Limpiar la cara de un muñeco
El desconcierto se apoderó de los ciudadanos. Lágrimas, lloros, gritos. Claman contra el cielo, el infierno y la tierra. Ploran mientras se rajan las vestiduras, las camisas y los vestidos. Empujones, tensión, desmayos, alipori. A un niño del susto se le ha caído el cucurucho de chicharrones. Su lloro se mezcla con otros lloros. En una terraza cercana, los guiris con fresas en la nariz, mientras toman una cerveza helada, miran la escena con incredulidad, con chanclas y calcetines. Desde una cierta letanía se ven cabezas idiosincrásicas y arremolinadas en la entrada de la iglesia como si salieran de El grito de Munch. Insólito. Piden dimisiones, piden las cabezas de los responsables. Un tipo con patillas de torero ha pedido la dimisión del Gobierno. Su amigo ha pedido una tapa y le ha pitorreado al camarero que los botellines tienen agujeros. "¡Esto es una vergüenza!", resuena en la protesta, entre las oleadas de indignación que no cesan. Se llevan las manos a la cabeza, la estampita al pecho, los labios a las cruces. Cada vez son más. Un coche pasa lentamente con "Pamela Anderson" de Rigoberta Bandini. En el asiento de atrás hay una niña rubia comiéndose un helado y meneando la cabeza completamente ajena al apocalipsis. "¡No está como estaba antes!", vuelven a gritar. Crece el alboroto. Algunos salen con cara de pez de la iglesia. La vida nunca volverá a ser igual, la misma. Nunca. Más lágrimas y más indignación. "¡Esto no puede quedar así!". Un niño que estaba jugando al fútbol le ha dado un pelotazo en la boca al tipo con patillas. "¡Niño, me cago en tus muertos!". "Eso le pasó a Mikel Erentxu", le comenta el amigo. Los feligreses se santiguan y susurran con vehemencia. Han limpiado un muñeco y no está exactamente como estaba antes.
BS
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