George Floyd
Los
Estados Unidos llevan varios días sumidos en las llamas de las protestas. Un
incendio que es la nítida imagen del antirracismo. Un fuego alimentado de
pacifismo y reivindicación. Y los bomberos, en este caso, son los llamados
equidistantes, los neutrales, aquellos que beben de las imágenes del caos y que
algunos medios anteponen a la problemática racial. Así enseñan sus cartas los medios
de comunicación conservadores. Así, los neutrales, absorben el miedo y se
escudan por inercia en el estado policial, por los robos, saqueos y destrozos,
que también los hemos visto, y que forman parte del sucio juego de una minoría
antitodo y asalvajada a la que le importa poco o nada la justicia social. Una minoría que va a
lo suyo. Y quienes promueven esa fotografía, por encima de la de George Floyd,
van a lo suyo también.
La
brutal muerte de George Floyd a rodillas de un policía sin escrúpulos ha
indignado y ha levantado a un país entero. Ha vuelto a poner de relieve la
marcada desigualdad racial. Quizás haya sido la gota definitiva que lo colma todo. Porque los casos de racismo no cesan, y año tras año, los datos nos
confirman que los negros acaban siendo, según las estadísticas, carne de cañón
para la marginación y para los abusos, no solo policiales.
Las
imágenes del vídeo, de una crudeza inhumana, muestran la escena al completo; un
hombre negro reducido y desarmado, y que no opuso resistencia, bajo la rodilla
de un policía blanco que lo aplasta hasta la asfixia. Nueve minutos de horror.
Y los últimos minutos con Floyd inconsciente. Todo esto fue grabado con
ciudadanos que increpaban al policía. Pero no sirvió de nada. Derek Chauvin no
cesó de hundir su rodilla en el cuello. La última y reiterada frase de Floyd,
"no puedo respirar" (I can't breath), es a esta hora un símbolo de
resistencia, de lucha, de justicia social y racial. El puño negro en alto.
La
escena es tan tópica como americana; policía blanco abusando de negro
desarmado. Así a bote pronto, me vienen sin esfuerzo a la cabeza el recuerdo de
varias películas y series; Crash, When They See Us, Green Book...
y tantas más que nos ponen de manifiesto que el racismo es cosa del pasado y
del presente. Ante estos asesinatos vuelven a asomarse a nuestras
conversaciones Martin Luther King, Rosa Parks, y los gritos y pancartas
de Black Lives Matter. Flashbacks intermitentes que no
cesan.
Pero
todo tiene un límite. Parece que la sociedad del siglo XXI, plural, tolerante y
abierta, ha dicho basta. Sin embargo, en el atril de lo grotesco, encontramos
el afilado contrapunto; Donald Trump, un deslenguado presidente que carece de
la sensibilidad necesaria para afrontar estos acontecimientos y que invita a
los gobernadores a usar la mano derecha para frenar las revueltas. Ya hay
quienes apuntan que estas podrían ser claves para favorecer su reelección en la
Casa Blanca. En río revuelto, ganancia de multimillonario blanco clasista.
Que existan personas que reduzcan su mirada al mundo, a través de los ojos
sucios e insensibles del racismo, da miedo e indigna. No se puede disfrutar de la vida y ser feliz
si tu principal premisa vital es una premisa racial supremacista. Y esa mirada de superioridad era la del policía Derek Chauvin, y la de
tantos otros. Una mirada fría rebosante de inhumanidad. Derek Chauvin
estranguló a George Floyd como quien estrangula a una víbora. Es esto, en
definitiva, lo que ha motivado que las calles de un país al completo estén
ardiendo. Un país cansado de injusticias raciales. Un país harto de que se
dispare primero al negro de turno y se pregunte después. Un país que deja en la
cuneta siempre a negros e hispanos. Un país que presume ser epicentro de la
libertad y que deja a una buena parte de sus habitantes con los derechos
recortados.
El
asesinato con alevosía de Derek Chauvin a George Floyd ha generado una
avalancha de manifestaciones, casi todas pacíficas. Y el confuso ruido de los
radicales no ensombrece a la mayoría pacífica, ni hace que confundamos tocino y
velocidad, racismo y antirracismo. La imagen de la comisaría ardiendo de
Mineapolis puede ser un acto de vandalismo, o un fiel reflejo de la rabia,
impotencia e injusticia. Son muchos los que quieren, primeramente, centrar la
atención en el caos y los disturbios y olvidarse, después, del problema
endémico racial.
La
balanza de la diosa ciega romana, Iusticia, con los temas raciales, no solo en
los Estados Unidos, está corrompida, desnivelada. La justicia, más que ciega,
es blanca. Con los negros hay un trato intolerablemente marcado. Y las élites y
su séquito de "neutrales" insisten en igualar la lucha entre racistas
y antirracistas, entre malos y "menos malos", y que en mitad queden
esos apolíticos equidistantes que no quieren mojarse, ni significarse. Los
falsos apolíticos olvidan que esa posición, supuestamente neutral, equipara
víctimas y verdugos. De ahí que esté circulando por las redes un mensaje que
comparto; quien no mueve un dedo ante las injusticias está propiciando y
favoreciendo que las injusticias sigan su camino. Y que los opresores que las
promueven sigan dirigiendo el futuro, emborronando el significado de la palabra
justicia, de la palabra libertad. Y un último apunte; los oprimidos siempre han
cambiado la historia cuando han luchando. Cuando se han unido.
BS
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