La política trumpificada


La política se está trumpificando. Solo hay que echarle una ojeada a los dos últimos debates televisados a cuatro para percatarse del nefando espectáculo, en que al espectador no le quedó más remedio que reír, que llevárselo a la broma, a la mofa, todo, por no llorar

Estamos en la antesala de unas nuevas elecciones y, posiblemente, estamos ante unas elecciones extrañas y enmarañadas, porque el número de indecisos es el mayor de toda la historia en España. Esta tesitura nos arrastra, y arrastrará, a una rabiosa incertidumbre, a un resultado inesperado. Durante los cuarenta años de democracia, el bipartidismo, con alguna excepción inicial, copó y estableció la política de este país. Pero este año, los diputados van a repartirse en una amalgama importante de partidos y va a provocar que ningún partido pueda gobernar en solitario.

Se saca a la palestra que los debates de este tipo, como los que vimos en TVE y en Antena 3, ayer y antiayer, no sirven para que un espectador cambie su voto. Los milagros no existen, el pescado está vendido, y un país no cambia de la noche a la mañana. Aunque yo creo que el careo entre los principales líderes políticos de alguna manera influirá, y más aun, con tantas nebulosas de dudosos y escépticos. Creo que un votante no cambia su voto drásticamente y vira del PP a Podemos, o viceversa, pero sí que se podría matizar, y que un posible votante del PP puede decantarse por Ciudadanos, y que un votante del PSOE, cambie a Podemos, por ejemplo.

En los debates no se habló de política. Entre tópicos y tópicos, y las fórmulas mágicas con que unos y otros van a arreglar a España, vimos un espectáculo, por momentos, bochornoso; la prueba más evidente del triunfo del trumpismo. Rivera sobresalió, se extralimitó, parecía más un mal actor de comedia que un político, y su último "minuto del silencio", así como el arsenal de fotos y carteles de los que hizo gala desde su atril, apuntalaron su papel de estrafalario personaje; Casado estuvo muy desdibujado y comedido; Sánchez, que era el apedreado, prácticamente, se mantuvo como pudo, y estuvo entrando en los bucles de Rivera y Casado, malgastando tiempo en defenderse de los ataques, sin aportar prácticamente nada; Iglesias fue a lo suyo, a mostrar su programa, a aprovechar el tiempo lejos de los disparates. Demasiado circo y ruido.

El tuit, la testosterona y el discurso fácil vencieron al argumento sosegado e ideológico. Para más inri, está asomando la cabeza un partido que hasta hace unos meses trasnochaba en las sombras, y era tan solo un eco lejano que solo charlateaba de nacionalismo, pistolas y antiinmigración, y que maquillaba, hasta el chiste, la violencia de género, convirtiéndola en una anécdota en el día a día de las parejas. Un partido que va a entrar en el parlamento. Vox, que no estuvo en el debate, está presente, como un mal agüero. Es el partido del odio, de la ignorancia, del hastío, de las vísceras. A Vox le van a votar los amargados, los renegados, los que no creen en la política, los que no creen en su show ni en los actores que lo representan. Un síntoma palmario de que España se rompe. Una persona de bien, que tiene empatía por los más desfavorecidos, que respeta y tolera las diferencias de los demás, no vota a un partido político que vive de las ocurrencias, de los muros, de sacar la bandera más grande y de excluir y estigmatizar a ciertas minorías que componen nuestra sociedad. Pese a todo, va a entrar en el parlamento. Puede que sea incluso decisivo para que gobierne el PP, con Ciudadanos de espadachines (sin descartar a Rivera como el verdadero protagonista de esa coalición).
           

“En los debates no se habló de política. Entre tópicos y tópicos, y las fórmulas mágicas con que unos y otros van a arreglar a España, vimos un espectáculo, por momentos, bochornoso; la prueba más evidente del triunfo del trumpismo”

           
A mí me gustaría valorar y destacar al que ha sido el nombre propio de los debates, a Pablo Iglesias. Iglesias ha encaminado estos dos debates a su propósito. Ha sido astuto. Mientras que Sánchez, Casado y Rivera se enzarzaron y se arrojaron los trapos sucios, llevando los discursos a una guerra sucia, al lanzamiento continuo de dardos envenados, Iglesias mantuvo la compostura. El trío del "y tú mas" no aportó nada sobre el estado que quieren construir, ni sobre las políticas que van a defender. Mucha publicidad de mercadillo, mucha tabarra. Muchos titulares, poco fondo. Sin embargo, Iglesias llevó la pelea verbal a su terreno, y se dirigió, exclusivamente, a sus potenciales votantes, para convencerlos. Buscó al votante de izquierda, comprometido, mostrándose como un político que está dispuesto a actuar, a hablar y a negociar sus propuestas, tendiéndole la mano al PSOE, sobre todo, y afianzándose como un político curtido y creíble. Fue el más claro, coherente y educado. Y eso lo ha revalorizado. Si hay un candidato que sale beneficiado de estos debates enfangados, ha sido, sin dudas, el líder de Podemos.

No hay que olvidar que a los integrantes de Podemos se les ha amenazado con publicar información confidencial y personal si no abandonaban la política. Se han filtrado noticias falsas sobre sus líderes y representantes, que han abierto noticias y periódicos, para ensuciarlos, para desacreditarlos, y se ha llegado hasta las cloacas del estado, donde policías, bajo sucios intereses políticos, han intervenido activamente para sacar a Podemos de la política española. Se ha llegado a piratear las cámaras de seguridad de la casa de Iglesias y Montero, por poner. Y, desde x personas de la élite de este país, se ha llegado a presionar a los medios de comunicación para que no le den bola a Podemos, para vetarlos, hablando en plata. Todo esto solo nos evidencia que la democracia no es lo que elije el pueblo, sino que es lo que ellos quieren que elijas.

