Boyero multiangular
El documental Boyero (2022) ahonda en el crítico de cine más vehemente, provocador, interesante y sincero de la prensa española. Boyero se analiza a sí mismo, con la vetustez posada entre sus ojos, y a su historia se le marina las intervenciones de compañeros periodistas, como Carles Francino, y una nutrida amalgama de actores, directores y productores, y también amigos del gremio que lo conocen y lo han conocido.
Como ocurre con Arturo Pérez-Reverte, con el que guarda algún paralelismo, por el papel de cínico que comparte, oteamos una faceta periodística que cabalga entre lo abrupto y la excentricidad, que forma parte de un personaje creado con que se atreven a ver y entender el mundo. Creo que Boyero ha cultivado un personaje exagerado en la prensa, un personaje que ha buscado dinamitar a aquel que le aburre, a veces ciegamente, como ocurrió con Javier Cámara en su momento, hace años, pero es, al mismo tiempo, de los pocos que muestra originalidad, que no se muerde la lengua, aunque a veces pierda los papeles del filtro, y con su lengua viperina por bandera, muestra personalidad y honestidad consigo mismo y critica lo que le parece mal, ya sea cine, un actor o un director (es archiconocido el rechazo que siente con Almodóvar), un político o una encrucijada social. No se corta la lengua a la hora de arrojar bombas sobre los techos acomodados de los poderosos. Aunque no podemos negar que es un hombre que mira el cine con mucha exigencia y que la desidia parece posarse habitualmente sobre la alabanza, sobre todo con el cine de superhéroes, comercial y con cierto cine internacional, como el asiático, que le repele bastante.
Hay dos posturas en cómo adentrarse en sus artículos; entender al personaje que escribe con tinta de fuego, que detrás de los petardos hay mucha mala hostia, mucho humor negro y juego literario, o, por contra, tomarse el asunto de manera objetiva, personal, y tomárselo demasiado en serio. Y eso de tomarse demasiado en serio a Boyero, creo que es algo que ni él mismo firmaría. Igual que no podemos tomarnos en serio, salvados las distancias, a Ignatius Farray. Muchos articulistas le han cogido el gusto, históricamente, a salir de la línea de lo políticamente correcto y se han asomado por encima de los demás con la frase incendiaria, algo que ha hecho calado de manera alarmante en la política actual.
Sin embargo, en "La Ventana del Cine", en su sección en la La ventana de la SER, uno escucha a un hombre pausado que reflexiona sobre el cine, sobre la música y sobre la vida, con humor, con valentía, con sinceridad, y quizás en eso tenga mucho que ver la comodidad que siente con Francino y con la alcachofa amarilla. Por lo que hay muchos Boyeros en Boyero.
El documental muestra sus luces y sus muchas sombras; su mala relación con su padre, la infancia desestructurada con los curas a los que llama en el documental "cuervos", y explica los porqués de su animadversión hacia ellos, los excesos posteriores de drogas, juegos y alcohol, el rechazo que produce y ha producido en algunos sectores porque lo consideran machista, maleducado, cínico y déspota, y también por el lugar privilegio que ocupa y ha ocupado en el sector, donde ha sido uno de los mejores pagados, lo que ha sumado aún más las dosis de animadversión y envidia.
A pesar de todo, de los sinsabores y las glorias, el personaje y la persona salen a flote, y al crítico aún le quedan películas por cortar, triturar y alabar. Una de las figuras más polémicas e interesantes que ha tenido a los grandes medios pujando para que escribiera en sus periódicos (Pedro J. Ramírez lo tuvo veinte años en El Mundo, a pesar de que ambos tenían y tienen un imaginario político muy diferente, también ha escrito para El País, la SER y un largo etcétera).
Un documental que, en definitiva, intenta hacer de espejo para reflejar, hurgar y entender al crítico de cine más famoso e irreverente de este país.
BS
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