El gato al agua




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El gato al agua 

         Aquel día, la noche ya estaba adentro de las calle, el cansancio en el cuerpo, el sofá como el mejor amigo. Viendo como si nada la tele, zappingueando, acabé en un simpático y divertido programa de humor llamado El gato al agua, en el canal Intereconomía (canal de toro, bandera nacional y una espectacular pluralidad política en la parrilla, en todos sus sentidos). Tardé muy poco eb descubrir, ante mi estupefacción, que el programa era un programa “serio”, de debate político, lo que me produjo una indescifrable sensación, una carcajada estrambótica. TMe chocó bastante, me divirtió algo la noche. Los días siguientes, para contrarrestar tanto discurso enagenado, leí periódicos del otro extremo para equilibrar la balanza.
El programa era, como ya he dicho, de “debate”. Entre los contertulios estaba Mario Conde, aquel tipo que acabó en chirona por ladrón, aunque según él mismo, terminó allí “sin comerlo ni beberlo” fruto de venganzas personales contra su persona (esto no formaba parte de la broma, allí son todos muy serios). Arruinó y destrozó Banesto, se lo llevó calentito. Bueno, el caso, en aquel tinglado debatían (y debaten) sobre la nación, política, sobre ¡ESPAÑA! Todos estaban muy nerviosos, excesivamente alterados, no podían esperar para increpar al socialista de turno, al independentista rompetodo, al comunista que no importa que no sea comunista, al hereje inmoral, al judío a una nariz pegada, a los diablos; que son todos los que no piensan como ellos. Quizás el vino que andaba bailando por la mesa, presentado al principio del programa con una sonrisilla sorna, fue culpable y responsable de tanto alboroto. Recorrió la mesa semicircular, mientras los hachadores la miraban con alegría y palmas interiorizadas, mientras en las caras se escapaba la inquietud, el interrogante; la bebemos o qué pasa”. En fin, el vino allí era uno más de los aclamados. Su vaciamiento, seguramente, motivó esa efervescencia de brutalidad verbal, acorde con sus buenas presentaciones, y prestaciones, de traje y corbata.
Programa plural donde los haya, múltiples puntos de vistas, todos de extrema derecha, por supuesto. Unos más y otros un poco más, salvo uno que era de derechas a secas pero que por vergüenza se hacía el duro, el Steven Seagal, para quedar bien, pasar desapercibido, y no recibir las pedradas de los demás en la cabeza… Su estrategia hizo agua. Era el centro de la diana. Las críticas se hacían mirando hacia su persona con mirada de fuego, ceño fruncido, lengua viperina. Los dedos índices apuntaban a su ser sin perdón como en un fusilamiento. No salió con vida.
Las cámaras no daban a basto para enfocar a tanto batiburrillo como el que se formó. Todos estaban en pie de guerra, porque, según ellos, “¡ESPAÑA SE ROMPE!”, de este modo, en mayúscula idiotez. Había que proteger a los ciudadanos de bien, decían. Ellos, los fieles anónimos, la audiencia, para ser partícipe del programa, por un módico precio cercano a los dos euros y medio podían enviar mensajes de textos con sus teléfonos móviles y que serían plasmados bajo la pantalla del televisor durante el transcurso del programa, siempre que no atente con la ideología de partido, claro está. Mensajes escritos con una ortografía infiernal. Hay que ser un borrego de categoría para dejarse arrastrar por tales pastores. Asimismo, también podían votar a favor o en contra del tema por un precio más o menos similar al de los mensajes. El robo era un acto impune, caridad nacional, sonrisilla nacional, sablazo nacional, llamésmolo como quieran ustedes. Los mensajes hacían referencia a una pregunta que sirve, a su vez, como tema del día. En este caso, la pregunta en cuestión era: “¿Cree usted que Zapatero es un diablo homosexual antiespañol y que su gobierno ha corrompido, violado y hundido a ESPAÑA?… Parece que los datos lo avalaban, porque un 95% votó a favor con respecto a esta cuestión. El margen de error, no lo olvidemos, es del 5%.
Este proyecto televisivo, debido a su poco margen de beneficio, a sus bajísimos índices de audiencia, se arrastró a pedir dinero a sus seguidores para que la empresa no se fuera a pique. Por desgracia para la sociedad, para el bien mental de todos nosotros, no cayó, de ahí el precio desorbitado y desmedido de las llamadas y los mensajes. Más de uno, como en trance, tras haber llamado al programa, y ver la sorpresa en forma de factura gritó ¡Zapatero Maricón!. El problema, no es sólo que sigan, es también que hablan de la crisis con sus botellas de vino, sus jamones de pata negra, sus visas oros, sus soberbias intelectuales, sus puros post-debates no enfocados que encenderán después de acabar el programa (porque los puros, por lo visto, no da una correcta imagen política)... Todo, por supuesto, a juego a con la insensibilidad hacia los desfavorecidos de la sociedad. Bueno, a todos los de izquierdas.
La caja tonta seguía haciendo ruido, yo estaba anonadado, la palabra ¡ESPAÑA! (¿y el vino?) había provocado la euforia patriótica y antiindependetista independista, su nacionalismo de uñas y dientes.
La cosa iba de desmadres, Mario Conde había agarrado una de las cámaras del programa, un primer plano de su cara se veía en las pantallas, acercaba y alejaba su careto, como si el zoom estuviera poseido, pero no era el zoom, era él, y rápidamente la cara se agrandaba y enpequeñacía, cada vez más rápido, más y más rápido, la cámara loca, el cámara seguramente igual. Todo, untado con su timbre de voz condés que gritaba “¡¡España se rompeeeee!!”; un tal Vidals, diputado del PP en el parlamento europeo con la moral tan rota como su voz, gemía sonidos cortados, graves, alzando a los guardias civiles, proclamando la guerra militar si Cataluña se pasa de lista; el presentador había traído un Zapatero de cartón piedra y al grito de “¡Desmontemos al que ha desmontado ESPAÑA!” propuso tirar los zapatos como buen musulmán para quebrar aquel monigote y recordar de paso que “¡esto es una cruzada de época!”, como en los grandes tiempos esplendorosos de nuestra dorada nación. Los zapatos volaron. Granados, Rato, Mario Conden, bebían más vino. La España grande y libre flotaba en el ambiente. Rubalcaba también debe morir, sonaba en alguna voz translúcida. Más vino, más sangre, las palabras se transformaron en cuchillos (desde hacía un tiempo); ni respeto, ni tolerancia, más becerros encorbatados, España otra vez... 
          La carcajada de mi primer momento pasaron a la alucinación. No entendía cómo ese discurso barato podía seguir vivo. Se agolparon, continuaron amordazando, España arriba, otra vez, cortando cabezas, Rubalcaba de nuevo, sociatas, comunistas, fuego, rojos, en su sentido más peyorativo. Muerte y destrucción. Las voces se entremezclaban, gritos, más !España!, vasos vacíos, cristales rotos, todos bajo el mismo calor del acto… En un momento dado, sin previo aviso, sacaron una enorme bandera y todos se pusieron palote con un himno.
            Esto es lo que realmente pasó, otros vieron “palabras”.
            B S

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