Jude Bellingham; Seedorf y Raúl al mismo tiempo

"Deberíamos adquirir el coraje de no ser como todo el mundo"

Jean Paul Sartre 


En la última novela de Rosa Montero, La buena suerte, el título lleva al engaño, parcialmente, porque los personajes que la protagonizan son seres terriblemente desdichados. Sin embargo, el título esconde una cierta y evidente ironía, un efecto sorpresa con que cuadra un desenlace purpurino y feliz que hace que el título cobre sentido. El Madrid, visto el verano, visto la eterna retahíla sobre el eterno no fichaje de Mbappé, acabó fichando por imperativo futbolístico a Jude Bellingham, casi sin ruido, por una cifra que sobrepasaba los cien millones. Un jugador inglés que despuntaba en el Dortmund y que resulta que es el jugador que puede marcar con mayúsculas una nueva era, que descostilló el clásico con dos empellones. Un inglés con efecto mariposa.

Apuntaba maneras como centrocampista en su etapa alemana y en sus sobresalientes apariciones con la selección inglesa. Es un futbolista que refuerza la estructura, las conexiones, la espina dorsal de la plantilla porque tiene recorrido, piernas, destreza, llegada y recursos para unir defensa y ataque. Se sobreentendía que no cosía el roto en la delantera sin Benzemá, que el Madrid necesitaba, y necesita, un nueve con galones, un nueve de talla mundial. Y aunque parezca paradójico, el no fichaje de Mbappé hizo que Ancelotti retocara sus dibujos en la pizarra, consciente del potencial que le vio en pretemporada. De esta manera, apostó todo al cinco inglés, al sucesor de Zidane (el número por antonomasia del pivote), ofreciéndole la posición, la libertad, la autoridad (ganada a pulso) para pisar área rival. El Madrid le dio carta blanca para recorrer a campo abierto el verde, carta de libertad total a un todocampista defensivo y goleador; el potencial defensivo y el desborde físico de Clarence Seedorf; la verticalidad, el colmillo y el oportunismo del mejor Raúl González. Todo al mismo tiempo en la coctelera. Un jugador de videojuego. El Madrid apostó al cinco. Y ganó.

A este clásico el Barça aterrizaba con la indignante, vergonzante y alargada sombra de Negreira aún coleando, junto a algunos sonados traspiés en la Liga y con la necesidad de hacer de sus tripas económicas el corazón; sacando por fe y obligación a la cantera del fondo de la despensa. Empezó golpeando primero, dominó con holgura la primera parte y se adelantó con un gol tempranero y potrero de Gündogan, a trancas y barrancas, tras un despeje titubeante y endeble de Alaba, después del relajado ronroneo defensivo habitual con que el equipo de Ancelotti afronta los inicios de partidos. El Barça tuvo ocasión para el 2-0, pero el palo y Kepa lo evitaron. La segunda parte, sin embargo, fue claramente madridista, con un Madrid incisivamente vertical que se lanzaba al ataque con bastante desorden y sin miramientos; lanzamientos de media distancias, centros desde los dos costados e internadas estériles de Vinicius (totalmente anulado por la defensa del Barça y por Araújo).

Si Gavi estaba siendo el alma y el escudo blaugrana, el recuerdo del tiburón Puyol (como dejó caer Franco Baresi en una ocasión, "allí donde algunos defensa no meten la pierna, Puyol mete la cabeza"), los madridistas se regeneraron con la entrada de Camavinga que reencarnó el punto de inflexión; le dio oxígeno y superioridad en la banda izquierda, y por ende, en todo el campo. Fue la pieza clave para hackear el sistema de fútbol-control barcelonés. Y como le ocurre en tantas ocasiones al club merengue, no necesitó filmar una brillante actuación para sumar los tres puntos. Le bastó con que Bellingham, cual Bruce Willis en La jungla de cristal, hiciera la guerra por su cuenta; primero con un bazucazo desde fuera del área al borde del minuto setenta y después, antes del pitido final, en el descuento, con el segundo tanto que sonaba a punto final y al rocanrolero "Angry" ("don't get angry with me" / "no te cabrees conmigo", parecía cantar por dentro Bellingham relamiéndose aún el gol cuando lo celebraba con su icónica pose de brazos extendidos en el córner de Montjuic). Un gol que supuso la victoria y que fue una liebre que saltó de la providencia; centro desafinado a media altura de Carvajal, mordida por el pie trastabillado de Modric que provocó que el cuero quedara botando, manso, aturdido, dentro del área pequeña, para que el inglés, colocado en el momento clave y en el lugar exacto, cual Raúl, solo tuviera que enfilarlo, empalarlo y anotar, casi a placer, el tanto de su doblete. Al final, en Montjuic no sonó el himno culé, sino el guitarreo del "Doom and gloom" ("all I hear is doom and gloom" / "todo lo que escucho es fatalidad y tristeza").

Repasando las estadísticas el resultado (1-2) pudiera parecer injusto y el empate habría dejado una sensación clara de frustración y justicia global para ambas partes. Pero al mismo tiempo está clara como una mañana de primavera que la numerología firmada por Bellingham tampoco entra en la tierra de la casualidad. El clásico de este sábado se lo ha llevado el equipo madridista gracias al mejor futbolista del momento; Jude Bellingham. Con dos goles, el segundo en el descuento, con la épica típica madridista, se ha confirmado como el futbolista más determinante, como la apisonadora del Real Madrid. Con veinte años está capitaneando el club más laureado de Europa; trece dianas y trece asistencias son sus registros en dos meses de trabajo dentro de las filas blancas. Hay una nueva estrella en Chamartín. Y ya nadie pregunta por aquel francés caprichoso de París.

BS


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