Diciembre mundial (IV)

El Mundial de Messi

El deporte no siempre hace justicia, pero en este Mundial, Messi le ha dado a los argentinos la alegría ansiada y el país sudamericano, desmoronado política, social y económicamente, con una inflación que apunta al 100%, vuelve a elevarse a los cielos futbolísticos por tercera vez. A los títulos alzados en el 78 con Kempes, como figura sobresaliente, y en el 86 con el indomable Maradona, con Valdano y compañía custodiándolo, se le añade el logro de este 2022, de la mano de Messi. En este diciembre del 2022, con treinta y cinco años, el Diez por excelencia consigue el título que todos los argentinos reclamaban y reivindicaban para agrandar su leyenda. Algo que no le hacía falta, pero que ya lo ha hecho, por decreto poético. Se enfunda, además, el título individual del Mejor Jugador del Mundial. Repite guion, como ya ocurriera hace un año con la Copa América, salvando las distancias, porque el trofeo dorado es el Everest del balompié. Y Messi ha deslumbrado. Quedará en la retina de la posteridad la estampa con el camisón negro translúcido, levantando el trofeo por antonomasia del fútbol, proclamando que el dieciocho de diciembre del 2022 es fiesta nacional en la Argentina. 

Muchos periodistas, en su constante afán por avivar la hipérbole, firman en sus artículos y en sus opiniones que ha sido la mejor final de la historia de la Copa del Mundo. No hay nada peor para ser objetivo que hacer una crónica caliente lleno de fanatismo y sentimentalismo, y no hay nada que mueva más a las masas que aquello que te remueve por dentro las emociones. Lo que no abre la discusión de la duda es que hemos asistido a una final increíble, con la literatura de Messi por un lado, y la narrativa ficticia de Mbappé por otro, que si hubiera ganado en los penaltis se habría ido a casa con dos Mundiales, con sus veinte tres años, y dejando su huella imborrable junto a la de nombres eternos como el de Pelé, que conquistó tres. 

El partido tuvo a Argentina a los mandos de control y a Francia con el marcapasos. Francia salió tres veces del coma inducido y tuvo una última ocasión para obrar el milagro y dejar un 3-4. Porque la final fue ciertamente desigual; Argentina dominó el juego, dominó los duelos y los balones divididos, y Di Maria, Messi y Álvarez creaban escenas de peligro con decisión y neuronas. Un penalti de Demebèlè a Di María, tan absurdo como pitable, propiciaba el 1-0 tras el lanzamiento del diez argentino, y poco después, con un contraataque de libro, Di María acertaba a sumar el segundo tanto para la Albiceleste sin oposición a escasos metros del arco francés, tras una jugada frenética a tres toques entre Messi, Álvarez y el disparo final de El fideo (2-0 en el minuto treinta y siete). La primera parte y gran parte de la segunda, dibujaba un panorama triunfal para Argentina. Se palpaba incluso el 3-0. 

Scaloni planteó un 4-4-2 con posibilidades de transmutarse en 4-3-3, porque las internadas de Di María, supuestamente mediocapista en la banda izquierda, lo convertían también en extremo, y eso hacía que el dibujo táctico pudiera intercambiarse. Deschamps siguió la senda marcada del 4-3-3, remitiéndose a las pruebas, así que podríamos concluir comentando que los dos técnicos apostaron por un dibujo táctico ofensivo, con los matices en Argentina, con ese falso 4-4-2, pintó un esquema que le funcionó extraordinariamente en las semifinales. Con los dos puntas, en Argentina, habría que matizar la posición con Messi, ya que quedó como hombre libre y tenía plena libertad para jugar entre los espacios libres del medio campo, como diez, y como falso nueve, activándose sobre todo en los últimos tres cuartos de cancha. Por su parte, Francia apenas creaba confusión y Griezmann, Mbappé y Giroud estaban completamente desaparecidos. Tal es así, y tan mal lo vio Deschamps, que en el minuto cuarenta, con el 2-0 mediante, retiró a Giroud y a Demebèlè para remover el árbol de un equipo sin frutos, por Thuram y Kolo Muani. Hombres con más potencia y movilidad y que podrían hacer mejores coberturas y enganches entre los mediocampistas, con Griezmann y Mbappé como principales focos de juego. (Mientras tanto, Benzema, disponible, en Madrid, masticaba patatas fritas en su sofá). Sobre el setenta quitó a Griezmann, el mejor jugador francés del Mundial, por Coman, y más de lo mismo con Theo Hernández por Camavinga, armando más físico a la pizarra, añadiendo más músculo al medio campo. Deschamps intentaba trastocar los designios sin escatimar en valentía. 