Sánchez tiene la ventaja de ser un presidenciable que ya ha sido presidente. Desde su minuto uno, desde su llegada al gobierno tras la triunfal moción de censura que le pateó el culo a Rajoy, sin que este se quejara demasiado, ha vendido equipo, ha vendido su póster de presidente, y ha vendido PSOE. Sánchez sabía que no tenía fuerza para seguir un proyecto de gobierno, porque no le salían los números, pero sí iba a salir en las fotos, sí iba a pisar la Moncloa, y eso tiene un caché. Y se lo ha llevado puesto. Tal es así, que las encuestas le dan un favoritismo inaudito, algo que hace solo unos meses habría sido una utopía. El PP de Rajoy y las luchas internas en el partido con Susana por liderar el proyecto dejó en los huesos al PSOE en las últimas elecciones. Pero eso es agua pasada. En los debates tuvo que defenderse de los ataques indiscriminados de Casado y Rivera sobre el problema con los independentistas y nacionalistas, hasta la extenuación. Se le vio cómodo, pero le faltó pegada, convicción. 

Casado ha estado comedido en los debates pero desatado en sus mítines. El miedo a que Vox le coma una parte importante del pastel, sobre todo por la extrema derecha, le ha llevado a sacar toda la bilis, toda la tralla, focalizando a Sánchez como responsable de todos los males de España, dando lugar a que el candidato popular se muestre con una desmedida falta de naturalidad, exacerbado, e incluso deshonesto. Y si vas a copiar a Vox, los votantes no se quedarán con la copia, sino con el original. Pero el problema (y la solución) del PP es C's, que le está comiendo el terreno por el centro-derecha. El tono conciliador de los debates quizás llegue tarde, pero es la prueba más evidente de que su argumentario hasta hoy, y su ira tajante, les estaban dejando fuera de juego.

Estos debates nos han servido para ver el clima de pantomima de nuestra política y la caricatura de los candidatos. Rivera es el que más ha destacado, para mal. Ha desenfundado la metralleta, no ha dejado títere con cabeza. Ha sobreactuado por encima de lo esperado, rayando una prepotencia insana en bastantes ocasiones, mostrándose con una impaciencia endémica, importunando a los demás durante sus turnos, por activa y por pasiva, con una agresividad cínica e irónica, a partes iguales, que flaco favor le hace. Si durante un tiempo Rivera se convirtió en el cuñado perfecto, el cuñado ansiado por cualquier familia de bien, ahora mismo el único papel que se ajusta a sus medidas es el de cuñogro.

Pero a Ciudadanos le salvan varias circunstancias:

En primer lugar, Ciudadanos va a ser el partido con más publicidad gratuita, con más memes, porque Rivera se lo ha ganado a pulso. La mala publicidad es publicidad.

En segundo lugar, cuenta con una ventaja estratégica, ya que Casado, su rival, y al mismo tiempo, su futuro copiloto de gobierno, durante la campaña se ha mostrado tan extremista y desfasado en sus mítines y discursos, con el fin de cavar la apuesta política de Vox, que ha desatendido la parte de la derecha más centrista, que podría caer en manos de Rivera. 

En tercer lugar, Ciudadanos no tiene las espaldas manchadas de corrupción, como sí le ocurre al PP y al PSOE.

En cuarto lugar, Rivera, en su cruzada  incansable contra el PSOE, está ratificando y subrayando que se erige como futurible presidente del gobierno, siempre y cuando supere al PP. Aunque está por ver que esa cruzada contra el PSOE, al que acusa ciegamente, hasta el ridículo, de apoyar a los nacionalistas e independentistas y de romper España, le haga triunfar, porque es una manera de abandonar posturas moderadas, desprenderse del sentido común y de enrolarse en una posición auténtica de circo, de derecha sin escrúpulos.

Y en quinto lugar, Ciudadanos, con Rivera y Arrimadas, han demostrado que pueden ser la gran sorpresa si tenemos en cuenta los últimos escenarios donde la política se ha puesto en juego. Así lo vimos en Cataluña y en Andalucía.  

Los naranjas cuentan con un inesperado sobresalto del que aún no han echado cuentas; han perdido el centro del que hacían alarde y bandera. Hace unos meses eran socialdemócratas y ahora liberales. Salvo tres leitmotivs (echar a Sánchez de la Moncloa, defender la unidad de España y ser el azote del independentismo y el nacionalismo), no se sabe muy bien qué quieren y defienden. Han radicalizado el lenguaje y han virado a una derecha indefinida. Es complicado que votantes socialdemócratas, progresistas, que antes tenían dudas sobre si votar al PSOE o a Ciudadanos, vean en Rivera un candidato de peso en estos momentos.

Queda un último resquicio que le va a dejar, posiblemente, en la cuneta. Rivera, en los dos debates, no ha sabido capitalizar la figura de un posible presidente del gobierno. Se lo creyó demasiado, se pasó de frenada. Transmitió una euforia desenfrenada que le llevará al precipicio. Convertir la política en una pelea constante de barra de bar tiene un peaje.

Venga lo que venga el 28 de abril, lo único que tengo claro, es que tenemos la democracia que nos merecemos y que tendremos la democracia que queramos. Lo que votemos.

B S

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