La Fe en un Relato

Fidel Castro en 1974


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La Fe en un Relato

“Una nación es la fe en un relato”, escribió Tomás Pérez Vejo en España imaginada. Fidel Castro no se inventó Cuba, pero sí le dio cuerpo y forma a la política cubana tras el éxito de La Revolución. Fue nombrado primer ministro en el año 59. Vivió a cuerpo de dictador desde entonces, el resto de su vida. Antes de claudicar, le dejó a su hermano los cabos atados, para que siguiera la dinastía. No le salió mal la jugada. Los Castro llevan chupando del bote más de cincuenta años.

Los dictadores, los regímenes autoritarios, e incluso los gobiernos que salen tras las urnas y los recuentos de votos cada cuatro años, siempre crean un imaginario para darle sentido a sus aciertos, y sobre todo, para cargar en otros sus desaciertos. Franco, cada vez que en España había escasez de agua y alimentos, culpaba al clima y a la economía internacional. “Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario” soltó Castro en su discurso de 1958. “En Cuba no vamos a implantar el comunismo”, soltó años después, en una entrevista en los Estados Unidos, después del triunfo de La Revolución. “España es una grande y libre”, soltaba Franco, a menudo.

Castro ha sabido justificar como pocos su dictadura y su revolución, sacando siempre a colación el bloqueo que Estados Unidos estableció en la isla. Un bloqueo que ahogó la economía cubana, y que choca, frontalmente, con los Derechos Humanos. De eso no tenemos duda. Aun así, Cuba, sobrevivió con más pena que gloria. Hasta que recibió el flechazo definitivo, para mal de males; la caída del bloque soviético y la desintegración definitiva de las motas de aquellos países comunistas que se repartían por el mundo. Cuba se quedó sin instrumentos y sin compañeros de batalla. En el ideario colectivo, el comunismo comenzó a ser sinónimo de dictadura. Quedaron varios países, a la deriva, vestigios utópicos, esperpénticos y deformados, anclados en los años 60 del siglo pasado, desconectados del mundo, del sistema; Cora del Norte; más tarde, guardando las distancias, la Venezuela bolivariana de Chávez; y el comunismo de China, que es una excepción, porque cada día es más capitalista.

Nunca realizó Fidel una autocrítica severa sobre la gestión de Cuba. Sí solía desmigar en sus charlas las flaquezas del capitalismo, sus desperfectos, y la soberbia de Norteamérica. Siempre estaba predispuesto para el debate ideológico. Sobre las posibles alternativas ante el marxismo fijado a fuego por él mismo: cero. Todo debía pasar por el aro de la revolución que había creado a su imagen y semejanza. Lo demás era arrodillarse ante los Estados Unidos.

Durante sus comienzos tuvo el apoyo de parte de las élites culturales de Latinoamérica. En los años sesenta y setentas, Fidel era un símbolo libertario que alentaba a los disidentes del franquismo, de Pinochet, de Perón, y de tantos otros. Con él resurgía la idea de que era posible quitarse las cadenas de los autoritarismos. La prueba refutable, tangible, de que se podía dejar a un lado los saqueos y manejos de los Estados Unidos en Latinoamérica, que había cabida para el comunismo.

Para propulsar su revolución, se sirvió de la bandera de un mito que trascendió más allá de lo imaginable políticamente; el mito del guerrillero más famoso y globalizado de la historia; el argentino Che Guevara; una de las armas propagandísticas más puntiagudas y fiables de la que se han nutrido los Castro para cegar su penosa realidad ―la de la pobreza, la del sometimiento, la de la escasa ración alimenticia diaria―, para mantener los cimientos de su dictadura particular. Igualmente, le dio arrojo universal, pundonor. Y se apropió también de la palabra resistencia, una resistencia que era una condena para sus habitantes. Fidel le dio la espalda a los Estados Unidos, y aunó a todos aquellos sectores que no creían en el capitalismo y que se abrazaban a las utopías socialistas. Nunca cesó en retroalimentar el odio ante el todopoderoso gigante económico y sus secuaces. Para muchos seguidores de la estrella roja, aquello era, simplemente, dignidad. Para los suyos fue siempre pobreza. El ex dirigente cubano no ha parado de lanzar dardos envenenados, incluso cuando Obama quiso acercar posturas, dialogar. Su hermano, Raúl, aprendió bien la lección: ni un paso atrás. Muchos cubanos, observan con resignación, que la fanfarronería castrista y el encabezonamiento no tiene fin, y que la posibilidad del cambio, no existe.

A menudo, aquellas personas que apoyan o han apoyado el discurso de los Castro, obvian que en Cuba solo existe un partido, el Partido Comunista, que si eres un disidente, acabarás en la cárcel, que existe la pena de muerte, y que la libertad de expresión, en las dictaduras, brilla por su ausencia, se censura, por las buenas, y por las malas.

El caso de Cuba no tiene parangón. En él se disuelve la gloria de una revolución que sirvió de ejemplo a toda Latinoamérica. Se atisbaba como un desafío ilusionante frente a los poderes fácticos del capitalismo, frente a las desigualdades que generaba. Cuba demostró, a pesar del bloqueo económico, que se podía estar de espaldas a la gran potencia mundial, esa a la que le gustaba meter los dedos en los asuntos de los demás. Se podía estar de pie, aunque fueras pobre

En un mundo globalizado, cortar por el marxismo, era una carretera secundaria en que no sabías qué ibas a encontrar. Si oteas la mirada al horizonte del pasado cubano, te encuentras la dictadura de Batista, la Cuba-Casino para los gringos, con las calles enredaderas de mafiosos, drogas y prostitución, de analfabetismo, de las corruptas y altas esferas con las cuentas bancarias en el extranjeros... Fidel ofreció respuestas, derechos y educación, aunque no deja de resultar curioso que después de participar activamente en derrocar una dictadura, acabase montando otra

El principal engaño de aquello que Castro bautizó como “la revolución” comenzó a fraguarse cuando, el poder del pueblo, por y para el pueblo, derivó en la dictadura impertérrita de un sujeto. En la entrevista que mantiene con Oliver Stone, en Looking for Fidel, cuando este le interroga sobre la de años que lleva en el cargo, el ex mandatario cubano deja unas impresiones muy propias: "yo no estoy en el poder, es el pueblo el que está en el poder". Y no se cataloga como un dictador, o un caudillo, sino como "una especie de jefe espiritual".

Ha sido uno de los dictadores más tozudos, inteligentes y carismáticos que han existido. Siempre se le tildó de pragmático, frete al Che, al que se le consideraba un idealista. Cuba fue el sueño dorado de los comunistas ensimismados, un sueño que la realidad ha oscurecido con sus verdades que caen como losas: sin libertad, el socialismo es una excusa barata. Como ha comentado Pablo Iglesias, ante la noticia de la muerte de Fidel Castro, “con sus luces y con sus sombras, se va un referente de la dignidad latinoamericana”. Vargas Llosas, que comulgó con él en sus años de juventud, pero que no tardó en desmarcarse, ha apuntado que "a Fidel no lo absolverá la historia". La Habana llora, Miami se desmadra. Cara o cruz.

Sin él, sin su legado, sin su influencia, la segunda mitad del siglo XX de Latinoamérica, habría sido otra.

B S

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