Extremadura está presente

 Rodar una película con Eduard Fernández es, simplemente, una apuesta segura. Un tótem de la actuación que plasma verdad en la pantalla. El actor interpreta el papel protagonista en El 47, la película que ha roto todos los esquemas y que, más allá de las predicciones, es la proyección del año. Probablemente arrasará en los Goyas (aunque los premios tienen un entramado de intereses y amistades que no siempre coincide con la calidad de los films y actuaciones) porque la historia que plantea Barrena es una historia que trasciende, universal, que enfoca las cicatrices de aquellos que lo perdieron todo y tuvieron que empezar de cero.

La película ha destapado el pasado migrante de nuestro país y encontramos una referencia clara de raigambre con el protagonista, con nuestra patria chica, porque es de nuestra tierra, de Valencia de Alcántara. Un éxodo rural marcado por las terribles sinrazones de la dictadura. No debemos olvidar que Extremadura perdió después de los duros años de la Guerra Civil, y con la dictadura franquista posterior, la mitad de sus habitantes. Aún sigue perdiendo habitantes, aunque a otro ritmo (sin la censura y sin los ajusticiamientos políticos). Pero una cosa está clara; el abandono con Extremadura es una historia interminable.

Esta desolación y orfandad se manifiesta en el largometraje, en el personaje de Manuel Vital. Extremadura fue la región junto, probablemente, con Andalucía, más desolada por la dictadura. El régimen condenó al país entero a ser el pobre de Europa. Y en ese país que rebuscaba un pedazo de pan del suelo, Extremadura era la pobre de los pobres. Pero esta amarga tesitura fue fruto también de la desidia y el ansia desproporcionado de los caciques y terratenientes que despoblaron, con su miserable gestión, los pueblos, dejando a varias generaciones en la más absoluta miseria y privando a muchos de nuestros paisanos pasados de la educación y sanidad más elemental.

El 47 es, en cierto sentido, un dignísimo sucesor de Los santos inocentes. Y esta película nos debe traer una nueva reflexión sobre Extremadura, que llega tarde a las reclamaciones históricas. Pero no tenemos voz ni voto. ¿Díganme el nombre de un político, o una política, o partido, de la Comunidad, que haya puesto, o pueda poner, en jaque al Gobierno por un tren digno? Nadie. No lo tenemos. ¿Se imaginan el discurso, en una realidad paralela del PP de Ayuso, del PNV o de Junts, si tuvieran las vías de trenes de madera en sus Comunidades? 

Si uno llama a la puerta mil veces por las buenas y se las cierran, llamar de nuevo por las buenas no tiene sentido. No nos toman en cuenta. La milonga de un tren digno la llevo escuchando desde mi más tierna infancia, y no hay manera. El expresidente Ibarra repartió bolígrafos por los institutos con el lema "AVE en Extremadura en 2005", hace más de veinte años. Pero los olvidos constantes de los chirigoteros del Congreso por un tren digno es solamente la punta del iceberg, el símbolo más evidente del retraso y del estado permanente de injusticia. Y ya ha llovido bastante. Va siendo hora de dejar la inocencia a un lado y de poner, de una vez por todas, el grito en el cielo (porque es indignante que en esta Europa, en el Siglo XXI, suframos tal abandono). Que, aunque sea solo una persona, reivindique lo nuestro, lo que nos pertenece, como Manolo Vital, en el Congreso. Paralizando al Estado hasta que cumpla con las deudas pendientes.

BS

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