Vistazos (I)
![]() |
Kobane (Siria) |
En Siria siguen los bombardeos. Las grandes potencias del mundo se han entrometido de lleno, a hurgar en la herida, en una nueva fase con imágenes de regustos vintage que rememoran interesadamente el cuadro de la Guerra Fría. Todos los hurgadores coinciden en el mismo punto; van a defender la paz, a colaborar con el pueblo sirio. Así, aparece el desfile, uno detrás de otro, aunque a la hora de la verdad, el establishment va con la diáfana bandera de los Derechos Humanos y la Libertad. Al-Ashad, el dictador sirio ―que no quiere dejar de serlo― se aferra y se abre y se vuelve a vender a cualquiera que le suministre un mísero apoyo militar o balístico para acabar con el Estado Islámico. Él solo no puede, quizás haya hipotecado el cuello de Siria. Queda en pie una reflexión: nadie va a combatir a una guerra a cambio de nada. Lo que pasa de puertas para adentro, en el palacio de Al-Ashad, es otra historia a descifrar. Los dictadores no son de fiar, es lo único que podemos anticipar. Mientras tanto, Europa no quiere, ni por asomo, refugiados en sus aceras.
![]() |
Donald Duck Trump |
En ladridos
Donal Trump, el nuevo abrupto de la política, parece coger fuelle para ser el posible candidato republicano. Está por ver si consigue armas suficientes para que sus falacias calen en el grueso de la sociedad y tenga opciones reales de pisar la Casa Blanca. En sus mítines ―más un monólogo de un late show que otra cosa―, el lego se desenvuelve con gestos de macho alfa, a la mínima oportunidad. Se despluma cual pavo real en celo, cacarea sobre sus rivales, cuenta chistes. Se desvive de embriaguez ricachona con un tufo incontrolable racista. Cuando acaba el mitin, no sabes qué coño ha pasado, si es ficción o realidad. Acojonante. Se erige El Rey del Mundo al segundo trago. A veces se viene arriba sin beber ―misterio sin resolver―. Trump, más que de presidente, tiene pinta de frecuentar tabernas texanas y polvorientas. Esparce una imagen perenne de estar siempre congelado en los estragos que le profieren la cuarta copa. Se tiñe el pelo, insulta a sus adversarios, expulsa de sus ruedas de prensa a los periodistas. Así, por la cara. La política psicótica en la que se mueve Trump se extiende por el globo terráqueo. En ella se incorpora una nueva extrema derecha que ya empieza a taladrar a los ciudadanos, con las vestimentas de partidos cegados en el patriotismo chatarrero y en la xenofobia de cartón-piedra. Han emergido por toda Europa, ya han pisado el parlamento en los países nórdicos, en Alemania, Grecia, Austria... Con líderes que asoman su esfinge, como podemos apreciar en Marine Le Pen, en Francia, que ha obtenido un potente resultado electoral ―sobre el 25% de los votos―. El reto queda entablado para el futuro inminente, a las expectativas. Esperemos, por el bien de Estados Unidos, de la Humanidad, que las fantasmadas y payasadas de Trump, y las hermandades europeas del mismo corte, queden solo en eso, en ladridos.
Donal Trump, el nuevo abrupto de la política, parece coger fuelle para ser el posible candidato republicano. Está por ver si consigue armas suficientes para que sus falacias calen en el grueso de la sociedad y tenga opciones reales de pisar la Casa Blanca. En sus mítines ―más un monólogo de un late show que otra cosa―, el lego se desenvuelve con gestos de macho alfa, a la mínima oportunidad. Se despluma cual pavo real en celo, cacarea sobre sus rivales, cuenta chistes. Se desvive de embriaguez ricachona con un tufo incontrolable racista. Cuando acaba el mitin, no sabes qué coño ha pasado, si es ficción o realidad. Acojonante. Se erige El Rey del Mundo al segundo trago. A veces se viene arriba sin beber ―misterio sin resolver―. Trump, más que de presidente, tiene pinta de frecuentar tabernas texanas y polvorientas. Esparce una imagen perenne de estar siempre congelado en los estragos que le profieren la cuarta copa. Se tiñe el pelo, insulta a sus adversarios, expulsa de sus ruedas de prensa a los periodistas. Así, por la cara. La política psicótica en la que se mueve Trump se extiende por el globo terráqueo. En ella se incorpora una nueva extrema derecha que ya empieza a taladrar a los ciudadanos, con las vestimentas de partidos cegados en el patriotismo chatarrero y en la xenofobia de cartón-piedra. Han emergido por toda Europa, ya han pisado el parlamento en los países nórdicos, en Alemania, Grecia, Austria... Con líderes que asoman su esfinge, como podemos apreciar en Marine Le Pen, en Francia, que ha obtenido un potente resultado electoral ―sobre el 25% de los votos―. El reto queda entablado para el futuro inminente, a las expectativas. Esperemos, por el bien de Estados Unidos, de la Humanidad, que las fantasmadas y payasadas de Trump, y las hermandades europeas del mismo corte, queden solo en eso, en ladridos.
![]() |
La escena en la playa de Santa Teresita |
El siglo del ombligo
Hace unos días, en Argentina, un delfín ha muerto tras ser hallado por unos bañistas, que no pudieron desaprovechar la oportunidad que les brindaba la espontanea gloria para hacerse selfies con el animal. Hay que hacerse notar en las redes sociales, sobreactuar y constatar el “yo estuve ahí”. ―Sí, estuviste ahí, mirando a la cámara de un teléfono mientras las cosas pasaban por tu espalda―. El delfín murió deshidratado, entre la agonía de las manos de unos y otros, que lo intercambiaban como si se tratara de un trofeo. Preferían tener la foto, tener un like en facebook. Poco o nada les importaba ―les resbalaba― que estuviera vivo o muerto el animal. En el vídeo que circula por internet, y que certifica las grotescas y esperpénticas imágenes, puede verse la emoción de la masa y los gritos excepcionales de varias personas que alertan sobre las terribles consecuencias que acechaban al maniatado animal. El siglo XXI, dicen… El siglo del ombligo.
Hace unos días, en Argentina, un delfín ha muerto tras ser hallado por unos bañistas, que no pudieron desaprovechar la oportunidad que les brindaba la espontanea gloria para hacerse selfies con el animal. Hay que hacerse notar en las redes sociales, sobreactuar y constatar el “yo estuve ahí”. ―Sí, estuviste ahí, mirando a la cámara de un teléfono mientras las cosas pasaban por tu espalda―. El delfín murió deshidratado, entre la agonía de las manos de unos y otros, que lo intercambiaban como si se tratara de un trofeo. Preferían tener la foto, tener un like en facebook. Poco o nada les importaba ―les resbalaba― que estuviera vivo o muerto el animal. En el vídeo que circula por internet, y que certifica las grotescas y esperpénticas imágenes, puede verse la emoción de la masa y los gritos excepcionales de varias personas que alertan sobre las terribles consecuencias que acechaban al maniatado animal. El siglo XXI, dicen… El siglo del ombligo.
BS
Comentarios
Publicar un comentario