Cosas de este mundo (I)
En 1992 Sinéad O'connor actuó en Saturday Night Live y rompió la foto del papa Juan Pablo II en pleno directo para criticar los abusos de la Iglesia. Fue una visionaria, visto los miles y miles de casos de agresiones y violaciones de la Iglesia que se han destapado en los últimos años. Ella fue una víctima en primera persona de aquellos atropellos en su infancia y adolescencia. Sin embargo, las críticas despiadadas de la prensa y los medios provocaron un rechazo social sin precedentes que acabaron prácticamente con su carrera, como evidencia el último documental sobre la irlandesa Nothing compares (2020). Desde aquella actuación a capela, pacifista y antirracista, con su final subversivo, reivindicativo y crítico con el clero, la cantante fue marcada de por vida como una enferma mental, una paria musical que, con los años, acabó recibiendo más consideración, pena y piedad que reconocimiento y atención musical.
Salvando las distancias, hemos visto casos parecidos en multitud de ocasiones. Una de las últimas personas en recibir a diestro y siniestro las toneladas de odio de las sotanas ha sido Lalachus. Un odio que proviene de petulantes religiosos y que va acompañado de carcamales reaccionarios de la derecha y ultraderecha. Todo a través de las redes. Todo es un aviso a navegantes; cuidado con salir en la foto del prime time y pasarse de gracioso o graciosa; cuidado porque pueden señalarte, insultarte y desprestigiarte hasta hacerte perder los papeles; cuidado que recibirás amenazas y mensajes hirientes de por vida.
Detrás de estos sectores ultras se esconden, bajo el anonimato que ofrecen las pantallas, marabuntas de crápulas dispuestas a hacer todo el trabajo sucio y medios dispuestos a difundir el ruido. Y esto provoca que gente sin dos dedos de frente, que desconoce completamente quién es Lalachus, acabe un día, mientras la cómica pasea por una calle de Madrid, lanzándole los improperios; gorda o comunista o perrosanchista. O, incluso, tirándole un vaso de tubo a la cabeza a la cómica. Y así puede la zaurda conservadora, moviendo el titular interesado y a sus hooligans, dejar fuera de juego, socialmente, a una persona por hacer comedia con una estampita y por salirse de los cánones de belleza.
La intransigencia de la Iglesia, Hazte Oír, Vox y compañía no es baladí, ni inocente, y sus tumultos en internet llevan implícito la propaganda religiosa, política y social. Que critiquen y censuren a una cómica por hacer una broma con una estampinta de la vaquilla del Grand Prix es la prueba irrefutable de su omnipresente deseo de coartar la libertad de expresión. Son talibanes de la censura. Los hombres de negro con cruces tuvieron, no hace mucho, cuarenta años de experiencia con ello. Y las religiones, especialmente, tienen una relación sin amor y con odio con la risa. Ya lo dijo Umberto Eco en El nombre de la rosa; "la risa mata al miedo y sin miedo no puede haber fe".
Sin embargo, lo sorprendente y paradójico en todo este revuelo orquestado, repasando la hemeroteca, es que todos estos rancios avinagrados católicos tan dados a criticar las ofensas contra la Iglesia y las familias, cerraran la alcantarilla, y no asomaran la cabeza, cuando se destapaban los miles de casos de pederastias en el seno de la Iglesia, cuando los curas cometían aberraciones sin miramientos y sin castigos. (Quizás porque tuvieron el parapeto del Vaticano y los Estados).
Es una vergüenza que esta zaurda se apropie de la bandera de la moralidad y pregone sus dogmas sectarios y reaccionarios; en qué debemos creer, a quién debemos querer, cómo debemos pensar y con qué no se puede bromear. En definitiva; cómo debemos vivir. Se pasan la vida repitiendo los mismos sermones morales ejemplares mientras sus cajones están plagados de vidas destrozadas. Muchos pederastas siguen dando misas por los pueblos y ciudades de este país porque sus violaciones a menores han prescrito. Y es también llamativo que ante las recurrentes palizas a manos de católicos con la cabeza rapada a las personas que pertenecen al colectivo LGTB+, nunca publiquen un comunicado criticando ese odio y esa violencia e intolerancia que se lleva vidas por delante. Porque la Iglesia católica, en el siglo XXI, sigue siendo una institución que excluye a las mujeres y que veta a los homosexuales, pero que, al mismo tiempo, sobrevive con fondos públicos.
No hay nada que retrate más que el silencio. Porque el que calla ante las injusticias, siempre, otorga.
BS
Comentarios
Publicar un comentario