Ave Fénix

Rafa Nadal ha vuelto a morder, por cuarta vez, el Abierto de Australia. Transitó por los vericuetos de un partido plagado de lodo y agonía, y sobrevivió, con una remontada épica, con un giro de guion final, no apto para marcapasos. Una voladura de cabeza. Ya son veintiún Grand Slams, un registro que no ha conseguido firmar ningún tenista en la historia. El español supera al tenista más estilista y perfeccionista, a Roger Federer, y al tenista serbio más implacable, no vacunado, Djokovic. 

El partido sobrepasó las cinco horas de partido, hubo mucha miga removiéndose a fuego lento. Los dos tenistas tejieron un tenis de alardes y quilates; Medvédev comenzó más fino, más suelto. Supo sacarle provecho a la solidez de su saque, con aces por castigos, y restó con eficiencia los saques de Nadal, como un muro, sin fisuras. Afianzó los puntos y consiguió el break antes de que la alta tensión hiciera acto de presencia en la contienda. Así, Medvédev, se puso por delante gracias a una regularidad que aplastaba, ganando en los pequeños detalles, llevándose el primer set (6-4). El segundo set, más igualado, pero con el ruso más sólido, lo ganó de nuevo Medvédev con oficio en el tiebreak (7-6 [7-5]). Tras perder justamente los dos primeros sets, por su parte, el mallorquín, tuvo que agarrarse a las tripas de la fe y del corazón. Siguió remando, devolviendo bolas, subiendo a la red, moviéndose a un lado y otro de la pista, removiendo a su contrincante, desgastándolo, dejándose hasta la última gota de sudor, aguantando los saques y las embestidas de Medvédev, que lanza saques como misiles y que corre por la pista con la elegancia, eficacia y agilidad de un galgo. 

Tras disputar los dos primeros sets, el partido, la final, pintaba basto para el manacorí. Medvédev, perenne con la batuta; era él quien llevaba siempre la iniciativa, quien conseguía siempre sacar la cabeza victoriosa del apuro, para llevarse el trascendente punto y el set. Rafa siguió a remolque, contragolpeando con el 2-0 en contra (recordemos que es al mejor de cinco sets), incluso con el 3-2 adverso en el tercer set, a favor del ruso, tras casi tres horas de partido. No tiró la toalla ante una tesitura que hundiría psicológicamente a cualquiera, porque no hay que olvidar que el tenis es un deporte en donde se juega con las piernas, con la fuerza, y sobre todo, con la confianza, con la cabeza, para actuar y leer el partido sin fallas. La confianza le aporta al tenista ese tacto, esa precisión, que hace que el tenista se agigante en la pista. La inteligencia artificial, en ese momento, la AI, le daba a Nadal un 4% de posibilidades. Pero el corazón pudo con las estadísticas, con los algoritmos, con la lógica aplastante, con lo imposible. 

En el tercer set se produjo el punto de inflexión; Nadal recortó distancias (2-1) y consiguió llevárselo con cierta holgura (4-6). El cuarto set fue de Nadal, casi sin sobresaltos, con idéntico resultado (4-6). Las tornas cambiaron; Nadal era Hulk, Medvédev implosionaba. El empate a dos en sets quedó encima de la mesa (2-2) y los dos tenistas expectantes, repasando sus cartas. El quinto y definitivo, tras dominarlo con autoridad Nadal, se ancló en el cinco iguales (5-5). Todas las bolas eran bolas calientes. El final de partido se hacía indescifrable, interminable, con puntos que superaban los diez minutos de duración. Nadal perdió la ventaja del 3-5, perdió su saque para ganar el partido, y las dudas reinaba; ambos contrincantes se quedaron con cara de poker. Pero Nadal se sacó el último truco de la chistera para llevarse los dos siguientes puntos, con break incluido, para cerrar el set por 5-7, para ponerle punto y final al partido, con una remontada fascinante, dejando a Medvédev con la miel en los labios. Un Medvédev que parecía dar por bueno la derrota, no se le vio contrariado en ningún momento. 

El tenista ruso, a pesar de esta dura derrota, guarda todos los mimbres en su muñeca y en su personalidad (valiente, directo y abrupto a partes iguales) para liderar el futuro y sobresalir sobre las nuevas generaciones de tenistas que asoman detrás de los tres reyes de la raqueta de las últimas dos décadas. 

Este victoria tiene un mérito que sobrepasa lo deportivo. Hace unas semanas Rafa Nadal estaba con muletas y la puerta de la retirada empezaba a abrirse por problemas crónicos en su pie. Pero decidió tentar a la suerte, probarse una vez más en el filo de la élite del tenis en Australia y competir con sus armas, llegara a donde llegara. Ayer, Nadal pasó a la historia por cómo ganó, por cómo levantó un partido prácticamente perdido, por la actitud, una actitud resistente, resiliente, que como nos ha demostrado tantas veces a lo largo de su carrera, es lo último que pierde. Y así, sin dar el brazo a torcer, guardando siempre la última palabra, ganó de nuevo un Grand Slam, superando las adversidades, luchando, creyendo. Y quien lucha y cree, puede que llegue a su destino. No hay otro camino. Y para ello, a veces, hay que resurgir de los momentos de cenizas en los que uno puede estar envuelto. 

BS


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