El retrato sobre la homofobia en España

España ha tenido varios casos judiciales en donde los medios jugaron con las personas a los que convirtieron en títeres para apalear, convirtiendo los juicios en un circo macabro y sensacionalista. Los documentales Dolores: la verdad sobre el caso Wanninkhof (2020) y el recientemente estrenado Arny: historia de una infamia (2023), nos pincela un retrato sociológico de nuestra sociedad donde late con pulso de hierro una homofobia histriónica. 

Ambos casos narran la importancia que juega y ha jugado, a veces incluso afectando al sistema judicial, esta presión excesiva y tóxica que generan los medios de comunicación. Estos no han tenido reparos en sacar artículos sesgados, fraudulentos y morbosos, no han escatimado en gastos para hacer programas y tertulias donde tertulianos de medio pelo jugaban a ser jueces endiosados, kafkanianos, exagerando los argumentarios, olvidándose de la buena praxis de su trabajo —la de informar parcial y verídicamente—, obviando que detrás de su ruin material de trabajo se encontraban personas inocentes a los que les arruinaban la vida. Y lo peor de todo es que esto lo confeccionaban sin pruebas, simplemente por el gusto banal del ruido y del circo. Todo por el gusto ciego del dinero. 

HBO fue la plataforma que decidió reconstruir y emitir los dos casos. Indagó en la cacería que sufrió Dolores Vázquez, relatado en tercera persona, por periodistas que informaron del caso en su momento, y en primera persona, con la voz de la propia víctima que participa por primera vez en un documental y que se pone delante de las cámaras para relatar los días oscuros e infernales por que pasó. Y el mismo patrón con El caso Arny, donde da la cara Jesús Vázquez, entre otros. 

El documental de Dolores Álvarez retrata el proceso y martirio de una mujer inocente que fue maltratada social y mediáticamente por ser lesbiana y que pasó largos meses en la cárcel. Basta leer el artículo que ejemplifica la ranciedad de la sociedad española de la mano del católico Juan Manuel de Prada, "El amor estéril" (11/09/2000), que es un artículo de odio exacerbado, con una narrativa petulante, sobre la homosexualidad, y en este caso, sobre una mujer lesbiana. Un ejemplo que manifiesta que los sectores conservadores y cristianos no aceptaban y no aceptan que la sociedad progrese con los derechos de los homosexuales, a los que por temas religiosos e históricos, se les consideran enfermos, desviados y perversos. 

Por este motivo, Dolores Vázquez, estuvo en el ojo del huracán de los medios, con los Prada y compañía disparando. Ellos hicieron un juicio paralelo, saltándose la parcialidad, saltando la presunción de inocencia, y consideraron a una persona inocente, culpable, con pruebas cogidas con pinzas. Después se demostró que la mujer a la que apedrearon verbal, mediática y literalmente, era inocente. Pero no tuvo ninguna indemnización, ni nadie le pidió perdón, ni nadie escribió ningún artículo para retractarse. La inocencia no sale en las portadas. Ella acabó exiliada, primero en el Reino Unido, para más tarde, perderse en un pueblo recóndito de Galicia, en el anonimato, y pasar completamente desapercibida. Pero el destrozo que hicieron con su vida, la terrible fractura vital, sigue ahí. 

Elvira Lindo escribió hace unos días un artículo, "Arny: un caso de maldad colectiva", sobre el documental Arny: historia de una infamia, que resalta una vez más la homofobia de la España de los noventa y cómo una jueza ultraconservadora, quizás del Opus, o con algún trasunto religioso detrás —porque si no, no se entiende su modo parcial de actuar—, asaltaba la presunción de inocencia de varios artistas consagrados. Acabó por enjuiciar a ciertas personas relevantes homosexuales por las palabras difusas y ambiguas de varios yonkis adolescentes. La jueza, María Auxiliadora Echávarry, le dio más veracidad, por tanto, a la palabra de los yonkis adolescentes que a la palabra de los supuestos "culpables", a las pruebas que consolidaban la inocencia de estos. 

El juicio, después de casi dos años de esperas y rotativas, en donde los supuestos culpables compartían la tinta en los periódicos con los adjetivos sustantivados "violador", "pederasta", "putero", "pedófilo", y un largo etcétera, se desmoronó como un castillo de azúcar bajo la tormenta. Un juicio que casi se suspende por la nefasta gestión del fiscal y por mala praxis de la jueza. El litigio se convirtió en un auténtico disparate. 

Los adolescentes en el juicio, ya mayores de edad la mayoría de ellos, viéndole las orejas al lobo, dieron marcha atrás y se retractaron. Dijeron que no conocían a los supuestos culpables, que todo fue un montaje policial avalado por la jueza. Entre los implicados se encontraban los cabezas de cartel Jesús Vázquez, Jorge Cadaval y Gurruchaga, y el juez de menores, Rico Lara. Los adolescentes, testigos protegidos cuando se abrió la causa, afirmaron que la policía, una policía que Jesús Vázquez describe con marcados tintes franquistas y homófobos aún, les forzó a denunciar falsamente. En el documental, además, sale como la policía articulaba subjetivamente los informes oficiales con el sustantivos "maricón" y el adjetivo "depravado", sin ningún tipo de vergüenza. 

El asunto no acaba aquí; los medios pagaron a estos adolescentes perdidos cuando fueron mayores de edad para que dijeran lo que quisieran en los platós de prácticamente todas las cadenas. Así lo ha corroborado hace unos días Mariola Cubells, periodista de la SER; se pagó a estos jóvenes, con dinero y droga, para que mintieran en antena —como Ferreras con Inda— en estos programas de telebasura que le ofrecía todo tipo de muñecos rotos a la cena del espectador. 

En la actualidad hay un buen listados de periodistas que inflan la rueda de este circo macabro, que nunca para. Rosa Belmont ha publicado en el ABC —el periódico por excelencia católico y conservador— un artículo titulado "Vertedero", trivializando el caso Arny, mangoneando el asunto con una frialdad inhumana, perdiendo completamente el norte de la cuestión, porque en ningún momento empatiza con las personas inocentes. Personas que no fueron condenadas, que salieron libres y absueltos, pero que pasaron por el peor calvario, ya que fueron acusados sin pruebas de abusar de menores. Un juicio mediático que les tatúa la deshonra en la piel, que deja una mancha que, en la mayoría de los casos, no logra limpiar nunca el veredicto de inocente, y que permanece para siempre, sobre estos inocentes, como una sombra negra que se extiende a su familia y amigos. 

En el caso Arny, como con el caso de Dolores Vázquez, son casos donde sobresale la visceralidad y el ADN casposo de nuestra sociedad. El negocio a toda costa, el fin justificando los medios. Lo más tétrico es que a muchos periodistas, a día de hoy, como Rosa Belmonte, parece que no les importan que personas inocentes acaben en la cárcel y que rebuznadores como ellos, insensibles y capaces de escribir a sueldo cualquier parrafada sacaba del más turbio de los vertedero, sin ni pies, ni cabeza, ni corazón, son los que el día de mañana montarán otro nuevo circo con otras personas inocentes. Porque el show, aunque sea una pantomima, para ellos, debe continuar, si alguien por detrás paga. 

BS

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