El Retrovisor (VIII)


        
EL RETROVISOR (VIII)

El Madrid es un pelele

El equipo blanco, ahora de Zidane (tercera parte), volvió a morder el polvo en Mestalla. Es la primera derrota desde que el técnico francés volviera. El Madrid lleva quince derrotas desde que empezó la temporada. El Valencia, sin alardes, ganó por un 2-1, ofreciendo un partido correcto, defendiendo y atacando, con un director de juego, en horas altas, Parejo, que fue una auténtica brújula, que destacó por encima de los demás, iluminando el juego. Primero Guedes, en la primera parte, y después Garay, cerca de que se le echara el cierre al partido, dejaron el partido entablillado. El gol de Benzema, en el descuento, solo sirvió para maquillar el marcador. El Valencia aspira a pisar la cuarta plaza en la Liga, posición de Champions, se mantiene vivo en UEFA y ha llegado a la final de la Copa. Va con todo. Los ché llevan diecisiete partidos sin perder (récord histórico).
El Madrid no tiene metas, vive con los brazos caídos, aburre a las moscas. No crea ocasiones ni por asomo. Resulta inevitable pensar en la próxima temporada. Se palpa que varios jugadores, de entre ellos, dos o tres de los que han formado parte presencial de los últimos años de gloria, van a tener que hacer las maletas. El Madrid sobrevive en mínimos. Ahora mismo, si juega un partido anecdótico contra la droga, gana la droga.
Zidane, el tercer entrenador de esta temporada, no ha venido a salvar los muebles, sino a reparar, en la medida de lo posible la imagen. Lo repescan para ganar partidos, para no perder por goleada, para que el club no se convierta en una pantomima, etc. Y, sobre todo, para tejer el equipo que dé la cara en la próxima temporada.
Relatemos la historia con temple y ecuanimidad; desde septiembre, el Madrid, lo tenía crudo. El tremendo batacazo que se ha pegado en la Liga, Copa y Champions, no es una sorpresa. Que en marzo se quedara en la cuneta de todas las competiciones era la crónica de una muerte anunciada, aunque precipitada. Que fuera en marzo no entraba en los pronósticos. Lo que no aguanta discusión es que la directiva blanca se confió demasiado, especuló demasiado. Dio por sentado que con los jugadores con que contaban, sin Cristiano, a principio temporada, les daría y sobraba para salvar el año, que no necesitaban refuerzos para competir, para cuadrar los meses de competición.
La puesta de antecedentes fue la siguiente; primero fue Zidane quien desaparece a finales de mayo del año pasado, intuyendo que el barco blanco daba los primeros indicios de hundimiento. Se percató de los excesivos tumbos. Varias semanas después, el diez de julio, se confirma lo que era un secreto a voces, la salida de Cristiano, que voló a Turín por cien millones. El portuguñes ya había dejado el mensajito-bomba después de ganar la decimotercera. No se puede tener menos tacto, tener tan poca consideración. CR7 fue un auténtico maestro en aguar la fiesta de la decimotercera y preponderarse a sí mismo por encima del equipo.
Pero el problema de los merengues no era que CR7 saliera por la puerta de atrás, como un villano (algo que se ganó a pulso), el problema era que el equipo perdía a su jugador más resolutivo y no encontraron a un sustituto de entidad, un delantero que paliara la fuga de goles. Resultaba ingenuo creer que el Madrid tuviera el mismo éxito que en años anteriores teniendo una escuadra más limitada.
Por hache o por be Florentino no fichó. La excusa más creíble es que el mercado futbolístico está sobredimensionado y se paga una millonada astrológica, no por jugadores sobresalientes, sino por jugadores notables, de clase media. Los goles deberían recaer, por tanto, en nombres como Bezema, Bale y Asensio. Esa fue la apuesta. Isco, que nunca ha sido un fijo en el once inicial, ganaría protagonismo, gracias a Lopetegui. Se esperaba, con ansia, su eclosión (como la del 11 galés, que tendría que convertirse en uno de los líderes del club, y la de tantos otros, como Asensio). Quedaba, además, una buena tanda de jugadores, considerados de segunda fila, como Ceballos, Llorente, e incluso, a Mariano y Brahim, fichados a última hora, rescatados para la causa, que dispondrían de minutos para reivindicarse.
