Un domingo para guardar

 Hay domingos que se guardan en el cajón de la historia. El de ayer fue uno de ellos. Alcaraz consagró su dominio por segunda vez consecutiva en la hierba de Wimbledon y suma con este triunfo un nuevo Gran Slam. Vuelve a tocar el cielo tenístico por cuarta vez con unos insultantes veintiún años. 

Aplastó con una facilidad pasmosa en el almuerzo y la sobremesa del pasado catorce de julio a Djokovic, en tres sets; 6-2, 6-2, 7-6. El serbio, un talento absoluto del tenis, estuvo taciturno todo el encuentro. Sacó el orgullo de su chistera rota en el último tramo de la contienda, más por pundonor que por potencial tenístico. En las más de dos horas de peloteo con la esfera amarilla solo fue capaz de noquearle el saque a Alcaraz en una ocasión, y gracias. Los puntos largos que requerían piernas, y las dejadas criminales de Alcaraz que pedían reflejos y esprines, suponían una tortura rusa para un jugador que hace un mes fue operado de la rodilla. Por ello, vimos una final desigual, sin disputa. Una final que fue, en definitiva, un inesperado y cómodo paseíllo sobre la alfombra roja de la victoria para Alcaraz.

Tres horas después de coronarse el murciano campeón de Wimbledon, mientras en Iberia se mascaba la primera azaña del día, la selección de fútbol masculina le daba un repaso futbolístico a Inglaterra. Se llevó la Eurocopa a casa, por cuarta vez en su historia, merecidamente. La selección con más Eurocopas de la historia. 

La trayectoria de la roja en el europeo fue incontestable. Y esto no ha sido casualidad. Por primera vez en la historia en un torneo internacional de fútbol de selecciones de este nivel, de este calibre, un equipo tacha todos los duelos con victorias. Dejó en la cuneta a Croacia, Alemania y Francia.

La final se cerró con un escueto 2-1. Un marcador corto para lo visto, oído y planteado, porque los ingleses, salvo el gol idiosincrático, a la desesperada, con un disparo impulsivo desde fuera del área, y algún centro desconcertado e improvisado, no tiraron prácticamente a puerta. El planteamiento rácano de Southgate se desmoronó; el proyecto de defender masivamente y de salir al contraataque a campo abierto, con jugadores que no están acostumbrados a ese tipo de juego tan pasivo y explosivo, retrasado y especulativo, no tuvo sus frutos y era difícil que los tuviera. El técnico inglés desaprovechó en cierta medida el talento de los suyos.

España sostuvo una posesión del balón del 70% porque Inglaterra era un equipo agarrotado que renunciaba completamente a llevar la iniciativa. Y cuando reniegas del cuero ante un equipo que disfruta con él bajo los tacos, cavas tu propia tumba. Rememorando a El bueno, el feo y el malo, de Eastwood pareciera que los papeles estaban marcados, España peloteaba mientras le soltaba la mítica frase a los de la cruz toja; "tú, cavas". Las intenciones de Inglaterra eran claras como las mañanas de primavera; sellar el empate, llegar a los penaltis con señales, aunque fueran míseras, de vida. Y a España le bastó con dos hachazos de Nico y Oyarzábal para cerrar un partido bastante plomizo, con escasa acción y ocasiones. El plan de enredar el partido en una telaraña defensiva y marañas de despejes de Southgate cobraba sentido si España no creaba peligro y goles. Pero la selección no perdió la temperatura ni la fe y no paró de remar hasta cubrirse con el tecnicolor confeti de la victoria.

Luis de la Fuente se reivindica como entrenador con este título (el segundo en su corta estancia). Muchos periodistas lo subestimaron, y ahí está la hemeroteca y la sarta de palos. Sin embargo, ha mostrado sapiencia, temple y elegancia. Ha sacado resultados positivos y un fútbol vistoso. Ha sabido revitalizar a la selección con jóvenes que se quedan ya de facto para romperla. Ha sabido tejer con sus futbolistas una selección sólida, un equipo regular, un grupo solidario; con el timón en las manos de un excelso Rodri, a la postre mejor jugador del torneo. Sobresalieron, además, dos figuras tan precoces como estelares; dos fulgurantes estrellas; Nico Williams y Lamine Jamal. Pasan de niños a cracks por la vía rápida. Sus desbordes por las bandas han destrozado a una multitud de defensas, han instalado el pánico en los rivales con sus sobredosis de descaros. Sin olvidar los goles de Olmo como falso nueve. Un jugador tan infravalorado como incontestable. Y a todos estos eslabones súmale las garantías de una defensa impenetrable, un muro, con Carvajal, Cucurella, Laporte, Le Norman, Nacho. Porque el fútbol es ante todo un deporte de equipo.

Ningún equipo se merecía tanto el trono como la roja. Ayer el fútbol, y está bien que marque precedente, consagró al equipo que fue valiente, al que daba la cara, al que más se lo merecía.

BS

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