Patria
recibió el Premio de la Crítica en
el 2017. No ha sido casualidad.
Todo
sobre Patria está
dicho y escrito. Aramburu ha dado con la tecla exacta en el momento certero. La
obra, ya icónica, tiene su lugar reservado como una de las novelas con más impacto
y repercusión de los últimos años. Es la obra literaria con más peso y que más interés ha suscitado en la
sociedad española en estas (casi) dos décadas del siglo XXI.
Se
trata de un libro que esconde escenas tan
vivas y reales que acabas dudando sobre su ficcionalidad. Aramburu nos
narra con cercanía, con tacto, la amalgama de instantáneas de un
pueblo vasco en los años de machaque del terrorismo. También vemos, a cuchillo,
directamente, sin filtros, los pormenores de una sociedad contaminada. Somos
espectadores del estado de hipocresía, angustia, de miedos, de rechazos, de
opresión y, sobre todo, de odios.
Ha
visto la luz, Patria, en un momento clave. La distancia nos ha ayudado a crear sólidas panorámicas del pasado de Euskadi, de
España, de su caos y de sus certezas.
La
historia nos deja ante dos familias, en Rentería, en el País Vasco de los años
oscuros. Pero Aramburu, más que poner la luz sobre el conflicto sangriento, ofrece una visión de la sociedad, de sus calles, de las vidas
y de cómo estas se parten. Las dos protagonistas principales de la obra son dos madres. Dos mujeres apolíticas que tenían una profunda amistad que queda resquebraja por la violencia y la cerrazón.
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“Patria deja al descubierto, a la intemperie,
la frialdad, lo miserable que puede ser el ser humano, como individuo y como
colectivo, en situaciones excepcionales”
Las dos
principales voces de esta historia, que es una ficción, pero que está cargada
de verdad, son Bittori y Miren. A ambas las unía una amistad pura, que
trascendía. Eran hermanas. Pero todo se tuerce por la euforia política, por la
intolerancia visceral. Quedan convertidas en acérrimas enemigas. Una amistad que se pierde por el camino
por culpa del conflicto.
Bittori quedará
viuda, será víctima de ETA. No solo pierde a su marido, pierde las ganas de vivir
y recibe la espalda y la insolidaridad de sus vecinos. Su carácter se agria. Su
marido Txato será asesinado por un disparo en la cabeza. Las escenas de Bittori
comentándole la soledad de sus días, los infortunios y las penurias de su vida,
a la lápida de su marido, te dejan sin palabras. Pero el vacío de ese asesinato
no solo permanece en Bittori, no solo le traga a ella. Será palpable en los
hijos, en Nerea y en Xabier, que se ven absorbidos por ese negro trauma.
Miren, es madre
de Arantxa, una chica que sufrió un ictus y que le dejó graves secuelas
físicas; de Gorka, un chico escuálido aficionado a la lectura y a la escritura;
y de Joxe Mari, corpulento, violento e impulsivo que acaba en la kale borroka y
que es quien asesina a Txato, a la mujer de Bittori. Su marido, Joxian, era un
acérrimo amigo y compañero de ciclismo y de mus de Txato, en el pasado, y
asiste atónito a los cambios viscerales de su hijo, a su vinculación con la
lucha armada, al asesinato, y también, al cambio radical de Miren, que se
radicaliza completamente, que pasa a tener un carácter intolerante y
extremista, a politizarse, como modo de defender a su hijo, más que un modo de
defender la postura política de su hijo. De hecho, Miren nunca en su vida había
tenido intereses políticos. La factura de tener entre sus raíces a un hijo
asesino dejará también graves secuelas.
Patria te hace reflexionar sobre lo acaecido, sobre la histeria,
sobre la inercia de la maldad. Aramburu ha intentado afianzar un argumento
imparcial, plasmando las situaciones, las emociones, los desprecios y la
clandestina solidaridad (que también existe). Es inevitable que aparezca esa
neurosis y esa sed de venganza ciega e inhumana de quienes con las pistolas
querían construir su país, dejando al descubierto las miserias del ser humano.
