Cuando la Política es una Feria...




____________________________________
Cuando la Política es una Feria, los Feriantes la Montan


La victoria de Donald Trump es alucinante, entre otras muchas tristezas. Después de Bush, y de Obama, Estados Unidos da un nuevo paso quebrado, inesperado, sin lógica alguna, saliéndose del mapa una vez más. Los Estados Unidos han elegido a un personaje incontrolable y brabucón, un soberbio que apabulla, que tira, rápidamente, del gatillo del insulto, del desprecio, y pese a todo, o más bien, gracias a ello, la gente lo ha votado.

Trump ha sido un showman, un tipo que se ha saltado todas las normas de comportamiento, que se ha salido del escalón de lo políticamente correcto, que ha criticado tanto a adversarios políticos como a compañeros de partidos, que se ha burlado incluso de una periodista discapacitada, que ha llamado loser ―un insulto que en EEUU tiene una profundidad y una carga mayor que por nuestras aceras― a Mcain ―por perder como candidato republicano del 2008 y “por dejarse capturar” y estar durante dos años como prisionero en la Guerra de Vietnam―, y, pese a los fuegos, ha conseguido la victoria en las elecciones. Ver para creer... Otra vez.

Trump ha ido a su puta bola, a su puta ley, como un protagonistas de esas películas americanas de acción gratuita tan típicas del cine americano en las que acaba tirarando a los malos malísimos por la ventana. Se ha enfrentado sin ningún tipo de prejuicio a los medios que criticaban su actitud racista, sexista y xenófoba, sus pasadas de frenadas, y pese a los empujones, espaldarazos, salidas de guion, y puntapiés, será el próximo presidente de los Estados unidos. Ha hecho todo lo que, en teoría, no debería de hacer, y además con orgullo. Su desequilibrada naturalidad le ha proporcionado una credibilidad a la que los demás muñecos políticos no han llegado, y con ello, una difusión desbordante. Siempre ha permanecido en el centro de la atención.

Trump ha llegado a soltar en sus mítines que “podría disparar a alguien y no perdería ningún voto”, por no hablar de los coños que agarraba en los concursos de belleza femenina. De todo eso ha salido indemne. En definitiva, Trump, que en cada discurso no pasaba la oportunidad para alabarse a sí mismo, para alagarse diciéndose lo rico e importante que es, ha acaparatado tanto la atención que ha salido beneficiado, se ha catapultado a  sí mismo. La mala publicidad sigue siendo publicidad.

Trump ha conseguido el apoyo de su país porque la gente no cree en los políticos, no cree en el establishment que representan dinastías perpetuas e inagotables, no creen en aquellos que hacen de la política un oficio sin fecha de caducidad, una forma de vida. Políticos que muestran el mismo rasero, la misma forma de actuar y de hablar, clones que repiten las palabras del político anterior, muñecos teledirigidos, sonrisas fingidas, falsas. Interpretan el papel. Hillary Clinton se apuntó uno, de raigambre, un sujeto político que lleva lustros viviendo en esa burbuja en la que se asienta las castas políticas, ese orbe casposo y maniatado, en donde los privilegios van atados a los dedos, solo para una minoría, que están tan lejos de entender y empatizar con los problemas de la gente real, de a pie, que ha provocado esta disfunción del sistema. Sanders era la alterntiva real, en el sentido más extenso de la palabra, sin lobbies y sin máscaras, o al menos, sin tantas, pero no pudo vencer a las marionetas de las salas de mando, las salas de arriba. Y Donald Trump, que es un estandarte del capitalismo más feroz y recurrente, y al mismo tiempo, uno de los ejemplos más punzantes del “sueño americano”, lo ha aprovechado.

Y es que Donald Trump, el mismo que no ha dejado de lanzarle piedras al tejado de Clinton, le financió la campaña hace ocho años, cuando Hillary competía con Obama para encabezar el partido demócrata y ocupar la presidencia. La foto que encabeza este artículo es de la boda de Trump, un momento posterior a las donaciones millonarias. La afable armonía que se percibe es el de la hipocresía, una hipocresía que lo inunda todo en la política. Una putrefacción que ya no pasa desapercibida. Por eso estamos tan hartos, y cada minuto que pasa, dejamos de atender a sus falsedades. Unos y otros, siguen tirando del mismo carro. Esa foto de archivo, nos recuerda lo jodidamente podrido y maniatado que está el sistema. Las altas esferas políticas nos venden promesas ocultadas en una propaganda contaminda, irreal. La política, cada vez más, es un show televisivo.

El bombardeo de los medios sobre Trump, sin duda, le ha beneficiado. Las burlas y críticas, lo han humanizado. Va a pasar a la historia porque ha trastocado y trastornado todos los resortes sobre la vieja política, esa política de apariencia y sentido común. Además, su victoria deja a los nuevos grupúsculos de la extrema derecha de media Europa con los colmillos afilados. También deja muchas reflexiones abiertas. ¿Cómo ha sido esto posible?

Pero que no cunda el pánico. Trump aterrizará en unas horas en la Casa Blanca. Ahora bien, si miras lo que hacen unos y otros, descubrirás que no hay tantas diferencias en cuanto a gestión política se refiere. Hay muchos intereses por encima de los nombres políticos que son intocables. Los presidentes de los países pueden variar las cosas mínimamente. Trump conoce esos fangos, porque ya ha metido el dedo en muchas ocasiones. Los inmigrantes no serán expulsados porque realizan trabajos mal remunerado, oficios que los americanos no están dispuestos a asumir ―como sucede en todos los países ricos―.

Trump es una persona a la que no le dejaría ni siquiera las llaves del buzón, y sin embargo, va a tener acceso a información sensible sobre Estados Unidos en particular, y sobre el mundo en general. Porque no olvidemos que con Obama se destaparon los pinchazos sobre los principales líderes mundiales del mundo. El Nobel de la Paz no sirvió para que paralizara las guerras en oriente, que siguieron su curso, a peor. Obama ha sido un showman también, hablaba con desparpajo, como un monologista, y te olvidabas de lo demás, te olvidabas de mirar por el retrovisor, de ver el humo que se acumulaba a tus espaldas; el rastro de sus promesas incumplidas. Habrá que ver hasta qué punto va a aprovecharse Trump de su nuevo estatus para jugar sucio. Quién sabe, igual nos sorprende.

Cuando la política es una feria, los feriantes se montan en ella.

B S

Comentarios

Entradas populares