Diciembre mundial (III)
Mientras Messi ande, Argentina camina
Argentina ha resuelto su semifinal contra Croacia con una facilidad pasmosa. Messi, sin velocidad punta, tocado pero menos hundido que nunca, demostró que solo necesita maniobrar con la pelota cerca de sus pies para derrumbar a la defensa croata, a la defensa que se tercie, aunque no tenga quinta y la cuarta le patine. Nunca un futbolista con tan poco físico hizo tanto daño en el escenario principal del fútbol, en el lugar reservado a las botas mayúsculas; el Mundial. El rosarino ebulle el genio que esconde dentro y el talento.
Colocó el Diez el primer tanto de penalti (en el minuto 34), cuando prácticamente los dos semifinalistas no habían cruzado la línea del prudente tanteo. Tras un choque entre Suárez y Livakovic, con Suárez a la carrera y disparando sin tino antes del crush, el árbitro, Orsato, consideró que aquello era pena máxima. Al dudoso penalti le siguió un segundo tanto tras una carrera desbocada de Suárez de setenta metros con la fe y la suerte, y la torpeza de la defensa croata (de Lovren), a partes iguales, de su lado (en el 39). Julián Suárez la enchufó tras rebotes varios con el desconcierto por bandera. En cinco minutos el partido, trabado durante treinta minutos, detonó y saltó por los aires.
La descarada juventud haciendo acto de presencia fue un capital en Argentina diferencial con dos jugadores destacados; Álvarez y Enzo. La defensa croata, para colmo de males, puso demasiadas facilidades para que Argentina pusiera el 2-0, y en unas semifinales de un Mundial, esos errores y esa falta de contundencia te condenan irrefutablemente. Ya en la segunda mitad de nuevo Messi, maradoneando, escondiendo la pelota hasta el final del campo, mareando a su sombra, a Gvardiol, asistió con una facilidad insultante, como si le diera la risa, como si jugara con sus hijos, y dejó un pase de la muerte para que Suárez apostillara el tercero, para que Argentina consumará la abultada victoria (en el minuto 69). Suárez, con la tez de adolescente, firmaba y subrayaba su particular doblete, y con ello, un espectacular partido. Estuvo como actor protagonista en las tres jugadas (provocando el penal y marcando el segundo y tercer tanto). La jugada de Messi, para enmarcar en la historia de los Mundiales.
El planteamiento de Scaloni, que apostó por un 4-4-2, aparcando el 4-3-3 que sí dibujó Dalic para Croacia, resultó más efectiva y contundente. Croacia apenas tuvo repercusión en el medio campo y en los últimos tres cuartos de campo, a pesar de los seis hombres, mientras que Argentina, que era todo piernas, todo empuje, amén de no dominar la pelota, la posesión, llegaba con sus ataques al arco croata. El quid de la cuestión es que Scaloni ha sabido parapetar magistralmente a Messi, rodeándolo de jugadores que trabajan con toque y adrenalina para que se sienta lo más cómodo posible y liberado de todo andamiaje técnico y táctico.
Modric estuvo desaparecido y no pudo filtrar pases de peligro ni ordenar el ataque de su equipo. Ni Perisic, ni Kramaric de nueve, ni Pasalic, encontraron un balón amigo para rematar y crear peligro, a pesar de mansar durante más minutaje el esférico, que fue mayoritariamente croata (tuvo el 61% de posesión). Pero a la selección ajedrezada se le vio sin energía, desgastada, torpe, sin sustancia futbolística, carente de argumentos, a la deriva, y se fue al vestuario terriblemente desdibujada tras los primeros cuarenta y cinco minutos, con la sensación de que se había perdido definitivamente el partido. Martínez, el guardameta argentino, apenas tocó bola. Messi, por su parte, sacó el talento a morder; supo domar la pelota, driblando en ocasiones como si estuviera jugando al fútbol sala. Supo zafarse de la defensa croata, supo romper líneas y dejar destellos con sus quiebro, regates y pases. Jugó ofreciéndose en el medio campo y como falso nueve. Siempre encontraba espacios. Era imposible que perdiera un balón sin que le hicieran falta. El 3-0, si lo encarnamos en los dos diez, en Messi y Modric, es un resultado justo porque encarna acertadamente el partido de los los líderes mundiales y del resultado final. A Argentina le sobró un tercio del partido. A Croacia le sobró el partido.
Con el 3-0 Argentina vuelve a pisar tierra de final en un Mundial y Messi está insultantemente genial. Meteórico. Con su trote de treinta y cinco años peloteó durante el partido con las piernas tocadas, sin revoluciones, y con esas trabas, el nivel futbolístico era extraordinario. No necesita más. Suárez se reivindica como un jugador clave, veloz, trascendente, como Enzo, que ya ha dejado huella. Scaloni ha encontrado un equilibrio en el once con jugadores noveles que le suman frescura al juego, y la racha de victorias apuntala a una selección acostumbrada a vivir rodeada de tormentas, ruido y bandazos.
Argentina plasma un juego más caótico y con menos calidad, libra por libra, que Francia, pero quizás iguale la contienda sumándole a la camiseta blanca y celeste más garra, navaja y corazón. A expensas de la calidad y el juego vistoso y físico de Francia, que a priori será la final probable, si deja a Marruecos en la cuneta, la Albiceleste esconde herramientas para hacer su particular partido en la final, para trabarlo si fuera necesario, como ya ocurrió en la Final de la Copa América, en el Maracaná, que fue un partido con muchísimas interrupciones, donde consiguieron maniatar y anular a Brasil, donde el plantel de Scaloni se llevó el trofeo para Buenos Aires con mucha calle.
Pase lo que pase, Argentina está en la final, como en el 2014 (fue subcampeona, derrotada entonces por Alemania, en la prórroga, por 1-0). Del Mundial de Brasil aún sobrevive un tal Messi, un indiscutible. Un Messi que encara su última oportunidad en un Mundial. Un Messi que se enfrenta a su destino y que pase lo que pase no dejará de ser lo que ya era; el mejor jugador de la historia.
BS
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