Bar tomado
Cortázar escribió un cuento en 1946, "Casa tomada", en donde una fuerza extraña indescifrable y enigmática, del que no sabemos nada, salvo la impresión que nos cuentan los personajes, acaba por arrinconar a dos hermanos —hermano y hermana que con datos soslayados la historia deja flotando, en el subtexto, que comparten una relación extraña y viciada—. Ambos terminan sucumbiendo y escapan despavoridos de su propia casa y tiran la llave a la alcantarilla por voluntad propia.
Algo de ese extrañamiento sin lógica, de esa otredad desconocida, aparece en El bar (2017) de Álex de la Iglesia, en donde una serie de hechos tremendos, inconexos y extraños, siembra el pavoroso desconcierto durante una mañana en los parroquianos variopintos de un pequeño bar del centro de Madrid. Un inicio alentado por dos asesinatos al principio de la película, que desemboca en un centro de Madrid desértico, inhóspito, paramilitar, y que acaba dando lugar a las cábalas de los propios personajes, a teorías conspiranoicas y a que desvaríen enfurecidamente con hipótesis de toda índole. Ni el espectador, ni los personajes, saben qué está ocurriendo.
En la propuesta de Iglesia los extrañamientos tan cortazarianos, tan estrambóticos, vienen precedido de algunas pistas que no aclaran el panorama (los dos asesinatos iniciales; un gordo desconocido en un estado lamentable, supuestamente infectado por un virus, que entra al baño del bar en el empiece y que muere a pesar de haberse pinchado la supuesta dosis; quema de neumáticos en las puertas del bar; un incendio que arrasa el bar sin que sepamos los porqués; la sensación, más que la certeza, de que el Estado o el Gobierno está actuando para erradicar algún tipo de virus incontrolable, o para aniquilar a personas infectadas...). El espectador no recibe en ningún momento la información veraz de los porqués; no sabemos por qué se incendia el bar; qué fue de los personajes que quedaron arriba, y que supuestamente no estaban intoxicados; por qué queman los neumáticos; por qué hay pilas de cadáveres por doquier; por qué hay tanta policía por todas partes; por qué hay tantas personas vestidas con equipos de protección EPI y con máscaras antigas. Todo es desconcierto y suposiciones.
Al final, la película se pierde en el caos de las incertezas y en una huida esperpéntica, con tintes gores y berlanguianos, de los personajes sobrevivientes por las cloacas, que pugnan y se rebelan para salir del bar, para salir a la calle, mientras se aviva la ley del sálvese quien pueda, mientras esta hace acto de presencia. Hay también recuerdos, en esa metáfora de la ley de la selva, del más fuerte, del sálvate como puedas, en la película El hoyo (2019), de Gales Gaztelu-Urrutia, en donde la distopía oscura, con una apología excesiva por las vísceras y la casquería, y un surrealismo más evidente, da espacio a la lucha por salvarse como sea, que esta sea el axioma y motor principal. El final que propone Álex de la Iglesia, en este caso, deja muchas dudas abiertas, y la sensación de que gran parte de la conspiración en la que se hunden los personajes era, quizás, más fruto de sus lagunas y miedos que de la realidad.
Una película que no termina siendo un largo redondo porque creo que abusa del esperpento y de la violencia, de los primeros planos desagradables, y que deja el meollo de la intriga en un aparte. Pero, pese a lo dicho, es una propuesta original, arriesgada, valiente, interesante, y que, después de cinco años y de pasar por una horrible pandemia, es una película que te hace pensar y que tenía algo de profético, sin quererlo, cuando vio la luz.
BS
Comentarios
Publicar un comentario