La derecha (con la ultraderecha) se rearma


España se levanta hoy, el 11 de noviembre del 2019, con un nuevo abanico parlamentario multicolor que, en lo general, escasamente ha cambiado con respecto al sábado. La irresponsabilidad de Pedro Sánchez, y esa creencia ciega, ya demostrada errónea, en las laureadas encuestas, que le daban 140 diputados, por la cara, le han dejado con los labios sin miel; con unos labio secos, fríos, agrietados.
El bloque de la izquierda (PSOE, UP y MP), pese a todo, pese a la carcoma, sumaría lo justo para pasar por delante de la derecha (C’s, PP, Vox). Sánchez e Iglesias no tienen excusas. No podrán encontrarlas. Dependerían, en lo sucesivo, de las abstenciones de los nacionalistas para que el gobierno fuera estable.
Se evidencia, sobremanera, el paso y la apuesta en falso del PSOE, tras las elecciones de abril, tras las negociaciones desiguales de egos enfermizos con Unidas Podemos. El PSOE condicionó el gobierno de coalición pidiendo la cabeza de Iglesias, pidiendo, ¡ojo!, el paso atrás del líder del partido de su socio político preferente (algo totalmente incoherente e indigno). Podemos se rebajó y, una vez cortada por lo sano, con la cabeza puesta encima de la mesa del banquete del chanchulleo del PSOE, Sánchez se quedó, seguramente porque no se esperaba el desenlace, sin argumentos y sin planes; cortó relaciones, elecciones mediante, por sus esperanzadas encuestas.
La izquierda perdió entonces la posibilidad de formar un gobierno más sólido. Ahora, con las debilidades comiéndole los huesos por los pies, tendrá que hacer malabares de trileros, sondear favores políticos, porque nada saldrá gratis.
El futuro gobierno podría gobernar en minoría siempre y cuando los nacionalistas lo propicien y sean realistas no estrangulando con desorbitadas exigencias políticas sus abstenciones. Los nacionalistas/independentistas/regionalistas ya saben que la alternativa está cerca, a la derecha, y que la sombra de la gaviota del PP y de los buitres de Vox planean sobre ellos; la intolerancia más rancia y desfasada se cierne sobre este país, sobre la pluralidad que la conforma y nutre.
Las abstenciones del conglomerado de partidos nacionalistas, independentistas y regionalistas, será el talón de Aquiles del futuro gobierno progresista. Son muchas bocas pidiendo su parte. Un gobierno estable y progresista pasa por que se ponga de acuerdo el bloque de la izquierda, primeramente, con las dificultades que ello entraña. Al menos se quedan con el consuelo de que las posibilidades del bloque de la derecha para formar un gobierno es nula, inviable (a no ser que Pedro Sánchez les regale dentro de seis meses otras elecciones).
La resaca electoral, después de cuatro elecciones generales en cuatro años, deja síntomas de hartazgo en los votantes. La abstención ha sido baja, pero ha perjudicado claramente a la izquierda. Los votantes hemos dejado dos conclusiones: la izquierda puede (y debe) liderar un gobierno, a pesar de la fragmentación y de perder votantes (y siete escaños), y la derecha se rearma, con un empuje histórico de la ultraderecha que se queda con los insólitos 52 escaños. Vox se ha comido a la mayoría de los votantes de Ciudadanos (que han perdido dos de cada tres votantes). Sus cifras meteóricas son fruto de la enajenada y descalabrada política de este país, de las múltiples idiosincrasias, de la Cataluña incendiada.  Solo en un estado de parálisis, de caos, un partido como Vox podría ser un ente político relevante. Para la ultraderecha, los planetas se han alineado.
Ciudadanos cae al abismo, se derrumba. Pasan de 57 a 10 escaños en tan solo seis meses. La caída al vacío de Ciudadanos está personificado en Albert Rivera que se despide de su proyecto político y de la política (y casi de la vida). Todo indica que Inés Arrimadas liderará el partido naranja y mantendrá el pulso de los últimos días de Ciudadanos. Tendrá entre sus manos la ardua tarea de resucitarlo. Será, probablemente, engullido por el PP, su partido más cercano ideológicamente (ambos partidos ya plantearon, en alguna ocasión, la utópica "España Suma").
Ciudadanos ha sufrido un descalabro histórico, pero más que casual, ha sido causal; la deriva velética de los últimos meses no tiene justificación. Rivera se va, todo hay que decirlo, sin asumir ninguna autocrítica. Su discurso de despedida ha sido emocional; abandona el barco, pero no menciona por qué se ha producido el hundimiento.
Ciudadanos ha pagado todos los platos rotos de los últimos meses, empezado por el veto enfermizo al PSOE. Un veto que les ha llevado a perder esa neutralidad central que reivindicaban, ya que han acabado firmando alianzas con la ultraderecha xenófoba. Y es que no hay nada tan lejos del centro político como Vox, no hay nada tan fuera de la Constitución como Vox, por mucho que suelten a los perros de los medios de la derecha a defenderlos. Ciudadanos se ha acabado convirtiendo en una derecha indefninida, de marca blanca, de Hacendado, en un partido político que ha pasado, en semanas, de ser un partido presidenciable a acabar convirtiéndose en una caricatura política.
El PSOE sigue a la cabeza con 120 escaños, pero el plan de gobernar en solitario es de nuevo una quimera. Pedro Sánchez no podrá gobernar sin ayuda; tendrá que espabilar, poner de su parte, tender la mano. Sus votantes ya le han gritado a la cara “¡con Casado no; con Iglesias sí!”, en lo que fue una noche de domingo agridulce, una victoria electoral pírrica. Con un PP que empieza a boquear y a recuperar músculo (88 escaños, tras cosechar 66 escaños el 18 de abril, los peores resultados de su historia), con Vox alzándose como la alternativa a la parálisis interminable de la política de España, la colección de cuentos de la izquierda, de Sánchez, y también de Iglesias, se ha acabado. 
La izquierda está ante su última oportunidad. La hora de pensar, por una vez, en lo que les une. 
B S

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