente descuidado, que atraviesa una etapa llena de decisiones erróneas, llena de vacío y de inseguridades. Un retrato desdichadamente humano que se ve nítidamente a la largo del libro, con una evidente involución. Porque Nat, diminutivo de Natalia, encarna un destierro del que no conocemos detalle alguno. Decide escapar de la ciudad, sin contar con nadie, sin tener a nadie, y acaba sola en una casa maltrecha, con goteras y mil y una imperfecciones, con un cabrón de casero, en un pueblo desconocido, seco, caluroso, estéril, malviviendo con lo que saca de traductora freelance. Un personaje, por tanto, que empieza de cero, colapsado, que deambula por la vida como una sombra, con la angustia bajo el brazo. Mesa lo deja en la antesala del disparadero para que se revelen sus miserias vitales y psicológicas, sus relaciones enfermizas y obsesivas, ante las que sucumbe y se atrapa sin remedio.

Detrás de esta imperfección manifiesta (que Mesa plasma en la novela por medio de la primera persona, con sequedad y verosimilitud), hay una incesante labor de la autora, una búsqueda con un propósito; hacer un personaje complejo que nos irá narrando su enajenada manera de ver el mundo, su inmadurez, acrecentando así, paradójicamemte, la credibilidad. Mesa profundiza en la soledad, porque Nat está tan terriblemente sola que acaba perdiendo el equilibrio ante el alambre existencial por que transita. 

Se trata de una novela corta, una novela increíblemente psicológica. Realiza un puzzle de la psicología femenina a través de una mujer que casi no consigue valerse por sí misma, ni económica ni socialmente y que acaba enterrada por sus propios errores, por su falta de madurez, por sus obsesiones descabalgadas. Es, por todo ello, la novela de una escritora madura que quiere contar una historia diferente, que resulta tan extraña como inquietante. Es un libro con lecturas abiertas, con ambigüedades, con una gran carga interpretativa que el lector debe esbozar por sí mismo; es necesario un lector activo. Los personajes hablan con los silencios, con lo que no dicen. De hecho, El alemán, si existiera, sería el hombre más silencioso del universo. 

Creo que hay una gran parte de Sara Mesa en Nat, porque hay algo que resalta en su manera de escribir; la escritura es obsesiva, detallista, y en la obra, Nat, se precipita por su abismo vital, empujada por su propio contexto laberíntico en el que habita, por la sordidez que sobresale volcánicamente en sus relaciones personales, por esa ninfomanía extraña que se despierta en ella con El alemán; el tema sexual se introduce como un intercambio, como una mercancía, y se entremezcla el tabú, la culpa, la tristeza y el deseo, y el placer, un placer que alimenta pero deja aun más hambre. El sexo acaba siendo una adicción, una necesidad total, y los encuentros sexuales acaban siendo habituales, cotidianos, burocráticos, aunque Nat no acaba por encontrar plenamente la satisfacción y acaba obsesionándose con cada encuentro, con cada detalle, superponiendo interpretaciones entre acto y acto, eternamente retroalimentado con las dudas, los bucles de pensamientos tóxicos y negativos (que son reiterativos en la novela). 

La autora nos ofrece una visión muy particular de lo rural, de la psicología femenina y de la naturaleza desértica. Esa visión con la que percibe el pueblo y su imaginario no es casualidad, parece responder a las preocupaciones de la autora. La ficción, por tanto, que genera la propia escritura, no es una artimaña que separa tajantemente escritora y protagonista, porque un autor no puede escribir de lo que no conoce, y también, como dijo Muñoz Molina en su última entrevista en El ojo crítico, a cuento de Volver a dónde (2021), el escritor "escribe para saber lo que tiene que contar". 

El pueblo en donde transcurre la novela, La Escapa (que recuerda, fonética y connotativamente, a "escapar / escapada"), aparece descrito extraoficialmente (desde el punto de vista subjetivo, personal y contaminado de Nat) con pinceladas, con unos códigos fríos y vulgares donde la protagonista no encaja (se palpa el machismo anquilosado, sutil, con una idiosincrasia primitiva). Un pueblo rancio, sin ocio, sin alternativa, cargado de desidia, estancado, que recuerda por momentos al inolvidable "Pueblo blanco" de Serrat; un pueblo dormido, olvidado, sin mar, eternamente invadido por el polvo. Aunque me gustaría recalcar que no vemos el pueblo objetivamente; vemos el pueblo con los ojos de la protagonista, unos ojos particularmente degradados. Asistimos, por tanto, a un choque de trenes irremediable; la protagonista se verá encadenada física, material, económica e intelectualmente en una sociedad rural, vulgar, que no comprende y en donde ella es una incomprendida, en donde el reloj del tiempo parece estar en pausa. Además, su pasado, su familia, sus amigos, serán motivos enigmáticos y desconocidos que acrecienten el extrañamiento del personaje. 

