Un nuevo rompecabezas
Las elecciones del día de ayer dejaron varias fotografías. La primera, la del gallego Feijóo, moribundo. El gallego se frotaba las manos confiado, y mientras veía caer la mayoría absoluta del cielo, se quedó corto de votos y diputados. Una victoria amarga. Las mentiras, la falta de valentía, la ausencia en el debate a cuatro, el arrastre de Guardiola para Extremadura en Madrid, y la sensación de vivir de las rentas de las optimistas y desmedidas encuestas, le devolvieron una factura falsa. En el peor de los escenarios, el PP vislumbraba aferrarse al gobierno con una mayoría mínima que podría ser absoluta, tapándose la nariz, con la alianza de Vox, con la vicepresidencia de Abascal. Pero por lo que presenciamos en el palco gris de Génova ayer, con las caras largas y cariacontecidas de Ayuso y compañía, el aterrizaje en la moncloa es un imposible; aquel balcón lleno de caras circunspectas era la constatación de la tétrica escena; más un funeral que un júbilo. No salen las cuentas. En definitiva, en el PP, a pesar de sus 136 diputados, y de pintar el mapa de España de azul, salvo en el País Vasco, Cataluña, Navarra, Extremadura y Sevilla, se quedaron con la cara de pocos amigos. Ser la fuerza política más votada y posicionarse de nuevo como el referente político del centroderecha en la mayor parte del territorio no les permite gobernar de ninguna manera.
El PSOE, por su parte, sobrevive y resiste al supuesto sunami arrollador de la ola de la derecha, del bloque del PP y Vox, que iba a desterrar definitivamente a Sánchez de la política. Sin embargo, la figura del líder socialista sale una vez más a flote. Cerró el recuento de votos con 122 diputados, dos más que en el 2019. Otro capítulo a sumar al manual de resistencia infinito del líder socialista. Eso sí, el gobierno futurible del PSOE depende del pacto con Sumar y del apoyo, por activa y por pasiva, de un conglomerado de partidos de izquierdas y derechas, nacionalistas e independentistas, con lo que, su investidura, no será un trayecto sencillo. Demasiado barro para hacer camino. Un descalzaperros en toda regla. Todos estos datos se asientan en la sensación de que es prácticamente imposible formar un gobierno estable sin arrodillarse a estas minorías, y que es bastante probable, viendo las exigencias territoriales de unos y otros, que votemos de aquí a unos meses de nuevo por el bloqueo de algún partido, más pendiente del enredo que de la política, como el caso de Junts, que ya ha alardeado de que no van a dar ningún paso para que el PSOE gobierne. España y su Estado les importa menos que nada. Este puzzle político, este rebujón de siglas, con tantos partidos minoritarios pidiendo lo suyo para sí y para llenarse su barriga es inviable para hacer una política conjunta progresista de país.
Vox se pega el batacazo y se convierte en un partido aislado y arrinconado. Estas elecciones pueden haber sido determinantes para personificar la deriva de la ultraderecha. A pesar de todo, sigue siendo la tercera fuerza política. Pero no será en ningún caso decisivo para formar un gobierno. Vox ha podido dar el primer paso en estas elecciones para convertirse en un cadáver político porque todos los partidos, a excepción del PP, tienen vetado cualquier pacto con la extremaderecha o en donde se incluya la extremaderecha.
Yolanda Díaz, con Sumar, un proyecto que sale precipitada y prácticamente de la nada, se queda como cuarta fuerza política, rozándole los talones a Vox en votos, y apuntala el suelo de la formación de izquierda. Yolanda podría ser de nuevo vicepresidenta, si el puzzle de partidos se organizan. Ya sabemos que su pacto con el PSOE está hecho y falta por ver si su mano negociadora y crucial con el restos de partidos minoritarios, sobre todos de la izquierda, como ERC, Bildu, o BNG, resulta, porque podría conseguir llegar a pactos puntuales y cruciales para enfocar un consenso político de envergadura para los próximos cuatro años. El problema, en cualquier caso, no es que Sumar busque insistentemente llevar la política a la pragmática y a la izquierda, al consenso, y que sea un partido bisagra para el PSOE y para otras formaciones. El problema radica en los demás partidos, que estos quieran hacer posible un gobierno progresista sin poner por delante sus utópicas pretensiones partidistas y nacionalistas. Porque el partido que se juega aquí es el de llevar la política real, social, de izquierda a cuarenta millones de personas y no de sacar una bandera que representa simplemente a trescientas mil personas para llevarse más del trozo del pastel que le corresponde. Hay un país en juego.
BS
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