Diciembre mundial (I)
Susto, o casi muerte, y pánico mortal para firmar ser segunda de grupo
Si te dicen que hay un cerdo volando, seguramente no hagas ni caso, pero si estás en un campo de fútbol, en la Copa Mundial, lo normal es que mires, por si acaso. Hoy, en el minuto 70, en el Grupo E del Mundial, en Catar, Japón y Costa Rica, que ganaban sus partidos por 2-1, ante España y Alemania respectivamente, estaban clasificadas para los octavos de final del Mundial, y España y Alemania, por ende, eliminadas. En ese minuto, la cara de besugo de alemanes y españoles era para flashear y enmarcar.
Al final, Costa Rica sucumbió en su duelo frente a Alemania, que impuso su juego de físico y ataque masivo con un abultado 2-4, que se quedó corto, porque pudieron ser varios más. Y España, que dominó la primera parte con facilidad, hasta con parsimonia, contra un Japón que se limitaba a defender ordenadamente y a guardar la ropa, adelantándose incluso con un cabezazo de Morata —tres tantos lleva en el Mundial—, vio como la tormenta perfecta llegaba y con dos minutos de histeria en la segunda parte de la contienda el castillo de naipes de pases se vino abajo. Japón empató el partido al principiar la segunda parte con una mala salida de Unai Simón —tuvo varias en el partido, y hemos visto varias más en los últimos partidos—, con una defensa que se queda demasiado abierta, expectante, con un tiro potente desde casi la línea del área de Doan, a media altura, que se cuela por el lado izquierdo del guardameta español. Pocos segundos después, mientras España digería el golpe con complacencia y cloroformo, porque por entonces el empate le dejaba líder de grupo, Japón volteó el marcador sellando el 2-1, con un gol de Tanaka a pase dudosísimo de Mitoma. Un segundo gol que proviene de un pase extremadamente difuso y confuso, porque la pelota parece que sale completamente de la cancha. Pero después de revisarse durante un par de minutos el videoarbitraje lo dio por válido, aunque a diferencia de los fueras de juegos y de los goles, no hubo ninguna toma del ojo de halcón, o de la tecnología semiautomática del fuera de juego, para trazar la línea, que demostrara que el balón no hubiera salido.
La broma de la especulación casi sale cara, casi sale varapalo. Tras los momentos de taquicardias y maremotos, la sorpresa quedó amortiguada en el pitido final gracias a la remontada alemana; Japón encabeza el grupo con seis puntos —se cruzará con Brasil o Argentina, si el fútbol sigue el cauce reglamentario—, y España, gracias a las labores estériles alemanas contra los ticos, acaba con cuatro puntos, copando la segunda plaza del grupo, dejando un sabor agridulce por la derrota, por la imagen endeble y porque quedamos encajados en el supuesto lado bueno del grupo. La Roja se enfrentará a Marruecos en octavos, probablemente con Portugal en cuartos y Francia en semifinales, haciendo cábalas a deshora, tirando de la lógica de los nombres que tantas veces se quiebra en el césped. Porque las cábalas, por poner un ejemplo cercano, no contaban con que Alemania cayera eliminada en primera ronda.
España ha ido de más a menos en el grupo. Deslumbró en su primera contienda mundialista, con una España arrolladora, enchufada, con la goleada tremenda a Costa Rica, por 7-0, llevando la ficción del videojuego al terreno de juego. Un baile que ilusionó incluso a los detractores de Luis Enrique, que son muchos y que le están esperando con el cuchillo y el machete entre los dientes. El segundo asalto fue el empate a uno con Alemania, que la dejaba prácticamente en octavos. Tablas ante un rival de envergadura en un partido en donde se dejó una notable imagen, donde el empate fue justo, aunque la selección pudo matar el partido con sus primeros sesenta minutos y al final terminamos pidiendo la hora. Y hemos terminado desarbolados con una derrota apática contra Japón, en un partido que tenía un contexto amable, sin presión, ya que era francamente improbable que España quedara fuera de rondas finales.
Mirando con lupa el último partido, es verdad que España ha quedado invalidada durante diez minutos, quizás porque la clasificación parecía un mero trámite, quizás porque se daba por segura la clasificación a octavos, quizás porque se subestimó al equipo nipón, pero por los motivos que fuere, el equipo nacional no ha sabido morder y contragolpear con peligro. Como ha ocurrido en otros tantos partidos de la selección del toque, el juego de posesión, el juego horizontal, tanto pase trotando adormece a los jugadores y los jugadores acaban haciendo un rondo mareoso interminable sin destino. Ni Pedri, ni Gavi, llegaron con peligro a los últimos tres cuartos de campo, no supieron filtrar pases para que Willimas, Morata u Olmo, o más tarde Ferrán o Asensio o Ansu Fati —completamente desaparecido—, tuvieran posibilidades reales de marcar el segundo. De ahí que la virtud del juego de España se convierta en su mayor defecto cuando la maquinaria de los pases se relaja por defecto y se atasca y el juego vertical desaparece, o es intrascendente o predecible. Y lo más preocupante es que, estando eliminada, no ha tenido respuesta para revertir la situación adversa. Como dijo el entrenador en la rueda de prensa, España colapsó. La buena noticia, que hay cogerla con pinzas, es que seguimos en el Mundial, que vamos por el lado bonito del bracket. De los errores también aprende; se deben sacar lecturas para mejorar en las eliminatorias y los soldados de Luis Enrique van a sacar mucho petróleo para darle revoluciones al aprendizaje forzado que ha supuesto este último partido. Porque a partir de ahora toca morder y correr en los partidos, porque cada partido es de vida o muerte. Ser o no ser, esa es la cuestión. Seguir, o no seguir, será el pan de cada día del Mundial desde el próximo domingo.
BS
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