A Lopetegui le llegó su oportunidad de oro. Se dice que solo una vez en la vida te cae del cielo la oportunidad de dirigir un equipo todopoderoso, de entrenar al Real Madrid. Luego vimos que no era oro todo lo que relucía, precisamente. El ex entrenador de la selección nacional, entró por la puerta de atrás y acabó saliendo por la puerta falsa, tres meses después de rubricar su firma (quedándose, para mí, injustamente, sin poder llevar a la selección española durante el Mundial por darle el sí a deshora a Florentino). En fin. Todo mal. Pese a todo, Lopetegui, en ningún momento consiguió poner la maquinaria blanca en funcionamiento (¿quizás porque no era posible?). La respuesta por parte de la directiva fue la de parchear el problema, parchear al entrenador. Y a rey muerto, rey puesto.
Solari se puso a los mandos de una plantilla que lo había ganado todo, un plantel borracho de éxito, que en los últimos meses (no solo con Lopetegui, también con Zidane) jugaba los partidos con el peso de la desidia pegada a la espalda. El tiempo pasa, los años pesan, acostumbrarse a ganar es un mal muy frecuente y la inercia de las vitorias desaparece pronto. Solari levantó los ánimos, trajo una nueva alegría, si bien, se mantuvo la irregularidad, un dudoso fútbol, una dinámica de resultados y juego que seguía la estela de Lopetegui y de los últimos meses de Zidane. Cabría preguntarse, ya entonces, si los males endémicos del Madrid era del entrenador o de los futbolistas. Poco a poco, Solari consiguió inyectarle más personalidad y optimismo al vestuario, logró encadenar varios partidos dignos, algunos buenos. Se forjaba de nuevo la identidad ganadora. El argentino le recortaba puntos al Barça, jornada tras jornada, pasaba por encima del Atlético en el Wanda, y, se mantenía con vida en Liga, Copa y Champions. Estábamos en febrero y se podía creer. Los madridistas se ilusionaron, empezaron a ganar fe, a conjeturar que su equipo era capaz de volar alto y tenían la prueba en las tres últimas Champions.
En cualquier caso, la trayectoria en el equipo blanco irradiaba demasiadas señales de decadencia, de desgaste. El butrón llegaría más pronto que tarde. Pero la caída del equipo merengue no ha sido por un mal día, simplemente. Dio indicios con el Girona de que flaqueaba (le pintó la cara en el Bernabéu). En el partido de ida contra el Ajax, ya estuvieron con la soga al cuello, aunque fue uno de esos partidos de los que, los equipos grandes, salen vivos, con un premio inmerecido (de hecho, se llevaron la victoria, por 1-2). Pese a todo, le aguantaron el pulso al Barcelona en la ida de Copa, con un 1-1, con un fútbol digno. Pero durante los días finales de febrero el castillo de naipes se desvaneció por completo.
El Barça subsanó las semifinales de Copa goleando en el Bernabéu, por 0-3, sin dejar un buen sabor de boca. (¿Te puede dejar mal sabor de boca un 0-3 en el Bernabéu?). El Madrid dio la cara, ese fue el consuelo, si es que lo hubo. Al Barcelona le sobró con mostrarse, con un Messi sin tino, al que le bastó con ponerle tres balones dignos a Luis Suárez para llevarse el partido. El Barça contaba con Luis Suárez y el Madrid no. De nada le sirvió al Real tirar cien veces a puerta. Vinicius le puso entrega, pero la escasez de gol hizo aparición como nunca antes.
Tres días después del batacazo copero, en el Bernabéu, en el mismo escenario, el clásico se repetía. Esta vez era un partido de Liga. El Barcelona, por segunda vez, en el Bernabéu, les dejó sin respuesta. Esta vez, un gol de toque exquisito de Rakitic, y dejar después el partido en modo (auto)control, pausado, le bastó, a Messi y compañía, para sentenciar una Liga que hacía meses que empezó a vestirse de blaugrana. El Madrid recibía otra puñalada, se desangraba, en su casa. En tres día decía bye bye a dos competiciones, el Barcelona le mandaba para casa.

