El ‘Atlántico’ de Xoel López




El líder de Deluxe abre nuevas ventanas. Como gallego, tiene a golpe de vista el océano y le marca. Se aprecia luego, un poquito más tarde, por la forma en la que brilla el sol cuando se mueven las canciones, que Xoel López con Atlántico intentó volverse más océano, profundo, reguero íntimo, sensible a las pequeñas cosas, a los detalles nimios. Más guitarra española y menos eléctrica, en definitiva. 

Novedoso y trovador, bajo cumbres de cantautor y viejos robles de roquero perdido, Xoel López, nos ofrece un nuevo tallo que crece con mesura, nutriéndose de espacios y registros. Habrá que esperar si es paréntesis, inicio, o simplemente experimento. Yo me inclino a pensar que tratamos la segunda opción; no es un paso en falso, entre otras cosas, porque ya se ha quemado todo con Deluxe (botella, en borracho, vacía).

Atlántico surge en el año 2012. Disco resbaladizo para los que esperaban más Deluxe, pero rico rico, como diría Arguiñano, para los que simplemente queríamos dejar pasar las canciones, los minutos. Transmite buenas atmósferas. Para dirigirse al disco hay que poner los ojos en modo actitud contemplativa predispuesta, calmada. El disfrute llega solo junto al grato bailoteo de los sentidos. Bien podría ser el primero en solitario si no fuera porque Deluxe siempre fue un proyecto personal, más Xoel que otra cosa, con cimientos consolidados tras la infinidad de discos y bolos, y por la calidad. A pesar del cambio, es perceptible el reflejo de su etapa musical pasada en este nuevo viraje.

            Las canciones nos traen recuerdos, historias, pinturas y retratos. Apreciable es el toque laminado de profundidad y nostalgia, la cuidadosa sensibilidad. Resultado final de una batallada e intensa nueva búsqueda.

A continuación voy a dar un enfoque personalista de corto alcance sobre el rastro que dejan en mí algunas canciones de este disco:

Al abrir la ventana encontramos a “El hombre de ninguna parte”. Pero no es un hombre, es una forma de mirar lo que nos trae la canción, una manera de ser diferente, un tirar pa’lante sin anclajes. Una visión del mundo, de la luna, de la gente, de esta parte, de la otra, tras las paradas necesarias de los hechos cotidianos. Una canción que deja un buen aroma y que continúa con “La gran montaña”, una nueva historia narrativa, esta vez épica, de castillos, demonios, bosques. Una lucha consigo mismo, una victoria al final. Como siempre, el modo, el ritmo de redobles, le da vitalidad y una forma lograda y original.

En “Caballero” asistimos a una representación, una historia alegre y entretenida de desprecio; un Caballero que no se daba cuenta de su ceguera, y que por su ego, por su tontuna, se olvida de una preciosa mujer, menospreciando su amor (quizás peque de ñoño, pero es lo más preciso y conciso). La pierde por inútil, básicamente. “Buenos Aires” suena puro, a verdad, seguramente una deuda por pagar, un viaje que le clavó adentro, y por lo que se ve, deberle una canción a Buenos Aires, a Argentina, no es inhabitual. Habrá que no tener cuidado e ir a verla.
 
La nostalgia, el recuerdo, el final, el rastro del océano, de lo perecedero, de lo que viene y de lo que se va llega con “Tierra”, una canción total, una canción que va aparte, que se mueve en otra esfera, que se clava tan adentro que uno ni se plantea pelear por quitarse el anzuelo. La letra te inunda: …si esta canción se acaba / que acabe el mundo para todos... todos somos nada  / sin las palabras dime que nos queda... Si hay que quedarse atrapado por esta canción, que sea. Fue uno de los singles del disco, y su videoclip, me parece entrañable, como buen aficionado a las maratones. Si hubiera que apostar por el tema del disco, mi apuesta va con todo y con total convicción. Una auténtica genialidad. Es el tema.

Cierra el disco “El asaltante de estaciones”, que por lo menos a mí, me resulta amena y me atrapa, y el cambio final, perfecto. Xoel nos deja un final espléndido, un muy buen sabor de boca.

Es en definitiva un buen disco al que puntúo con un 6,5. Nos encontramos con un primer intento, más folclórico, más guitarra española, una construcción amable, con lugares auditivos interesantes. Flojea quizás un poco en las letras, que al menos para mí, no acaban de ser enganchables, no se quedan deambulando, merodeando por el coco. Las canciones se mantienen dentro de una lógica pausada, medida, previsible, pocos sobresaltos, poco sorprendente, ergo hace que pierda un poquito de magia. Con todo, merece la pena tener el disco Atlántico siempre cerquita, a disposición, su sonido es humano, reconocible, le da una pincelada vital de color allá por donde suene. Merece la pena perderse en sus acordes de vez en cuando. 

                                                      El día que clavé la guitarra en la tierra y grité por ti





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