El Cupo Vasco y las Desigualdades Colaterales
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El Cupo Vasco y las Desigualdades Colaterales
Al
gobierno no le ha quedado más remedio que atrochar en las negociaciones, porque
si no, los Presupuestos Generales, iban al abandono, al congelador. Se les
estaba pasando la hora. El equipo de Rajoy se ha dejado de dogmas y de valores,
ha dejado a un lado el orgullo, la moral, la dignidad, la constitución, el sistema
de repartición solidario entre las comunidades, para llegar a “buen puerto”, es
decir, al suyo. Realpolitik.
Rajoy
ha aprendido a mirar hacia otro lado. Los malabares que realiza con los presupuestos
y con la corrupción, los extrapola también a las preguntas que le incomodan y le
aprietan la corbata, a lo que haga falta. El PP debería cambiar el himno y
poner la banda sonora de Los Sopranos, “Woke up this morning”, de Alabama 3, ese
tema que rezuma mafia, trajes oscuros, gafas de sol, coches tintados y sobres en la guantera. Les va como anillo al dedo.
¿Y
cómo ha salido de esta tesitura de bloqueo con los presupuestos? Pues por la
vía rápida, por la carretera secundaria, la de la estafa, favoreciendo y
contentando al PNV. La Mafia de Génova le ha dejado en bandeja un cupo presupuestario
muy favorable, una oferta que no podían rechazar ―un cuponazo con que pagarán
un 40% menos―, a cambio de los cuatro votos a favor para aprobar los
Presupuestos Generales. Rajoy ha dejado muy contento a la derecha vasca ―porque
entre derechas, sí se entienden―. La frase aquella del presidente, de nuestro
filósofo, “Aitor, si quieres te dejo mi tractor”, ahora empieza a “cobrar”
sentido.
No
deja de sorprender que Rajoy acabara bajándose los pantalones con el cupo vasco,
por un puñado de votos. Este cupo, que es el dinero que el País Vasco ―y
también Navarra, aunque en términos generales tiene menos relevancia, por la
repercusión económica y poblacional― debería dejar en las arcas del Estado. Son
unos fondos que sirven para regular los presupuestos, para apoyar, entre otras
cosas, el sistema de solidaridad que busca que no haya discriminaciones entre
unas comunidades y otras, que las comunidades menos desarrolladas tengan un
apoyo extra para que puedan soliviantar su economía, y que de esta manera, el
Estado quede, en su conjunto, en la medida de lo posible, equilibrado entre
unas zonas y otras, sin que resalten demasiadas desigualdades en él.
Sin
embargo, está ocurriendo todo lo contrario, cada vez más se están agudizando
las diferencias entre unas comunidades y otras. Todos quieren lo suyo y quieren más. El cupo
vasco, que debería revisarse porque la influencia económica y demográfica, del País
Vasco, en el conjunto del estado, es cada vez más importante, y por tanto, las
cifras deberían reajustarse en los tantos por cientos. Al mismo tiempo, habría
que exigirle a aquellos que han derrotado los billetes con aeropuertos
fratricidas, autovías fantasmas, y auditorios fúnebres, la responsabilidad que
les toque. Pero no se puede extrapolar la mala gestión política con la
población. La rebaja fiscal que se le ha ofrecido al País Vasco no tiene
sentido si quieres hacer un país en común. Y mientras por un lado, el gobierno
abre la puerta a las reclamaciones y peticiones del PNV, por el otro, se quedan
en ascuas a las comunidades restantes, que también reclaman su parte del pastel, con el
mismo derecho ―no obtendrán tal privilegio―. Tampoco pasamos por alto las
pretensiones de Cataluña, que a parte del referéndum, reclama, como mínimo, un
pacto fiscal similar que el que posee el País Vasco; con más autonomía y
competencias, lo que daría lugar a un desbarajuste sin precedentes. Todo, al
final, se reduce a un lema: la pela es la pela.
Es
una cuestión estadística, pero los nacionalistas de todo tipo ―que nunca van a
mirar por el bien común, sino por el bien propio― se niegan a colaborar ofreciendo el dinero que les corresponde. Tienen sus razones, por supuesto; “lo
nuestro es nuestro y no lo queremos compartir”.
Y
mientras se suceden las reuniones y acuerdos en negro o en blanco, para
llenarse los bolsillos y tejer las preferencias presupuestarias, me gustaría
resaltar un ejemplo que entra como una derecha de Tyson, limpia, en la conciencia, en una mañana
de primavera: el presidente de Adif, Juan Bravo Rivera, tras ver las infraestructuras ferroviarias
de Extremadura comentó, sorprendido y atónito, que “es inexplicable la situación ferroviaria que vive Extremadura, no tiene explicación”, en relación
al olvido, al abandono, que sufre la región más abandonada del estado. Y es que la renta per cápita de las comunidades más desarrolladas duplican a la extremeña. Extremadura es una
región que aún sigue recibiendo fondos europeos para construir hospitales,
institutos, infraestructuras. Y es que Extremadura, a falta de AVE y de aviones, camina gracias a Europa ―fruto de la inoperancia política―. No posee trenes eléctricos, ni una red convencional
de trenes RENFE, de media y larga distancia, y el trayecto desde cualquier
punto de Extremadura a Madrid, si no vas en coche, es una auténtica odisea. Prueben
a verlo, a vivirlo. Las últimas reformas ferroviarias en las distintas comarcas de
Extremadura se hicieron gracias a los fondos FEDER y fueron en tramos parciales.
No hay planificación a la vista para conectar a Extremadura con la capital, ni
con Puertollano ―un punto crucial y estratégico que conectaría a la comunidad
con el Levante―. Y esto es lo que ocurre cuando se abandona una región, cuando se favorecen a otras. Los daños colaterales son consecuencia generalizada y palpable de las
políticas reales, una ceguera consciente con una indescifrable línea de irresponsables políticos.
Pero tranquilidad, que en las noticias hablarán de los mismos, y si Rajoy
suelta, por arte de magia, “Extremadura”, será solo una ilusión.
Voten
de nuevo al PP, que no se les torcerá el gesto si tienen que favorecer a los
que más tienen, y luego te la darán con queso, hablando de España, de patria, que si es una
y tal y cual y blablablá...
B S
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