Extremadura no importa
Hoy se han publicado en diferentes medios artículos la instantánea sobre la desigualdad territorial en España. En ellos se desgranan que la desigualdad entre las distintas comunidades ha aumentado, que esta sigue campando a sus anchas; los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez son más, y cada vez son más pobres. El sur, por si alguien lo ha preterido, sigue enclavado en Extremadura y Andalucía. De hecho, los diez municipios más pobres del Estado español se las reparten estas dos comunidades. En el caso del territorio del extremo del Duero es paradigmático y especialmente doloroso porque a pesar de las manifestaciones, las pataletas e insistencias, sigue con un PIB estancado en el farolillo rojo (la decimoquinta en España), con una renta per cápita paupérrima (19.072 euros frente a los 28.280 del PIB per cápita en España).
Es la única comunidad sin AVE, sin tren electrificado, con vías de maderas, con trenes que van a una media de noventa kilómetros por hora. Además, contamos con estaciones de trenes y autobuses que son pasto del más rotundo abandono. Esto son condimentos importantes para cocinar la más sabrosa de las miserias, para que los extremeños queden a la deriva en pueblos inermes. Súmale a esta decadencia, a este estado de ánimo decadente y en caída libre, los déficits de los servicios públicos, eternamente saturados, y una alta tasa de paro que marea, abruma, insostenible, que lidera los porcentajes del país (17,1% frente a la media del país del 11,5%). Es la única región que no tiene conectada directamente las capitales de provincia (Cáceres y Badajoz). Una situación que cabalga a caballo, políticamente, entre lo deliberado, la incompetencia y la dejadez.
Extremadura abandera la pobreza, la incomunicación y lidera la emigración de jóvenes, estudiantes universitarios y trabajadores. En Extremadura no se queda nadie. Esto ha provocado que la Comunidad tenga una población envejecida y unos pueblos desestructurados desde hace décadas. Y aquí hay que darle parte de la factura, ante la histórica falta de respuesta y de acción, al Estado, por dejar que la Comunidad descarrile sin remedio, y también señalar con el índice a los políticos de la Junta, al PSOE de Extremadura especialmente, desde Ibarra, pasando Vara, sin saltar las etapas de Monago y Guardiola. Ninguno ha puesto soluciones, ninguno las podrá, porque son políticos que se arrodillan a las exigencias de sus partidos, carne de trituradora; callan, claudican y otorgan. Guardiola es el paradigmático ejemplo de todo esto. Unos y otros han condenado, y están condenando, a la región, que esta se ahogue en el pantano del ostracismo más profundo. Una región sin grito, sin voz, sin voto, sin rebeldía, sin futuro. Una región muda y ciega. Nadie pone el grito en el cielo porque en Extremadura, por no haber, no hay grito, ni se atisba el cielo.
Estamos cansados de palabras vacías, de relojes de arenas rotos, de corbatas airadas y parlanchines, de trenes de tercena mano que se incendian cuando van camino de Madrid, de tener que ir camino de Madrid por imposición para ganarse y buscarse la vida, de carreteras que se desmoronan como un terrón de azúcar cuando llueve. Extremadura estorba, Extremadura no importa. En la investidura fallida de Feijóo, pasaron infinitas horas hablando de Cataluña, del País Vasco, de presupuestos, de derechos, de soltar para los míos. Ni un minuto a Extremadura, a su situación de precariedad. Extremadura sigue siendo la eterna voz dormida.
Mientras los micrófonos miran insistentemente a Sánchez, a las probables bajadas de pantalones por la amnistía o por lo que le pidan desde los nacionalismos, para darle oxígeno al futuro gobierno. O mientras se mira a lo que replica Feijóo, que no le suelta la mano a Vox. O mientras enfocamos a Puigdemont, que tiene la llave del país (que a pesar de ser el idiota mayor de Girona y un cobarde que escapa saltando por la ventana con el rabo entre las piernas, para irse a una lujosa mansión en Waterloo, después de dinamitar Cataluña con la ficción independista). Todos estos, pasan por alto las desigualdades de un país que empieza a tener clase A, clase B y mucha clase C. Y mientras todo este sin dios lleno de corbatas y narices rojas copan radios y televisores, a Extremadura, clase C, no le mira nadie, no le habla nadie, no la arregla nadie, no centra el mensaje político de ningún partido nacional. Estorba.
Es en este punto cuando hay que decirle a todos, sin excepción, que se vayan. Que se vayan uno detrás de otro. Si Extremadura va a seguir siendo el rincón donde España lleva al perro a que levante la pata, quizás sea mejor que ponga sus diputados en pie de guerra para pedir lo que se merece y votar en contra de cualquier investidura, de cualquier trabalenguas que te da pan duro para mañana y hambre para pasado mañana. Los catalanes lo saben, los vascos lo saben. Unos pocos diputados pueden llenar los bolsillos de la Comunidad por un pacto de gobierno y solucionar los problemas. Es una utopía, no va a ocurrir, porque Extremadura nunca alza la voz, siempre coloca la mejilla. Todos sus políticos están domesticados. Los diputados de Extremadura son los hombres invisibles del congreso. Pero entonces solo queda imaginarse que seguiremos sin acuerdos, estrechando manos por pan duro, sin generar políticas importantes, sin atacar la raíz de los problemas, sin mejorar a este anciano moribundo que permanece en la UVI que es Extremadura.
Si Extremadura entiende un día que tiene nueve diputados para reivindicar su dignidad, su futuro, que posee nueve puños para dar un golpe al unísono en la mesa, para negociar lo que toque, esos nueve diputados pueden empezar a cambiar la historia de la región.
BS
Comentarios
Publicar un comentario