Michael Robinson; fútbol y sonrisa


Hay personajes que no conocemos pero que acaban siendo parte de nuestra cotidianidad. Con Michael Robinson pasaba eso. Yo que he sido y soy futbolero, le he escuchado lo suficiente como para saber que es un comentarista irremplazable.  Siempre con un talante intachable, siempre con una sonrisa, o amago de ella, puesta. Tenía el temple, el ritmo, el humor, la honestidad. Era un inglés gaditanizado. Con Carlos Martínez creó una fórmula única e inconfundible; el dueto sonoro de las tardes y las noches de fútbol. Le habían dado a ese deporte, tan mayoritario y exhorbitado, lucidez, pasión y cercanía. Sus pies pisaban la tierra, han sido ejemplos; le han colocado al deporte rey la imparcialidad y dignidad necesaria. 

El eterno comentarista con acento inglés, el escudero fiel de Carlos Martínez, ha fallecido a los sesenta y un años por un cáncer irreversible de melanoma. Y se ha marchado dejando positividad, bromas, clase, hasta, seguramente, las últimas horas de su existencia. Hasta que se ha escurrido hacia otra parte. Robinson dio cuenta de su enfermedad en La Ventana de Carles Francino, hace año y medio. Desde entonces, se había tomado sus últimos meses de vida como una prórroga. Una prórroga a una vida plena y feliz, en que, como él mismo decía, le ha llovido la suerte.

Mi infancia fue absorbida por el fútbol, vivía pegado a un balón, era un obseso del balompié, y recuerdo ver, durante lunes y lunes, El día después, el programa en el entonces Canal +, el programa rey del fútbol en abierto (Canal +, mitad abierto, mitad rallitas blaquinegras distorsionadas), capitaneado por Robinson, junto a Pedrerol. En esos años noventa y principios del dos mil, cuando el Extremadura se codeaba con los grandes. Era un programa referente, entretenido y que le ponía también un ojo a la grada y a la parafernalia e idiosincrasia que rodea al fútbol. Luego comandó sus homónimos; Informe Robinson, más centrado en entrevistas y con un carácter más documental, junto a su espacio matinal, dominical, de entrevistas, con la alcachofa amarilla, en Acento Robinson, en la SER.

Su último partido comentado, ironías de la vida, fue en Anfield, ante el equipo de su vida. De hecho, algunos espectadores de vieja escuela del templo red, lo reconocieron y le recordaron eso de que you never walk alone. Porque Robinson fue un destacado delantero rojo en los ochentas. Consiguió un triplete, con la Champions incluida. Así que se despidió sin saberlo de la que fue su casa futbolística con un último mal trago en Anfield, ya que los reds quedaron eliminados. Ese Liverpool - Atlético de Madrid pasará a la historia por el asalto rojiblanco, y también, porque fue el último partido que comentó. 

Cuando encalló en España, dirección Osasuna (con el desconcierto absoluto al no encontrar la ciudad de Osasuna en los mapas), de rebote, tras la lesión del mexicano Javier Aguirre, El Vasco, ni siquiera imaginaba que se quedaría en España para siempre. Y algo vieron en él, tras colgar las botas, en su verborrea inglesa, y algo sintió él, porque acabó convirtiéndose en un gigante de los medios futbolísticos, en un indispensable, a pesar de sus cien palabras en castellano (treinta, tacos). 

En España siempre se ha dicho que enterramos a los muertos como nadie, que le damos los abrazos y el cariño que no le dimos en vida. Pero con Robinson eso no ha ocurrido. Ha sido querido como pocos. Hoy habría podido comprobar y confirmar que hay una unanimidad aplastante en España con él. Parabienes que no vienen solo de su buen hacer periodístico, sino de la humanidad que transmitía, de la buena onda que dejaba con su estela. Hoy todos sus compañeros de profesión han dado la cara y la palabra para homenajearle. 

La gente que vive y anda con una sonrisa en la cara, te la contagia. Michael la contagiaba.

BS

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