Corinna o El caso de la rubia platino
“Líos de faldas […]
Cantaba regular [Corinna]
pero movía el culo con un
swing...
que derretía el hielo de las
copas […]
Me daban diez de
los grandes
por el caso de la
rubia platino”
Sabina
(14/04/2020)
"En España, como no sabemos dialogar ni comunicarnos, el debate parricida entre la monarquía y la república no es nunca político, es siempre subjetivo, de intestinos. Un imposible. No hay manera de darle luz al sentido común. La república como modelo de Estado se asocia insistentemente con la Segunda República, con una añeja e incendiaria izquierda, basta y exagerada, que huele a 1936, que irradia preguerra civil y revancha. La palabra "república" guarda en sí claras connotaciones negativas en este país; la han convertido en un sucio y maldito espantapájaros. Y por la otra parte, la monarquía, para la derecha conservadora, es un símbolo intocable de España, que no puede quitarse pase lo que pase con el rey, haga lo que haga la familia real. Y ante tanta subjetividad llena de emociones encontradas hay poco que hacer. Quizás, esta sea una de las pruebas más evidentes de que somos un país y dos mitades, por que se corrobora, una vez más, las dos Españas."
(16/07/2020)
El
monarca borbón (Felipe, para los campechanos) y Leticia están fotografiándose
con la plebe. De idas y venidas por el país. La pareja aparece después del
confinamiento en calles reservadas para la ocasión, a sonrisa vitaldent y sin
escatimar en saludos a manos alzadas. Un gesto que acaba siendo un tanto
artificial, un tanto forzado, un postureo de actores de película mala. Han
pasado incluso, aunque como una exhalación, por los barrios más o menos
marginales de un puñado de ciudades. Barrios de grafitis obscenos, pintura
levantada y los ruidos típicos de malvivientes que viven en noches alargadas.
Después, vuelven a la realidad, se alejan en una limusina tintada. Nada ha
cambiado. La vida sigue igual, que cantaba otro vividor. El rastro de un coche
oficial con banderitas, los periodistas y el boca a boca, son los restos del
recuerdo del paso breve y fugaz de los reyes en este temporal veraniego. Y esa
perenne sensación en algunos curiosos de barrio de que probablemente la familia real no ha
dormido, ni dormirá, en uno de esos pisos de extrarradio, con paredes de papel
que parecen amplificar el sonido de los vecinos, en donde el aire acondicionado
es una utopía, en donde el frío, cuando arrecia, te cala hasta los huesos del alma.
Casualidad
o no, durante los últimos días reflotan por los diarios y los medios mares de
artículos sobre la vivaracha bragueta del padre. Por supuesto, los medios conservadores (COPE, ABC, etc.) están a otra cosa. Casualidad o no, las
informaciones y filtraciones sobre los excesos del padre, Juan Carlos, sacan a relucir las ingentes cantidades de billetes que este manejaba, regalaba, malversaba y escondía, en sus
infidelidades a puerta gayola. La monarquía vuelve a despertarse en el ojo del
huracán. Y la lista de fechorías aumenta día a día; devaneos ocultos con amistades todopoderosas,
turbios y estrafalarios ligoteos pagados con cheques al portador, chanchullos en negro desde el Medio Oriente con jeques hermanos y vuelta a casa con maletines repletos... El campechano
sabía lo que era jugar al trapicheo.
Pensábamos
que los lujos reales acababan en sus instantáneas pactadas de yates de guante blanco, o en sus
cazas al por menor de elefantes, pero no… Ahora que han rebobinado sus
historiales bancarios la monarquía no sabe donde meterse.
Pese
a la vergüenza ajena, Felipe prefiere guardar silencio, distancia y dejar que
los trapos sucios aminoren. Ni una palabra hasta Navidad, en la que tampoco dirá nada.
Como privilegiado aforado, al ser jefe de Estado, al estar protegido por la Constitución, el monarca puede hacer
lo que le plazca, porque la ley no llega a palacio. Ser rey supone ser un
intocable, judicialmente. Lo que no implica que sea ética y socialmente aceptable. Y este es un punto vital para la monarquía, porque es el pueblo el que debe decidir si quiere o no a dicha institución.
Juan Carlos no pisará la cárcel, ni tendrá que devolver lo
malgastado. Con las reglas establecidas hay que olvidarse de que la justicia le ponga los puntos sobre las íes. Pero la conclusión es definitiva; Juan Carlos tuvo cuentas en B/D/C... para hacer lo que le plazca. Para sus cosillas de privilegiado campechano. Hablamos de millones de euros. Me
daban diez de los grandes por el caso de la rubia platina […], necesitaba […]
algo para mis vicios y un despacho decente.
Felipe,
que le tomó el relevo hace unos años, ha querido limpiar la institución, pero sigue jugando la tramposa partida, por donde la dejó su padre, con las mismas reglas. Es decir, sin reglas. En lo esencial sigue la misma nota tónica chirriante y los discursos siguen
siendo una colección de tópicos buenistas en donde se mezcla la unidad de un
país irreal que no existe, con una irreal grandeza, junto a ese rollo patatero
de que nos levantaremos de las caídas, que seguiremos adelante a pesar de las
adversidades. Su estrategia; que el tiempo cierre los últimos bochornosos
capítulos de la corona de su padre. Y a otra cosa, mariposa, que dentro de poco
hay que yatear en Mallorca como un ciudadano más.
Lejos
quedan ya aquellos discursos de Navidad en que Juan Carlos, vestido de Jefe de
Estado, gracias a los votos de los españoles, proclamaba eso de que “la
justicia es igual para todos”. Voy a tomarme hasta el pelo / mi pelo, por
favor, con mucho hielo.
Pero
la cuestión no son los discursos añejos de Navidad de los monarcas, que aburre
tanto a los muertos que acaban resucitando para darse a la bebida. La cuestión
es que no predican con el ejemplo. La monarquía ha sido y es una de las
instituciones con menos transparencia del país, y además, para colmo, recibe
unas dotaciones económicas impropias: ocho millones de euros. Un agujero tremendo para las arcas del Estado. Un pozo sin fondo. Por todo, habría que plantearse la utilidad y el funcionamiento de la institución. Repensar y reflexionar en la idoneidad de un monarca como jefe de
Estado infinito en una democracia del siglo XXI, en una sociedad que pretende
la igualdad de todos sus ciudadanos, pero que tiene una privilegiada cloaca, un vacío legal,
para la institución monárquica. La pregunta es pertinente: ¿Por qué debe de haber una familia eternamente privilegiada en una sociedad democrática?
Las trampas de
Urdangarín, comparado con los trapicheos de Juan Carlos, fueron anecdóticas, baratas. Pese a
todo, la monarquía goza de salud suficiente como para salir airosa y aguantar
otros cuarenta años. La gente volverá a votar a la monarquía como jefe de
Estado. Porque se lo merece.
No
importa que la institución sea un pozo de corrupción, un lugar que discurre en
paralelo a la democracia y a la justicia, que no rinde cuentas a nadie y que
cuando le pillan con el carrito del helado, "perdón, no volverá
ocurrir", o gira rollingstoniana que te crio y saludos de postal con
Leticia, y más salseo de prensa rosa (la familia perfecta). Y así, con la ayuda
de una prensa chupaculista, arrodillada, atenta y diligente, la monarquía arregla las cosas,
hace país, marca España. Y lo que haga "falda".
BS
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