Pero este es un motivo secundario, ocultado. Patria es un libro que
intenta reflejar aquella anormalidad extraordinaria que pasaba por
cotidianeidad. Lo que suponía vivir en el País Vasco de los años oscuros, de
los años de plomo, bajo las mil y una apariencias del terror, con un sinfín de
personas que eran señaladas y estigmatizadas. Una sociedad que estaba enferma,
sin alma, que callaba y marginaba a las víctimas, a sus familiares, que en
muchas ocasiones pasaban a ser seres marginados. Txato y Bittori son las
víctimas en la que se refleja y retrata todo eso. Y Patria deja al
descubierto, a la intemperie, la frialdad, lo miserable que puede ser el ser
humano, como individuo y como colectivo en situaciones excepcionales. Algo que ya
dejó por escrito Vikto Frankl, testigo del holocausto, en su libro hegemónico El
hombre en busca de sentido.
Aramburu no
introduce a simples personajes-marionetas, a arquetipos. No hay, por así
decirlo, una dicotomía tajante entre buenos y malos. Al contrario, es un libro
con personajes complejos, apolíticos, que evolucionan según las circunstancias
y vicisitudes. Personajes que comparten las mismas calles, las mismas plazas,
los mismos mercados. Pero sobre todo, por encima de todas las lecturas, Patria es un
libro con dos familias destrozadas por el terrorismo. Un terrorismo
indirecto y colateral, que salpica a dos familias que son víctimas de una
guerra en la que no pintaban nada, en la que no querían pintar nada. Una guerra
sucia inundada de trincheras y disparos por la espalda.
La novela juega
con los grises. Hay frases que caen de pie, que rompen. Existen sutiles
diferencias que marcan y Aramburu es consciente de esa dicotomía. Algunas
familias tuvieron que enterrar a un familiar asesinado, algunas personas
tuvieron que enterrar a un ser querido, y sentir el desprecio de sus vecinos.
Otras tuvieron que visitar a un familiar asesino en la cárcel. El terrorismo lo
contamina todo, pero las posiciones no son comparables. Aramburu no
alecciona, no quiere dar lecciones políticas o morales sobre el conflicto. Sí
deja frases que son banderas, frases que caen como bombas: “no dejemos que el odio amargue nuestras vidas”; “que todo esto no nos haga malas personas”
(pág. 35). Y una última que es la frase de una niña que mira el mundo con los
ojos de la inocencia: “La gente buena no mata”. Es lo que le dice Ainhoa
a su abuela, a Miren (pág. 93) que en ocasiones sale en defensa de la lucha
armada.
Es inevitable que
Aramburu desmitifique a ETA para aquellos que creían que la lucha armada podía
ser un vehículo político, porque el terrorismo no ha sido el salvador de nada.
Para algunos el fin justifica los medios, y con esta premisa, todo es
justificable. Aramburu apenas habla de ETA, de la lucha armada, pero deja claro
que el terrorismo que empuñaron era arbitrario y sangriento (maniobrado por
jóvenes fácilmente manipulables); a veces mataba al que pensaba diferente, y
otras tantas, por envidia, por venganza, por no pagar el impuesto
revolucionario, porque sí, por error, por estar en el lugar equivocado a la
hora equivocada, llevándose por delante vidas inocentes, destrozándolas de
raíz. Un grupo terrorista que no le da aprecio a las vidas que habitan su
pueblo no puede tomar la voz y la palabra del pueblo.
El libro, a pesar
de las tragedias, esconde una lección de humildad, de esperanza, de valentía.
Aramburu nos pone delante de buenas personas que acaban contaminándose por el
conflicto pero que no pierden su esencia, que no se rinden. Viven aferrados a
unos valores y no venden ni compran el odio que promueven otros en mil y una
revueltas. Es un libro que sirve para recordar a las minorías silenciadas, a
las víctimas. Conmueve.
Pero no se alimenta del rencor. No busca la venganza, la revancha. No señala,
no deletrea a los culpables por los tiros, las injusticias y las humillaciones,
sino que deja que la historia corra, que se muevan los personajes con sus
acciones, con sus vidas, problemas, anhelos e idiosincrasias. Que hablen por lo
que hacen.
Un libro con
piel. Un libro que nos recuerda que el terrorismo no solo mataba; destrozaba a
la sociedad, y aun así, no pudo con ella. Patria es una novela que
habla del perdón, de la reconstrucción. En Patria el corazón vence
porque tiene más fuerza y argumentos que el odio.
Siempre resulta
conveniente reflexionar sobre el pasado, con sus luces, sus grises y sus sombras. Observar los pasos que se han dado. Y recordarlos. Para no perder el camino.
B S
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