Y cómo son las cosas; la valentía y el enfado de Deschamps tuvo su recompensa en el verde. Las historias del fútbol esconden sinfines de sorpresas inesperadas, y aquí, volvieron a hacer acto de presencia, como los comentarios del cuñado de turno en una cena nocturna en la sobremesa. Cosas que no esperas y que te arquean las cejas. La sorpresa reverberó gracias a las botas de Mbappé. Y aunque los partidos son siempre de noventa minutos, a veces se nos olvida. Dos ramalazo del hasta entonces desaparecido parisino, que jugó toda la segunda parte como nueve, dejando su posición inicial de extremo en la primera parte, cuando el cronómetro apuntaba al minuto ochenta. Francia, tallando la gesta, consiguió llevar el partido a la prórroga, cuando toda la Argentina veía la contienda resuelta y en las calles de Buenos Aires comenzaba a sentirse el latido del gentío. El vuelco se produjo primeramente con un penalti de Otamendi tras un forcejeo con Thuram que termina con el francés en el suelo,  que provocó que Mbappé removiera la coctelera del partido con el primer gol (2-1). Y un minuto después, con la ilusión desatada y la esperanza agigantada, Mbappé de nuevo, enganchaba una bolea magistral para empatar el partido (2-2). Argentina quedó grogui a merced de Francia, que se quedó sin voltear el marcador. 

La prórroga comenzó con Argentina que sobrevivió al varapalo y pugnaba por domar el partido nuevamente, ya sin aire y sin físico. Sin embargo, en una jugada embarullada, Messi sellaba el 3-2. Argentina se negaba a rendirse. Parecía el punto final. Pero Francia, siguiendo la inercia de su juego kamikaze sin ideas, de ¡al abordaje! y de chispazos, ya sin pena ni gloria, trabó una jugada para que las botas de Mbappé, de nuevo, firmaran un triplete bárbaro de goles en una final mundial, que apuntalaba el 3-3 final, otra vez de penalti, tras una mano muerta de Montiel, al tiro asesino y a puerta de Mbappé, con toda la intención, en el ciento dieciséis de la prórroga. A un Mbappé que estuvo prácticamente, durante ciento quince minutos desaparecido, le bastaron cinco minutos de luz, dos penaltis y una bolea, para enchufar tres chicharros, casi sin inmutarse, casi sin sudar. Las leyes ilógicas del talento. Un cazador a la espera de su presa. Un jugador tocado con la varita, con una velocidad punta arrolladora, con una contundente voracidad y que está llamado a estar entre los más grandes, si él se lo permite y no se deja caer. Argentina tuvo algún lance más, pero Lautaro estuvo inhábil y fallón en las dos oportunidades que le brindaron. Francia tuvo la más claras cuando la noche presagiaba los penaltis, y Dibu Martínez hizo la parada del partido, del Mundial, a lo balonmano, en un mano a mano con Kolo Muani, despejando el esférico con la pierna. 

La tanda de penaltis la desenredó, como con Holanda, Dibu Martínez (elegido Mejor Portero del Mundial, recogió el galardón con obscenidad callejera) con su parada y con el nefasto penalti de Tchouaméni, que dejaba a Argentina con la victoria (3-3[4-2]), y por esta vez, la tanda de penaltis le daba la mano a la justicia, a los ciento veinte minutos disputados en esta final mundialista, y por qué no decirlo, a los méritos deportivos y vitales de un rosarino. 

Scaloni supo plantear el partido que le favorecía. Además, desde el primer día como técnico argentino, ha sabido tejer una red segura y propicia para que Messi pudiera destacar con su talento, alejándolo de los sudores defensivos, como Deschamps ha hecho/hace con Mbappé, por ejemplo. Sin olvidar la apuesta por jóvenes que han revolucionado el plantel, como son los casos de un destacadísimo Álvarez y de un eficiente Enzo (elegido Mejor Jugador Joven del Mundial). Scaloni, un supuesto técnico interino cuando agarró los mandos de la selección del país sudamericano, se consagra y se revaloriza manteando a lo más alto a uno de los equipos más jodido, histriónicos y mediáticos; la selección argentina. 

Messi se podrá despedir del fútbol, cuando toque, en unos años, sabiendo que le dio todo a su selección, y tendrá la autoridad, que ya la tenía, para cerrarle la boca a todos los bocazas, valga la redundancia. Muchos de ellos argentinos, opinólogos que le reclamaban con soberbia e hipocresía un Mundial con su selección, casi como un asunto establecido por ley marcial, y que se convertía a menudo en el argumento, tan deshojado incluso por los periodistas argentinos, con que lo llenaban de descrédito. Todos estos disparadores de basura estarán ahora olvidándose de lo que le dijeron en sus días de humo, ira y chascarrillos zafios, y estarán borrachos con la euforia de la conquista. Tendrán que ir pensando en buscar a otro sujeto, y otras historias, porque está vez, Messi les ha sellado sus arsenales de fango para siempre, por mucho que estén gritando manida e interesadamente la victoria. 

Como suelta Valdano recurrentemente, cuando sale a la palestra el nombre de su compatriota, Messi es Maradona todos los días, todos los años. El argentino está cerca de completar dos décadas de prodigios, está cerca de firmar su vigésimo año maradoneando, porque ya se ha reafirmado, y ya ha confirmado que va a seguir un tiempo extra con la Albiceleste, con un palmarés inigualable, siendo en casi todos los trofeos la pieza capital; a la Finalísima, a Copa América, al Oro Olímpico, y al Campeonato Mundial Sub-20 podrá sumarle la guinda; la Copa del Mundo. 

BS

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