Baile de pies descalzos



Hoy es el día del periodismo. Probablemente, la profesión con más kilos de desaliento ante el maremoto que ha supuesto internet. Un tsunami que se ha llevado a la prensa escrita por delante, que nos ha dejado este mundo digital lleno de tráfico, cambios y redes, en donde se mezcla información y desinformación, rigor y patrañas. El mundo de las rotativas, junto con el mundo de la música, han quedado especialmente desamparados. Nos habíamos acostumbrados a escuchar y descargar música sin pagar, a leer periódicos sin pagar, sin echarle cuentas a las personas que están detrás de toda esta gratuidad. La literatura, por suerte, parece que ha corrido distinta suerte, valga la redundancia.

Esta cultura asumida de la información por la cara ha provocado que el periodismo sea un lugar turbulento, precario, donde los actores que lo sostienen firman sus artículos casi por amor al arte. La prensa es un lugar saturado de prisas y de artículos banales, porque no hay tiempo para la revisión y el buen hacer, no hay tiempo para la sana crítica, para pensar, para potenciar el sentido crítico de la sociedad. Ya no leemos el periódico con tranquilidad, con un café por delante. Y toda esta vorágine ha hecho de esta profesión tan bonita y necesaria un lugar errático que no frena, donde se actualiza la parrilla a cada segundo con una pila de artículos que resbala por nuestra pantalla con pena y deficiencias. Algo omnipresente hasta la extenuación en la prensa deportiva, donde las patadas por detrás al diccionario son flagrantes, de roja directa. 

Se han quedado en el aire de la nada correctores, filólogos, que hace un sinfín de lustros podían reconocerse por los medios más importantes del país, por TVE, vigilando rótulos, titulares, artículos, y dándole cuidado a la palabra y dignidad a la profesión. Si uno revisa los noticiarios del NO-DO, por ejemplo, descubre, a pesar de la censura y de los lavados de cerebros y de las carantoñas al dictador, que hay un exhaustivo cuidado en los textos, con un vocabulario preciso y una narrativa que roza la literatura de primer nivel, quizás algo pomposa para los oídos anglosajones actuales, porque los filólogos, además de la estética, corregían laísmos, errores semánticos, malos usos de verbos transitivos e intransitivos, errores de concordancia... y por supuesto, errores ortográficos. Se daba un enriquecedor debate sobre la forma y el contenido entre compañeros y colegas. 

Parece que la cuenta atrás del fin de los periódicos en papel se acelera, la sombra de su extinción definitiva se alarga (todo está en las manos de los últimos románticos del papel, románticos con fecha de caducidad). De hecho, las webs de los periódicos ya han abierto sus puertas a los clientes digitales. En estos últimos meses, el periodismo ha entrando en esta última fase en la que el lector/cliente debe pagar una cuota para acceder a la información, a los artículos, crónicas y entrevistas. Ya la publicidad no es suficiente. Y los periódicos no viven del aire, esto es obvio. La información de los profesionales más relevantes va a quedar exclusivamente disponible para quien pague y dejará a los más desfavorecidos más desinformados, más perdidos. Esta situación es un baile de pies descalzos sobre el filo de la navaja, porque agudiza la desigualdad en la sociedad, una desigualdad que amplía su registro; económica, digital, informativa y social.

BS

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