Solari estuvo desde el principio en la cuerda floja. La cuerda empezó a menguar, a pender sobre al abismo; un Barça normalito, sin alardes, había dejado al aire las vergüenzas de Florentino. Y en el peor momento de la temporada, llegó el Ajax, tan incrédulo como desafiante, al Bernabéu, para asestarle el golpe definitivo; una goleada histórica, por 1-4, (además, con justicia, todo hay que decirlo). Nunca al Madrid le habían dejado con semejante marcador en un partido de Champions en casa y hay que remontarse a la temporada del 55 para ver al Madrid perdiendo siete partidos en casa durante una temporada. Yo no recuerdo un Madrid tan estrepitoso, sin aspiraciones a nada a principios de marzo.
El Madrid ya, entonces, tenía el año perdido, el año en blanco. Vacaciones después de Navidad. Creo que Lopetegui, y más si cabe, Solari, han sido víctimas de una planificación deportiva nefasta (aunque a toro pasado es muy sencillo valorar las situaciones). Solari premió a los jugadores que más se habían esforzado, a los que corrían, a los que dieron la cara. Solari solo tenía en cuenta la entrega y las piernas. Su gestión sobre los méritos no admite discusión, pero no ha sido suficiente para levantar a un equipo carente de gas, a un equipo que cuando le han apretado las tuercas, ha mostrado su verdadero rostro, la de un equipo furibundo, lejos de las primeras líneas de la élite futbolística. Solari se sentó en un banquillo envenenado, contaminado, por muchos motivos. Aun así, se atrevió a manejar el timón en mitad de la tormenta, ha sido valiente, dejando fuera del equipo a pesos pesados y castigando las faltas de respeto. Lo que propició que tuviera sus más y sus menos con varios jugadores, y en especial con Isco. Murió con sus ideas, cayó con dignidad. 
Y por tercera vez, a tapar la fuga, porque ya acechaba la inundación y estaban con el agua al cuello; cambio de entrenador. Otra vez Zidane. El técnico volvió a pisar Valdebebas nueve meses después de que anunciara que dejaba su cargo como entrenador por cansancio y por verse incapaza de reconducir el rumbo de un equipo que no competía. La diferencia de este Zidane del 2019, del primer Zidane que llegó al Madrid hace tres años, es simple; las tres Champions le han dado el derecho para manejar la plantilla a su antojo y la autoridad para marcar las altas y las bajas. Le toca solventar la papeleta; limpiar, filtrar y construir el Madrid de la temporada que viene, como ya hemos comentado.
Lleva tres partidos en esta odisea que es la parte final de la temporada, sin ningún tipo de meta. En su primer partido como técnico, el equipo cumplió. Le ganaron al Celta por 2-0. En el segundo partido de la era Zidane, los blancos se veían las caras con el Huesca, contra el último casificado, contra el colista, y el Madrid pasó con más pena que gloria, pidiendo la hora, llevándose el partido por un 3-2, en el último suspiro, un resultado que no le hizo justicia al partido que disputó el equipo aragonés.  El último duelo fue la derrota contra los murciélagos por 2-1.
Para señalar a los culpables del nefasto año del Real Madrid, habría que mirar, en primer lugar, a la Florentineza. Después hay que marcar a un sinfín de jugadores que han menguado por encima de lo imaginable: Bale ha sido un bala perdida, no ha aportado ni goles, ni trabajo, ni actitud; Marcelo, cuando ha jugado, ha sido rebasado por los contrarios con una facilidad pasmosa, rozando el ridículo, dejando la banda izquierda a la intemperie, hecha un coladero; Kroos se ha paseado en varios partidos por el campo, como el que lo da todo por perdido; Benzema lleva el dorsal del nueve pero nunca lo ha sido porque enchufa una de diez; Vinicius es pura entrega, pone al Bernabéu en pie, lo intenta una y otra vez, descara, dribla y regatea, lo intenta y lo vuelve a intentar, no desfallece, recuerda por momentos a Robinho, a Ronaldinho, pero tiene la definición, de cara a portería, del mismísimo Edwing Congo y, para mal de males, se lesionó en la noche más trágica, el día en que el Ajax dinamitó la capital (si queda alguna noticia positiva, salvable, este año para el Madrid, es el descubrimiento de la figura del joven brasileño, y sobre todo, lo que puede llegar a ser); y Modric, el flamante y extraño balón de oro, a pesar de toda la clase que atesora, de todo el desgaste al que se le ha sometido, porque ha currado como pocos, ha estado muy lejos de ser el mejor Modric.
Después de la crítica, de la opinión, que es gratis, habría que refrescar el pasado reciente, dejarla encima de la mesa, valorar lo que este equipo ha hecho. Conviene no ser despiadado. Hablamos de un equipo histórico, que ha conseguido levantar cuatro de las últimas cinco Champions. Es de merecida justicia recordarlo. Resulta muy sencillo cortar cabezas cuando se pierde y la gente tiene poca memoria. Quizás por eso, por los triunfos del pasado, este ha sido un año de gracia para muchos jugadores del equipo blanco, jugadores que el año que viene tendrán que buscar un nuevo destino. Para muchos de ellos, el Madrid, la alta competición, les queda grande.
Ya la Champions del año pasado fue una de esas proezas que salen de la lógica, como la que ganó el Chelsea de Torres, o la del Oporto de Mourinho, por poner dos ejemplos, porque los blancos fueron irregulares a más no poder, imprevisibles. En el fútbol no siempre gana el mejor, y una competición que se resuelve por eliminatorias, a las que hay que llegar por méritos (una cosa no quita la otra), obviamente, existe un cierto margen para la sorpresa. No hay que olvidar, que en Liga, acabaron a diecisiete puntos del Barça y que esa irregularidad es manifiesta en la última década en las disputas domésticas (se han llevado dos Ligas de las últimas diez y cuatro Copas en los últimos treinta años [el Barcelona, en esos años, ha gando ocho Ligas y nueve Copas]). Las Champions, en el Madrid, han tapado muchas carencias, y al mismo tiempo han silenciado muchas bocas. Y es que ganar la Liga de Campeones lo soluciona todo.
Al Madrid siempre le quedará el consuelo de que sigue siendo en Europa el más laureado, que ha vivido en sus carnes un lustro de éxito inolvidable, que se ha quedado a unos pasos de igualar algo impensable, que quedaba en blanco y negro, que parecía una utopía; la proeza de ganar cinco orejonas consecutivas, la gesta del mítico Di Stefano.
El desmantelamiento en el club será inevitable, si quieren pelear los títulos la próxima temporada. Aunque no será total, sí dependerá de lo que decida Zidane. El Madrid cuenta con destellos de luz en la oscuridad; cuenta con una serie de jugadores con mucha proyección, atesora juventud, una nueva generación que puede llevar al Madrid a lo más alto de nuevo. Todo eso está por ver.


