¡Qué Manera de Vivir!
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Imagen posterior al gol de Griezman |
¡Qué Manera de Vivir!
Entendamos
lo que ocurre. Paremos las rotativas, un momento, por favor. Hoy se ha jugado la semifinal
de Champions y al Cholo le ha salido cara. Al Atlético de Madrid, en definitiva. Las cosas del Cholo... le sale cara
jugando a cruz. Los latidos de los sufridores.
El Cholo es un tipo que desembarcó en el Calderón para entrenar al Atleti cuando los rojiblancos ya se paseaban por Europa. Pero con la UEFA. Ahora, le ha pintado la cara a los indios. Han resurgido de sus cenizas. Otra historia, vamos. El Atlético de Madrid compite de tú a tú con los mejores; barre al todopoderosos Barça de Leonel Messi, de la Champions, en cuartos, y ahora, deja al Bayern de Guardiola en la cuneta. Por tercera vez en su historia los colchoneros jugarán una final de Champions. Guardiola de nuevo se estrella, a las puertas de la orejona. El Bayern de Pep no podrá coronarse en Europa a pesar del gran fútbol destilado.
El Atlético llegaba al Allianz con la ventaja en el marcador de un solitario gol ―la obra maestra de Saúl―, pero vaya gol. Aquel partido de ida, el plantel germano tuvo, como le gusta a Guardiola, el control del partido, el pase y el ataque, la escuadra y el cartabón. Dieron dos palos, la suerte negada, se empotraron una y otra vez contra el muro defensivo del Atlético. Torres la tuvo, en una contra solitaria, pero el baló dio al palo. Y la cosa se detuvo hasta esta tarde. Quedaba todo por decir, por decidir. La última palabra.
El Cholo es un tipo que desembarcó en el Calderón para entrenar al Atleti cuando los rojiblancos ya se paseaban por Europa. Pero con la UEFA. Ahora, le ha pintado la cara a los indios. Han resurgido de sus cenizas. Otra historia, vamos. El Atlético de Madrid compite de tú a tú con los mejores; barre al todopoderosos Barça de Leonel Messi, de la Champions, en cuartos, y ahora, deja al Bayern de Guardiola en la cuneta. Por tercera vez en su historia los colchoneros jugarán una final de Champions. Guardiola de nuevo se estrella, a las puertas de la orejona. El Bayern de Pep no podrá coronarse en Europa a pesar del gran fútbol destilado.
El Atlético llegaba al Allianz con la ventaja en el marcador de un solitario gol ―la obra maestra de Saúl―, pero vaya gol. Aquel partido de ida, el plantel germano tuvo, como le gusta a Guardiola, el control del partido, el pase y el ataque, la escuadra y el cartabón. Dieron dos palos, la suerte negada, se empotraron una y otra vez contra el muro defensivo del Atlético. Torres la tuvo, en una contra solitaria, pero el baló dio al palo. Y la cosa se detuvo hasta esta tarde. Quedaba todo por decir, por decidir. La última palabra.
El partido lo manejó y dominó, de nuevo, el conjunto alemán, a sus anchas, desde el minuto uno. Abrió el campo, y al ataque, que tocaba remontada. Riberi estuvo de diez, rebasando por la banda, Lahm y Alonso aportaban pausa e inteligencia al juego, y Müller y Lewandosky a la espera, al acecho, para masacrar. El Atleti se dedicó a defender el resultado. Jugaron nuevamente con once defensas. Al Cholo se le torcieron los planes, porque después de varias intentonas, Xabi Alonso enchufó una falta al borde del área en la portería de Oblak, dejando en tablas el asunto. 1-0. Gol por bombardeo. Castigo merecido para el Atlético por jugar agazapado. Alguna tendría que entrar.
Aquí no acabó la taquicardia rojiblanca. Pocos minutos después, Giménez aplacó a Javi Martínez, cometiendo un penalti tan claro como absurdo. Müller tenía el 2-0 en sus botas, en sus manos. Y salió una de estas cosas que no tienen explicación, las cosas atléticas. Oblak para el penalti.
En
la segunda parte, el Bayern siguió con el
todo a por el todo. No se iban a dar por vencidos ―los bávaros tienen plantel
para hacer muchos rotos―. El Cholo tiró de astucia, de acierto, al cambiar a Augusto ―un
hombre de contención, un cerrojo― por Carrasco ―un hombre veloz, de ataque―,
dándole al ataque más verticalidad y velocidad. El Atleti salió de su aérea por
fin, consiguió trenzar más de dos pases seguidos. Mostraba otra cara. El acoso y derribo del Bayern no desvanecía, aunque en ocasiones se precipitaba sin crear un peligro certero. Con todo, la matemática del partido mostraba visos de remontada. Entonces, otro nuevo hecho
inexplicable. Las cosas del Atlético. Rotura de guion. Torres controla la bola en la medular del campo, le larga un
pase en profundidad a Griezman, que se desmarca como una bala, como una exhalación, dejando en añicos la defensa germana. Queda abandonado a su suerte, solo ante Neuer, como en un
sueño, y como en tal, la enchufa. 1-1. El primer disparo del Atlético entre los tres palos. La importancia de anotar en campo contrario. Nunca un oasis había refrescado tantos corazones.
