La serie más sobrevalorada del momento
Hace unos días el pianista James Rhodes en las charlas educativas organizadas por BBVA (charlas que recomiendo encarecidamente), en La 2 de TVE, dio su opinión sin filtros, educada, y aseguraba que la música clásica está viva, que estará viva por siempre, y le atizó socarronamente a los reguetoneros, a Bad Bunny y compañía, ironizando sobre la posibilidad de que estos rimeros de "noche" con "coche" y "baby" con "sexy" pasen a la historia de la música y acaben cenando en la misma mesa de las verbenas de los grandes nombres como Bach, Beethoven, Sabina o Leiva. Y es algo con lo que, a pesar de la furia de los millones de malnacidos y los odios tan típico de deslenguados de internet, subscribo y comparto. Aquí dejo mi lanza partida por James Rhodes.
La mala música, aunque sea masiva, viral y comercial, y multimillonaria, es mala música. Además, es una música para un ámbito determinado, un contexto determinado, para la noche, la discoteca, y que dentro de unos años, todo ese ruido pachanguero será triturado y sustituido por otro ruido pachanguero, por algo parecido quizás, porque la música de discoteca rara vez ha sido música de calidad.
Hilando con esto de la viralidad, y con confundir masivo con calidad, hoy vengo para hablar del último globo inflado que se ha ido de las manos, la serie que copa todos los rincones de las conversaciones. Porque seamos claros, hace tiempo que el universo conspira para que veamos esta serie, precisamente. Una serie puramente "social" que está en boca de casi todo el mundo; la serie coreana El juego del calamar (2021). Si quieres estar al día y poder intervenir en las conversaciones con los amigos, enemigos o compañeros de trabajo, hay que verla, porque alguien la mencionará en algún momento, y es entonces cuando debes entrar para participar y decir algo sensato y no copiar a tu cuñado ni parecer Ralph Wiggum.
El último fenómeno de este tipo surgió con Juego de Tronos. No eras nadie un viernes por la noche si no habías visto Juego de Tronos (aunque yo la empecé a ver cuando Arya iba por la quinta temporada, es decir, cuando Arya ya era adolescente). Pero ya os adelanto que esta serie coreana flaquea por muchos motivos, y con esto no quiero decir que la serie sea infumable, que no merezca la pena, que es algo subjetivo y personal, pero como ocurre a menudo con las cosas masivas y virales (como Bad Bunny y el reguetón, donde canta el autotune, con la boca dormida y sin vocalizar), la serie está tremendamente sobrevalorada. (Y este es el momento donde, si de verdad piensas que es la mejor serie del universo, deberías abandonar).
Antes de verla, sin conocer apenas nada de ella, ya encontré una semejanza bastante potente con The running man (1989), protagonizada por Arnold Schwarzenegger, con una trama muy pero que muy parecida, aunque en este caso estamos ante una adaptación de la novela Stephen King (publicada en 1982). Una novela que se nutre de la ciencia ficción, de la distopía; la mezcla de un thriller light con la acción. Hace mil años que no la veo, pero el parecido, a guion abierto, es más que evidente. The running man (El fugitivo) es una distopía en donde unos expresidiarios viajan en el tiempo, al futuro, al año 2017, a un programa de televisión en que compiten entre ellos a juegos de vida o muerte. Y también deben escapar de asesinos profesionales que están al acecho. (El parecido con El juego del calamar es evidente).
Y ahora que nos hemos quitado la careta, seguimos para bingo. Dentro del cine asiático, tengo cierta predilección por el cine japonés. Quizás influya el hecho de que me pasé unos meses vagando por Tokio y que uno de mis escritores de cabecera es el no nobel Murakami. Creo que la literatura y el cine japonés trabaja muy bien las historias, los thrillers, el terror y lo sobrenatural, y suelen ser historias complejas, retorcidas, estudiadas. La serie coreana no es que sea una serie insípida e insustancial, pero sí es una serie que parte de un guion facilón, predecible, con unos actores que sobreactúan.
La serie lanza un dardo al centro del sistema capitalista, al poder del dinero, a la fuerza implacable de la marginalidad en la sociedad que hace que accedas a casi cualquier oportunidad que te ofrezcan, aunque para ello te despojes de tu dignidad y de tu vida. El grupo de millonarios excéntricos y perversos que ponen su dinero para ver cómo los pobres jugadores caen al precipicio, es una locura excéntrica, gore, pero que es algo que en los bajos fondos de las ciudades puede llegar a existir, y que de hecho existe. Una de las teorías sobre Las niñas de Alcáser es que las niñas acabaron siendo víctimas de un rodaje gore por grandes empresarios, y salvando la distancia, en la serie El inocente (2021), aunque es una ficción también, ocurre algo parecido; grandes y perturbados nombres del país acaban participando en asuntos turbios y violentos en donde se desborda la violencia y los abusos de poder.
Por pegar tiros en la cabeza a cascoporros y a quemarropa la serie no es mejor serie, por hacer alarde de una violencia cruda y extrema como uno de los motores que drenan la historia, como el hilo conductor, no es mejor serie. Hay muchas páginas negras en el mundo, hay muchas ruletas rusas, pero las cuestiones de fondos no hacen que la serie tenga el peso suficiente como para que sea una gran serie; la narrativa se disuelve como un azucarillo en un café ardiendo, no es atractiva, ni redonda, ni original, no engancha demasiado, aunque acabes viéndola hasta el final, aunque se hayan gastado la mitad del presupuesto en sangre de pantomima.
BS
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