El Atlético se cae de Europa y el triplete va a por el Barça

Fue una pena arrolladora que el Atlético de Madrid perdiera por 3-0 ante la Juventus de Turín, después de llevar un colchón de dos tantos, después de dejar aquellos dulces sabores, aquel 2-0 del Metropolitano, en aquel partido mágico, en aquella noche en la que el Atlético se convertía, por derecho propio, en un fiable candidato para la Champions. Este año, como viene siendo habitual, los colchoneros soñaban con su primera Champions, que además, iba a disputarse en su estadio. Habían atado a Griezzman para eso, habían fichado a Costa y a Morata para tal fin, para mirar de tú a tú a cualquiera. No había mejor año que este para levantar un trofeo que se le ha escapado históricamente de los dedos en los últimos segundos. El fútbol ha sido cruel con el Atlético, le debe una Champions, pero tendrá que volver a resignarse y a esperar un año más.
Tuvo que ser Cristiano, el ex madridista, el acaparador de selfies, precisamente, el artífice de la remontada, el que dejara un hat-trick de leyenda (negra para los atléticos). No se quitó la camiseta y no se puso en modo gilipollas on mostrando su musculatura. Dejó otros gestos para la hemeroteca, de dudosos gusto. CR es así; mucho gol y poca clase. En cualquier caso, CR hizo acto de presencia de manera oportuna, en el momento oportuno. Le dio la ansiada remontada a la Juventus, un equipo pupas en Europa, sobre todo en las finales, que también lleva años acariciando el trofeo de los trofeos y quedándose con la miel en los labios (la Juve tiene dos orejonas en sus vitrinas, y ha perdido siete finales). Y el 3-0 no fue, para nada, una sorpresa. La decepción atlética se produce por el cómo; el Atlético fue a Turín a defender; no tiró entre los tres palos, no le disputó el partido en ningún momento. Costaba reconocer al equipo rojiblanco, que si por algo se ha caracterizado, ha sido por pelear como jabato.
La Juvetus hizo el partido que tenía que hacer. No fue un partido que saliera rodado, fue un partito que ganaron porque querían ganarlo. Dominó de cabo a rabo, se fueron al descanso con un 1-0, cumpliendo con el marcador. Con otro gol iban a la prórroga. Pero el martillo pilón, CR7, desbarató todas las ilusiones rojiblancas, porque el que pelea, dispara reiteradamente, y quiere ganar, salvo excepciones, gana. La segunda parte fue más Juventus. De una forma natural, los de Allegri le endosaron el 2-0 y el 3-0, mientras el Cholo asistía a una de las noches más aciaga que los rojiblancos recuerden. Se vuelve a corroborar que la defensa atlética, como vimos, no era infalible, y que defender un resultado suele ser un mal planteamiento para un partido. El que juega con fuego acaba quemándose. El Atlético fue eliminado por incomparecencia; fue un equipo superado, asustado. La Juve fue a por todas, no estaba dispuesto a firmar todo aquello que no fuera pasar de ronda.