El mundo rural, uno de los cimientos fundamentales de este edificio literario, se abre a nuestros ojos como un lugar hostil y vulgar en la que Nat es una pieza foránea. Intertextualmente está muy lejos de la apuesta tétrica y grotesca de La familia Pascual Duarte (1942), del Nobel, al que recuerdo tajante e hipertenso, Cela. Es cierto que el libro tiene una lectura social crítica que recuerda por momentos a los cuentos pueblerinos de El Llano en llamas (1953), de Juan Rulfo, ya que La Escapa, el lugar inhóspito en que se sitúa Un amor, es una pedanía sureña, seca, degrada, con habitantes vulgares, que cuenta con trazos de humanidad y algunos personajes que sobresalen de la decadencia general (algo que Rulfo o Cela negaron para con sus personajes). En este sentido, podríamos plantear un paralelismo con Intemperie (2013), de Jesús Carrasco, en donde, como también ocurre con La familia Pascual Duarte (1945), la ruralidad cobra un protagonismo capital, y a pesar de la dureza que plantea Carrasco, su obra no llega al tremendismo de Cela y se la ubica en la corriente neorruralista. En Intemperie nos encontramos con la huida interminable del niño, ayudado por el tosco viejo, ante páramos interminables, con la pobreza como una de las líneas transversales de la novela, y la posguerra de fondo, que toma una presencia indiscutible, con dicha carga guerracivilista, ideológica (aunque camuflada) y revanchista. Lo que provoca que sea un auténtico wenster de posguerra. En Un amor lo rural ocupa un lugar presente pero secundario y es una cuestión interpretativa plantearse hasta qué punto La Escapa influye en la degradación de Nat, hasta qué punto existe una relación de causa y efecto, determinista, entre el contexto y los problemas de la protagonista, tan frecuente en la trabazón de los escritores naturalistas, pero hay algo que rompe la cadena naturalista; desde el minuto uno, no lo olvidemos, ya atisbamos sus inestabilidades. 

Encuentro un enfoque común con la prestigiosa Andrea de Nada (1945), con la obra de arte con que inició su andadura literaria Carmen Laforet, ya que en ambos libros observamos a una mujer, a una protagonista. Dos libros paralelos en donde es notorio el tremendo peso de la psicología femenina. Tanto en Nada como en Un amor se presenta una narrativa en primera persona (autobiográfica con Laforet y una ficción autobiográfica con Mesa). Las protagonistas, Andrea y Natalia, buscan su lugar en un mundo en el que flota una censura silenciosa. Son dos seres terriblemente sensibles que conviven con personas que miran el utilitarismo y el materialismo por encima del bien y el mal. Con lo que hay una connotación literaria feminista, con dos mujeres que luchan contra las adversidades, que tragan escenas de menosprecios. Tanto Andrea como Natalia cambian de ciudad y acaban viviendo con pocos recursos en un lugar desolado, lúgubre, con el mismo vacío existencial a sus espaldas. Los oasis de humanidad que encuentran son nimios. Aunque habría que matizar que en Nat la lucha por salir de su pozo vital es una lucha difusa, y su inestabilidad psicológica termina desdibujando la realidad con las inquietantes interpretaciones que realiza de las vivencias, de los vecinos de La Escapa, del pueblo en general y del perro maltratado que le deja el casero. Si bien, ambas comparten, sin duda, la atmósfera existencialista. 

Aunque la obra primigenia de Laforet se sitúa en una Barcelona oscura y franquista, los estados vitales de las protagonistas muestran las mismas carencias emocionales, las mismas desesperanzas, la misma cárcel en vida. Sin olvidar el proceso de degradación de Nat, que hace que guarde una reminiscencia con Gregorio Samsa, el personaje que acapara el primer plano de La metamorfosis (1915) de Frank Kafka, en donde el peso del existencialismo es más que evidente. Aunque en la obra kafkiana se produce una transformación surrealista, metafórica que  rompe con la escrupulosa verosilimitud a ultranza que firma Mesa. 

Sara Mesa escribe con una prosa que fluye con una naturalidad incontestable y su narrativa posee un don particular; te inunda. Sara Mesa emociona. Hay historias en el océano que es la literatura que no te tocan, aunque tengan una prosa y un vocabulario exquisito, aunque sean libros extraordinarios, aclamados. Y hay otras que sobresalen, que te absorben, y este libro, lo que nos está contando Mesa, y cómo lo está contando, engancha. 

Para mí, Sara Mesa, ha sido el descubrimiento del verano y probablemente del año. El libro, además, no ha pasado desapercibido entre los lectores y literatos. Un amor ha sido galardonada como la mejor novela del 2020 (El Cultural, El País). Una lectura que se adentra en una mujer imperfecta que no encuentra su lugar en el mundo y que Mesa traza magistralmente con una escritura pulcra, vívida y desoladora, con rigurosa y magnética crudeza.

BS

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