Palestina; de la utopía a la fantasía

 Palestina vive el momento más crítico de su turbulenta historia. Los quince meses de bombardeos han dejado a los gazatíes prácticamente sin futuro. A la deriva entre mares de escombros. Los más de cuarenta mil muertos (una cifra sin precedentes en esta interminable contienda) tras el asedio judío, como respuesta al ataque terrorista de Hamás del siete de octubre del 2023, no dejan resquicio a dudas ni a interpretaciones. El ataque de Hamás ha sido la excusa perfecta para que Israel campara a sus anchas y devastara prácticamente Gaza. Se cobra, de este modo, su venganza desproporcionada, su linchamiento televisado, arrasando ciudades enteras de la franja, con civiles y niños de por medio. Un genocidio de libro.

Esto, sumado al desamparo internacional de Palestina, supone, sobre el papel de la geopolítica, cortar de raíz cualquier quimera de cimentar un Estado palestino autónomo porque, además de la guerra sin cuartel que se ha guarnecido sobre Gaza, esta cruzada ha ido acompañada de los asentamientos de Israel sobre Cisjordania; ocupaciones programadas y desproporcionadas de casas y territorios palestinos, condenando a los palestinos a la irrelevancia y marginación.

Si esto no fuera suficiente, la llegada de Trump al Capitolio solo ha servido para echar más sal en las heridas y desnivelar aún más la balanza. El relato parcial e inhumano del presidente de los Estados Unidos ahonda aún más en la limpieza étnica (sin cámaras de gas pero con un éxodo forzado para los palestinos). Un argumentario que ha sido aplaudido con las orejas por Netanyahu. Y mientras Trump fantasea caprichosamente con crear una Riviera Mediterránea en Gaza sin gazatíes, para ricos de todo el mundo, controlado por él, o por el país norteamericano, el resto del mundo contiene el aliento sin mojarse demasiado porque, seguramente, dan por perdido cualquier tipo de negación contra semejante déspota y lunático. Y lo más importante, dan por perdido la viabilidad del Estado palestino, la reconstrucción de Gaza y una hipotética unión futura de Gaza con Cisjordania.

La solución germinal de dos Estados ha pasado de ser una utopía a convertirse en una fantasía. Israel ha sacado músculo, ha dado rienda suelta a su odio y a su sed implacable de venganza, demostrando su influencia militar y su capacidad de aniquilación. Este abuso balístico esconde un mensaje colateral político; a Israel no le importa nada el derecho internacional y los derechos humanos y, por tanto, Palestina, que es un endeble monigote en sus manos, está condenada.

El reloj de arena ha comenzado a gotear granos, la cuenta atrás hacia la extinción. Y a esta perversa contrarreloj solo Israel puede darle al pause. Sin embargo, para Israel, Palestina, es y será un enemigo al que quiere y puede aplastar. Probablemente, después de ochenta años de tensiones, desprecios, atentados y guerras abiertas entre los dos pueblos, una solución pacífica es una alternativa cargada de ingenuidad, inviable. Son dos pueblos vertebrados sobre el fanatismo y el odio. El dominio de Israel en Oriente Medio es indiscutible y el apoyo incondicional de los Estados Unidos subraya ese poder hegemónico del Estado judío en el territorio. Y en esta tesitura de Goliat contra un David herido, magullado y comatoso, Occidente se pone de perfil y ni siquiera los países árabes del entorno quieren implicarse para defender a los aplastados, a los palestinos. La conclusión es clara para todos los actores políticos; Palestina, es hoy, una causa perdida.

BS

 

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