El Barcelona tiene a tiro otro triplete histórico. Sería la tercera vez en los últimos tiempos que firma una temporada redonda. Para que nos hagamos una idea de lo que supone un triplete, para empezar, el Madrid, en su historia, en más de cien años de existencia, nunca lo ha conseguido. Quizás se le escape la Champions, porque es un torneo en el que un partido regular, o un gol en contra en casa, puede sentenciarte. Tiene la Liga más que amarrada y el Valencia tendría que dar una de esas sorpresas a las que la razón no da mucho crédico. Está claro que a partido único el Valencia tiene calidad para darle un susto, pero el Barça, sacando el 80% de su fútbol, puede endosarle tres goles y que nadie de este mundo se lleve las manos a la cabeza.
Messi, un año más, está firmando unos números prodigiosos, y si él lo desea, puede llevarse la bota de oro y el balón de oro. Pero Messi, a diferencia de otros jugadores, no es ambicioso, no piensa en sí mismo, y asiste goles que podría hacer él, deja que otros jugadores necesitados de gol y confianza tiren los penaltis. Mientras el diez argentino esté presente, los barcelonistas pueden dormir tranquilos.
Los culés solo han tenido dos tropiezos en los ultimos veinte partidos. Sin embargo, cuando les tocó arremangarse, contra el Madrid, en Liga y Copa, y contra el Lyon en Champions, pusieron la apisonadora en marchar. Al Lyon le cayó un 5-1, y frente al Madrid, en el Bernabéu, por dos veces consecutivas, fue más que suficiente, con un 0-3 en Copa y un 0-1 en Liga, dejando los deberes hechos y ahondando, de paso, el pozo del eterno rival, arruinándole el futuro a Solari como entrenador blanco, y dejando a varios jugadores en la estacada, en el ojo del huracán.
El equipo de Valverde no enamora pero muestra una solidez incontestable. Tiene un año más el doblete de Liga y Copa en la mano, aunque este año, la Champons es el objetivo prioritario. Porque en un equipo donde pelotea Lionel Messi, la exigencia es máxima. No se baja del sobresaliente. Y es tal la mirada sobre el horizonte, las expectativas ganadoras, lo mal acostumbrados que están los barcelonistas, que no conquistar la Champions, no hacer un triplete, sería dejar un año con un suficiente ramplón. Muy bien se han tenido que hacer las cosas en los últimos años para que un triplete forme parte del imaginario blaugrana como un hecho cotidiano.


