TRESCOMENDACIONES (VI)
Leiva, Nuclear (2019)
Leiva no sabe bajar al sótano de la mediocridad
para darle de comer al monstruo de la música.
La última jugada de Leiva recuerda mucho a su penúltimo baile, a Monstruos (2016), como si de una segunda parte se tratara. Diciembre, su primer vuelo en solitario, es un disco sosegado, da la sensación escuchándolo de que en este disco Leiva buscaba demasiado el quinto elemento; Pólvora es un trabajo mucho más crudo, más tripa y corazón y vísceras y piel; mientras que el Monstruos y en Nuclear la música resbala y fluye, ambos tienen un clima y armazón musical parecido. Los mismos sonidos, la misma dinámica, la misma sutileza.
Es un trabajo delicado Nuclear, como todo lo que ha hecho en su carrera en solitario. Es un disco que según las confesiones del propio Leiva, lo ha construido con la ley del imperio de lo mínimo, para que tenga así más esencia, más desnudez. Lo ha escamoteado de todo lo que no sea profundamente imprescindible, desenfundándolo de todo adorno desaliñado, presuntuoso. Sin malabares, sin piruetas, sin recargas innecesarias. Quería hacer un disco de banda, compacto; [batería, bajo, dos guitarras, teclado y voz]. Un disco de medio tiempo. Más pop que rock. Más eléctrico que acústico.
Las canciones que para mí merecen un aparte son: “Lobos”, que es una canción vengativa, rollingstoniana, cabecera. Despierta y destapa la adrenalina. “Nuclear”, la canción homónima, es una canción que funciona perfectamente, que evoluciona, cambia y reevoluciona. Lo tiene todo; emoción, tristeza, swing, cambios, chulería, don de fluir, y melodías exquisitas que te atrapan. “Como si fueras a morir a mañana” es una de mis favoritas, una canción básica de rock, nostálgica, de vieja escuela, con un estribillo que salta por los aires. “Godzilla” es una canción a tres voces, en donde podemos encontrar a Bunbury y a Ximena Sariñana asomando las cabezas. “Costa de Oaxaca” y “El gigante de Big Fish” son dos canciones estelares, lentas, dulces, bellas. No necesita más peso que el de los acordes de una guitarra acústica, el de unos versos increíbles y livianos, que cuentan dos grandes historias. “El gigante Big Fish” cierra el disco y te deja un gran sabor de boca.
Sabina, Lo niego todo (2017)
Lo niego todo es uno de los mejores discos de la carrera de Sabina,
está, mano con mano, con la obra maestra; 19 días y 500 noches
El último disco de Sabina tenía que entrar en Tr3scomendaciones. Es una pieza clave en su carrera. Este dato parecería trivial, manido, pero no, porque estamos hablando de uno de los mejores letristas en lengua castellana de todos los tiempos.
La producción y los ajustes de Leiva son más que evidente. El disco suena a Leiva, recuerda a Leiva, sobre todo cuando percibimos una telecaster chulesca al lado de la voz rota, degrada, devasta y atrayente del genio de Úbeda. También ha contado con la participación, purificación, y los borrones y tachones de Benjamín Prado en las letras. A Sabina le ha venido de lujo trabajar en equipo.
El disco se abre con una canción portentosa “Quién más, quién menos”, que deja claro a los cuatro vientos que este disco va a pisar fuerte. “Lo niego todo” fue el single que abrió la presentación del disco, lleno de parabienes, en donde Sabina repasa, subraya y desmitifica su figura, su autobiografía, como él sabe, con versos de cinco quilates, en una balada llevada por los tecleos de un piano que lo acicalan todo. El videoclip, lleno de guiños hacia su persona, tiene bastante encanto. “Lágrimas de mármol”, saca la vena más roquera de Sabina. Funciona de las mil maravillas, la red eléctrica y la voz y los versos de Sabina van de la mano con una soltura impropia. “Leningrado” es una desconstrucción amorosa, una historia increíble que conecta la juventud con la vejez, los años revolucionarios pasados con las decepciones y añoranzas del presente. Repasa aquellos momentos en los que la izquierda veía en Unión Soviética una alternativa atrayente y convincente, un símbolo de una resistencia, que luego se descubrió precaria, atestada de goteras, de mucho polvo y censura. Es una canción espléndida. La que tiene más magia y originalidad. “Sin pena ni gloria” es otro de los himnos de este disco, y ya llevamos unos cuando. Esta es una canción muy sabinera, con versos muy reconocibles. Y para terminar, “Por delicadeza”, otra canción descomunal, un dueto con Leiva y se palpa que es una canción especial para los dos intérpretes.
En estos días se está celebran el veinte aniversario de su mejor disco, 19 días y 500 noches”. Sabina sacará a la palestra un disco recopilatorio para celebrarlo (algo que no tiene demasiado sentido). Y es más que probable que dentro de un año, Sabina vuelva a un estudio para intentarlo de nuevo. No será fácil superar a Lo niego todo.
Jamie Cullum, Taller (2019)
Con Taller Jamie Cullum se ha reinventado
Jaime Cullum vuelve a las andadas dejando los sonidos más puros y elitistas del jazz para darle coba al british pop y al jazz-pop. Ha lanzado un disco más sencillo, demostrando, con tantas veces, que saber hacer canciones no es una cuestión de ingenio, técnica ni virtuosismo, y tampoco todo lo contrario. Hay que saber darle el toque, ajustar el momento, leer la música.
Vuelve a reinvitarse y a acoplarse a los sonidos melódicos, líricos. Algo que ya indagó y encontró con The pursuit (2009), el disco que revolucionó el gallinero de los puristas del jazz. Pero Taller tiene muy poco que ver con aquel disco que lo lanzó a Júpiter hace diez años. Taller es un disco sin alarderías, sin solos de pianos majestuosos y veloces. Aparca la velocidad para darle cuerpo a las canciones de una manera nueva.
El británico llevaba cinco años sin sacar un álbum con canciones originales. El último experimento de Cullum guardaba más tintes comerciales que otra cosa. El año pasado, preludiando la Navidad, como hacen muchas de las viejas glorias del pop americano cuando beben de la sequía compositiva, sacó The song society playlist (2018), con alguna canción navideña incluida. Un disco con canciones virales y comerciales a las que les dio un par de vueltas, un sonido sobrio y vivaz, de trío de jazz juguetón, y que fue grabado íntegramente en directo, sin trampa ni cartón. No me parece para nada un disco decepcionante, desperdiciado. De hecho, es un buen disco. “I took a pill in Ibiza” y “Uptown funk” salen muy bien paradas.
Taller es más íntimo, reflexivo, sosegado, maduro, poético. Mezcla una acertada y calculada profundidad con ese aire de irreverencia al que nos tiene acostumbrados, que sale a flote en los momentos escogidos.
“Taller”, que es una ironía sobre su baja altura, es también una de las canciones con más peso en el disco. Una canción de amor, dedicada a su mujer. En “Monster” nos relata eso tan cotidiano de sentirse perdido. Tira de funk en “Usher”. Pero los bombazos del disco son dos baladas: “Drink”, que es un canto a la vida y a las cosas importantes, y “The age of anxiety”, una canción que evoluciona con una genialidad tremenda, que nos versa sobre la sociedad actual, tan frenética, individualista y perdida.
Jamie Cullum vuelve más fuerte que nunca y aunque mida 1,68 metros, sigue siendo muy grande.
B S
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