Sobre Almudena Grandes
A Almudena
Como siempre he vividocon los pies en las nubes,necesito el amorpara poner las manos en la tierra.
Luis García Montero
La primera vez que leí a Almudena Grandes, en mi adolescencia tardía, me causó una tremenda impresión por lo inesperado y porque la consideraba, ingenuamente, una escritora de best sellers. Se trataba de Atlas de geografía humana (1998), un libro que estaba entre las estanterías de libros de mi hermana, que a veces me gustaba hurgar y que reivindica el universo de la mujer desde la ternura, la comprensión y una ideología feminista eternamente presente en ella. Unos años después, en Sevilla, en un final de curso universitario, en la desaparecida FNAC de la Avenida de la Constitución (que por entonces era un lugar lleno de libros y música, en donde además se daba pábulo a encuentros literarios, presentaciones de libros, discos, y en donde actualmente, en sus restos, hay un hotel para guiris que van en chanclas y calcetines), me decanté por Te llamaré viernes (1991), una historia de dos seres, supuestamente, intrascendentes y sin encantos, que acaban chocando en ese mar de casualidades que es la vida y que es Madrid, y por extensión, cualquier ciudad. Con Te llamaré viernes uno palpa y siente que Almudena Grandes son palabras mayores. Ya entonces, en su segundo libro (un libro precedía al bombazo Las edades de Lulú (1989)), se podía anticipar su prioridad por los perdedores, por los infelices, por los que se limpian cada mañana el rastro de tristeza en los ojos para salir a trabajar, por los luchadores cotidianos sin nombres que se levantan de los tiempos de vacíos.
Hay dos palabras que han resonado durante las últimas horas con el fallecimiento de la escritora, que son memoria y compromiso. Recomiendo visitar los podcasts de Hoy por hoy, de este lunes, con Àngels Barceló, sin olvidar el homenaje que le han otorgado en Julia en la Onda, y también en la hora literaria que tienen los lunes en La ventana, en donde ha participado el poeta Benjamín Prado, porque uno redescubre por boca de lectores y amigos la grandeza de la persona que hemos perdido.
La escritora incansable, que no ha parado de publicar en los últimos treinta años, tras publicar su primera novela de tintes erótico, Las edades de Lulú (1989), deja un agujero importante en nuestra sociedad por su papel como escritora, que no encontrará sustituto, por muchos motivos, pero también por su papel como observadora incansable de las calles, por sus columnas en pie de guerra de los lunes en El País, por su faceta reivindicativa, directa, segura de sí misma, por poner en el primer frente las palabras y el corazón, por esa inteligencia y ese discurso indomable que lo arrasa todo. Una persona que ha sostenido con coherencia unos principios lúcidos y solidarios, sin caer en demagogias baratas, que se ha comprometido con la sociedad cada vez que ha tenido la oportunidad. En sus últimas novelas había una especial impronta por representar los desenlaces más oscuros de nuestro siglo XX, con especial ahínco en preservar la recuperación de la memoria histórica. Los episodios de una guerra interminable, una serie compuesta por seis novelas, cuya última novela parece que está escrita y bocetada, pero no publicada (además de otro libro que habla de estos últimos meses infumables de pandemia y coronavirus), es una obra titánica galdoniana que tiene muy presente a la España guerracivilista y franquista, y que además posee muchas claves, sobre todo políticas y sociales, que nos sirven para entender nuestro presente, para saber leer las páginas de nuestra actualidad (imprescindibles para entender este país tan idiosincrático), a través, cómo no, de esos personajes que tuvieron que remar a contracorriente y que no salen en las fotografías de la historia.
Se despide antes de tiempo, por un cáncer, a los sesenta y un años. La literatura española se ha quedado huérfana. Tuve la oportunidad de verla en la Biblioteca Pública de Sevilla Infanta Elena, cuando daba las prácticas de un curso del Cervantes, pero justo ese día tocaba cambios y mudanzas, y me quedé sin verla. Presentaba Los besos en el pan. Un libro que me obligaré a leer próximamente. Y me preguntó también qué sentirá Luis García Montero cada vez que escuche su poema, la adaptación que Quique González creó, "Aunque tú no lo sepas", ahora que Almudena ya no está. Un poema que existe gracias a un relato de Almudena Grandes que leyó García Montero en sus primeros años de noviazgos. Luis García Montero, que ve la vida con la poesía en sus ojos, ya ha dejado una frase tan bonita y cruel como el amor: "estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar de nuevo con el amor de siempre", antes de lanzarle al féretro de su mujer su libro de poesía, Completamente viernes (1998). Me parece una imagen conmovedora, la fotografía del entierro, de alguien que siempre la echará de menos, de una tumba que siempre tendrá un libro lleno de amor, el libro de alguien a quien Almudena Grandes quiso, con quien compartió su vida. Una vida que ha valido mucho.
BS
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