NBA

La temporada regular está a punto de acabarse y ya se pueden anticipar los playoffs. Sigo pensando que Golden State Warriors va a ganar sin dificultades un nuevo anillo. Los Warriors ya ganaban anillos cuando el big three estaba sustentado por Stephe Curry, Klay Thompson y Draymond Green. Pero es que a un equipo coloso, que lideraba la NBA, tenemos que sumarle dos nombres que serían la pieza angular en cualquier equipo; Kevin Durant y DeMarcus Cousin. GSW tiene el mejor equipo de la historia de la NBA, con cinco titularísimos, cinco All-Star, que van a barrer a cualquier equipo que se le ponga en frente. Denver, el equipo del que nadie habla, el equipo en el que nadie cree, ha pesar de que es la sorpresa de la temporada, me cuesta incluso verlo de finalista de conferencia, me cuesta verlo por encima de los Houston Rokects, con los que seguramente se van a jugar las semifinales de conferencia si todo sigue su curso. Hardem, que está firmando la temporada de su vida, tendrá la oportunidad de disputar de nuevo los playoffs, pero esta vez, si se junta con CP3,  si a Houston no le asola ningún sobresalto, en forma de lesión, será un equipo duro de roer. Y es que la mala suerte le visitó en los momentos importantes de la temporada pasada. Paul se perdió las finales por lesión. Si no hay novedades, podrían darle más de un susto en una hipotética final de conferencia a GSW, porque ya lo hicieron temporada pasada, aunque no debemos pasar por alto que los Rockets no han encotrado la regularidad. Pero sorpresas te da la vida.
Hay varios equipos que apuntan alto; los Bucks y Toronto, los líderes de la Conferenica Este, son equipos con mucha solidez. De hecho, han ganado más partidos que los GSW en la temporada regular. Toronto, como ya comentamos en el anterior Retrovisor, se ha reforzado con nombres interesantes, como Marc Gasol y Jeremy Lin. Los Bucks, por la parte que nos toca, han añadido a Pau Gasol, aunque todo apunta a que tendrán un papel residual. Los de Milwauke dominan los partidos. Además, el griego Antetokounmpo (Anteto, por arriba, te la meto), que es ahora mismo el mejor matador de la NBA, que machaca con una facilidad innata, va a hacer todo losposible por el anillo.
Y tras los favoritos quedan varios equipos que no han cumplido con las expectativas y que llegan a los playoffs cargados de dudas. Los Thunders son los que más se han desinflado en los últimos meses, y eso que han estado merodeando el tercer puesto en su conferencia. Boston y Philadelphia son dos equipos portentosos que tienen mucho potencial pero que no lo han demostrado en temporada regular. Todo apunta a que se verán las caras en la primera ronda de los playoffs. Los Blazers es otro equipo destacable, pero es un plantel que sigue estando un escalón por debajo del podio y el año pasado los playoffs les quedó grande.
El mayor handicap que tienen los Warriors es que ya han ganado tres anillos en las cuatro últimas temporadas, que viven desde hace años en la cresta de la ola, y los Bucks, o incluso Toronto, quieren ganar un anillo, y tienen la fe y la ilusión para ganar un anillo, por el que van a darlo todo, y que les va a saber a gloria si lo consigue. Y ya sabemos que la fe mueve montañas.
Y para terminar, me gutaría dejar algunos apuntes sobre el MVP y ROY. El mejor jugador de la temporada ha sido sin duda James Hardem. Lo de La Barba este curso ha sido una barbaridad, con unas registros anotadores brutales, promediando 37 puntos. Unos números que vemos en nombres como Michael Jordan o Wilt Chambelain. Se le tacha de mal defensor, de lento y se infravalora lo que hace. Pero lo que no es discutible son los números. Aunque habría que resaltar varios datos curiosos. En primer lugar, que la NBA de hoy no es la NBA de hace unos años, de los 90 o de los 80. Se ataca más, se mete más puntos y se defiende, digásmoslo, para ser sutil, de otra manera. Se tira obsesivamente de tres. Esto podría ser un peligro en sí, porque reducidía el juego a un acto mecánico. En segundo lugar, también es llamativo, que, históricamente, es frecuente que los equipos que han tenido a un jugador que ha acaparado el juego en exceso, como es el caso de James Hardem en los Rokects,  actualmente, o como ha pasado con otros tantos, no han tenido finales felices. Así lo hemos visto con los años de más anotación de jugadores como Michael Jordan en los ochenta, los Philadelphia de Allen Iverson,  Kobe en su mejor temporada con Lakers, e incluso con las temporadas más anotadoras de Wilt Chamberlain (la lista es interminable). No siempre ha coincido ser el máximo anotador de la temporada con ser MVP, aunque resulte extraño. Estos equipos, a pesar de que contaron con el MVP en sus filas, no  siempre ganaron el anillo (Wilt Chamberlain, a pesar de su dominio en el juego, por ejemplo, solo ganó dos anillos en toda su carrera). De hecho, en los últimos veinte años solo seis jugadores fueron MVP y campeón de la NBA (30%) en la misma temporada (Curry, LeBron (2), Duncan, O'Neal y Jordan). Y esto se debe a un simple hecho; el baloncesto es un deporte de equipo. Ser un anotador brutal, acaparar el juego, no va de la mano de ganar la NBA.
Con el premio al Novato del Año (Rookie of  the Year), la carrera está a punto de acabar y solo nos quedan dos nombres; Doncic y Young. Doncic ha sido más regular, ha demostrado una soltura y solidez impropias, y tiene mejores números. Ha sido un jugador vital en Dallas (un equipo que ha ganado más partidos que Atlanta), y han tenido el horizonte de los playoffs abierto por momentos, hasta bien entrada la temporada. Los Mavericks han competido. Yo me decantaría por el esloveno, valorando todos los contextos. Pero Young, aunque ha ido de meno a más, ha causado más impacto en la NBA en los últimos meses, se vislumbra a gran jugador con margen de mejora. A Young le ayuda que está en los Hawks, un equipo que ha estado en coma desde el principio de la temporada, y como ocurre con Booker en los Suns, lideran a equipos sin aspiraciones. Ser protagonista de un equipo perdedor tiene menos mérito.

B S

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