El Bayern estaba obligado a meter dos goles para llegar a Milán. No bajaron los brazos, insisteron. En el 74, tirando de gesta, de coraje, de afición, consigue ponerse por delante con un cabezazo de Lewandosky, tras el pase de la muerte de Vidal. 2-1. Un gol para la esperanza baviera. No todo estaba dicho. Si conseguían el tercero picaban billete para Milán.
Aún quedaban quince minutos para el final del partido. Una auténtica vida, una perfecta odisea, para los colchoneros. Una esperanza para los anfitriones. Tocaba hacer honor de Atlético. Sufrir y pelear cada minuto. En un arreón, Torres se planta en el área de Neuer y es derribado. Penalti. Aquí, como anteriormente con Müller, se cocinaba la sentencia del partido. Torres a los once metros. Torres haciendo auténtica gala de colchonero, de sufridor. Falló, o paró Neuer, según se mire. Nuevo hecho de arduo trago, nuevo aviso para el infarto. Incontables.
Al Bayern, que estaba jugando maravillosamente, le quedaba la última bala en la recámara. El partido no podía estar más abierto. Diez minutos para hacer un chicharro y caer el Allianz Arena. Pero las envestidas del equipo germano cayeron en saco rotos. Un tras otra. El silbato del árbrito dejó marcada una sonrisa en Neptuno. No llegó el tercero del Bayern. Y se acabó lo que se daba, el Atlético de Madrid a la final.
El Bayern estaba obligado a meter dos goles para llegar a Milán. No bajaron los brazos, insisteron. En el 74, tirando de gesta, de coraje, de afición, consigue ponerse por delante con un cabezazo de Lewandosky, tras el pase de la muerte de Vidal. 2-1. Un gol para la esperanza baviera. No todo estaba dicho. Si conseguían el tercero picaban billete para Milán.
Aún quedaban quince minutos para el final del partido. Una auténtica vida, una perfecta odisea, para los colchoneros. Una esperanza para los anfitriones. Tocaba hacer honor de Atlético. Sufrir y pelear cada minuto. En un arreón, Torres se planta en el área de Neuer y es derribado. Penalti. Aquí, como anteriormente con Müller, se cocinaba la sentencia del partido. Torres a los once metros. Torres haciendo auténtica gala de colchonero, de sufridor. Falló, o paró Neuer, según se mire. Nuevo hecho de arduo trago, nuevo aviso para el infarto. Incontables.
Al Bayern, que estaba jugando maravillosamente, le quedaba la última bala en la recámara. El partido no podía estar más abierto. Diez minutos para hacer un chicharro y caer el Allianz Arena. Pero las envestidas del equipo germano cayeron en saco rotos. Un tras otra. El silbato del árbrito dejó marcada una sonrisa en Neptuno. No llegó el tercero del Bayern. Y se acabó lo que se daba, el Atlético de Madrid a la final.
En el fútbol no siempre gana el que más se lo merece. El Atleti,
es mucho Atleti, con lo que tiene. Pueden tirar de hemeroteca, señores. No
verán tales registros en Europa del equipo de Manzanares. De
nuevo pisará el césped en que se jugará una nueva final de Champions, de nuevo el Atlético
de Madrid. La tercera. Van dos en los últimos tres años. Tomen nota. No vamos a tirar
de demagogia y comentar que el Atlético tiene el vigésimo presupuesto de
Europa, que no puede colocar en su once a estrellas consagradas del fútbol, sino
que los tiene que inventar, porque otros tienen el doble de billetes. No, no
tiraremos de barro.
Si
uno le ha puesto la cara al partido, y se quita la bandera, la camiseta, el
forofeo, estará conmigo en que esta semifinal, tras realizar un balance de la ida y de la vuelta, era del Bayern, e increíblemente, son los indios que han pasado ronda. Pero no quiero quitarle el mérito, al contrario. Me fascina la idea de que el débil, sea como sea, venza. Que David gane a Goliat. Porque el Atlético juega a defender, como guerreros, y salen a ganar con más arrojo que nungún otro, con los
recursos que tienen, que son limitados, que son menos que los que tiene los demás. El Atlético
juega a que los otros no jueguen. Y ganan.
Juegan feo, sí, y además dan reparten muchas patadas e incendia los partidos gracias al carácter camorrista que el Cholo imprega, que acaba siendo virtud. Ganan y ganan y ganan y vuelven a ganar. Ganan como nadie. Y de eso, también se trata. Eso sí, el Atleti, el "pupas" ―que ahora es la llaga en el adversario―, ha llegado a la final de la Champions, sin librarse de los alardes y merecimientos del ser atlético, esos sentimientos que tan certeramente coloca Sabina en “Motivos de un sentimiento”; ¡qué manera de aguantar! ¡qué manera de sufrir! ¡qué manera de vencer! ¡qué manera vivir!
A tercera va la vencida, por cierto...
B. S.
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