Ironías de la vida; Vinicius y Mariano


En el Bernabéu se cruzaron las caras los dos titanes ensombrecidos del fútbol español; un Real Madrid que venía mostrando una solidez defensiva tremenda, pero con los disparos finales desviados y resultados dispares, y el Barcelona que pasaba por La Liga encabezándola con lo justo, con Messi y diez más, sin deleites y sin revoluciones en el motor.
Los dos han dejado escapar una catarata de puntos; el Barça por desánimo y el Madrid por desatino. Ya no asustan tanto. Más sombras que destellos, lloviendo sobre mojado. El conjunto de Florentino carece, simple y básicamente, de un finalizador. La mala suerte ha dejado boqueante al estandarte y coloso del área, Hazard, que se va a perder la temporada entre lesión y lesión. Y el que por cualidades y por pasta estaba llamado a ser el líder ofensivo del equipo, ha quedado anclado, semilesionado/semidescartado eterno; Bale, es más golfista que futbolista. La sequía preocupante con los goles de los blancos, paradójicamente, va de la mano del Barcelona más renqueante e irregular que se recuerda. Un Barça al que un día le pinta la cara el Levante y otro día gana 0-5, a domicilio, sin despeinarse. Pese a todo, para el Madrid era un match ball, un partido de fuego, sin escapatoria, porque tenía mucho más que perder, porque una derrota hoy le habría dejado de patitas en la tumba. 
El partido de los partidos, a pesar de las dudas, y del último varapalo en Champions frente al City de Guardiola, se lo llevaron los blancos por un 2-0. Los goles del eléctrico Vinicius (1-0), puro corazón y desborde, pero al que le sigue faltando el último segundo de pausa, una última neurona para decidir y definir cuando pone los pies en el área, y el gol de Mariano (2-0), que aprovechó el minuto que le dio Zidane (porque a Mariano, Zidane, no le está dando ni agua), el minuto de la basura. Ambos dejaron el partido en el lugar que por justicia merecía. 
El Madrid fue justo ganador. Zidane le ganó la partida a Setién. El técnico cántabro no supo inyectarle dinamismo y sentido al juego de fútbol-control tan característico del ADN Barça. Los blaugranas se hundieron en un fútbol somnoliento, con demasiada parsimonia, sin ideas recurrentes. La presión alta del Madrid derrumbó el toque por el toque culé, horizontal y sin norte. Las piernas de Valverde y Carvajal, y la seguridad de Courtois, desinflaron el juego de los blaugranas. El Barcelona tiró a puerta, tuvo el control táctico y ofensivo del partido por momentos, sobre todo en la primera parte, pero le falta mordiente, vena; Luis Suárez. En la defensa Piqué estuvo imperial. Messi estuvo bastante ausente, solo un susto, un tiro en un contraataque en que el Madrid le abrió las puertas de par en par de la defensa.  Cuando Messi está desubicado el Barça se desmorona como la arena de los relojes. Griezmann a pesar de los desmarque no encontró espacios ni tiros. Sigue sin encajar su pieza. Athur tuvo el 0-1 pero estuvo desafinado y Courtois se agigantó. Braithwaite también tuvo un chance pero le faltó galones. Vidal y De Jong flojos. Alba no encontró las conexiones tampoco. Semedo quedó barrido por Vinicius. Y en el Madrid el juego fue estable y ofensivo, con el par habitual de desmadres defensivos, marca de la casa blanca, e Isco, Kroos y Casemiro dominaron el centro del campo sin angustias. 
La verticalidad del Madrid se impuso al peloteo vacuo culé. El Barça especuló. El Real le echó fe, coraje, ganas, consistencia y constancia. Algo que encarna Vinicius. Al brasileño de diecinueve años no se le caen los goles, pero es el primero que está dispuesto a correr, a desmarcarse, y a intentarlo una y otra vez a pesar de los fallos. Benzema, que a pesar de llevar el nueve, no lo es, tiene pases de maestro, control y genio futbolístico para rato, para aburrir. Isco tuvo su gol del año, en un disparo que olía a escuadra, pero Ter Stegen la paró genialmente a mano cambiada. Poco después, un remate picado de cabeza del malagueño la saca Piqué en la línea de gol. Al Madrid se le inclinó el campo. Prácticamente, los cuarenta últimos minutos de partido fue un baño del Madrid que anegó su banda izquierda con las incursiones de Vinicius y los apoyos de Marcelo, que estuvo bien, sorprendentemente. 
La Liga vuelve a encabezarla la maquinaria merengue, con un punto de ventaja y con el golaveraje a favor. Parece poco premio, pero no lo es. Las últimas Ligas son blaugranas por decreto. Los blancos tendrán que seguir pendientes, en tensión, porque el más mínimo resbalón les dejaría fuera de los laureles. Está por ver, por otra parte, cómo asimila el golpe el Barcelona, porque le falta espíritu, garra, y los tumbos van tanto en lo directivo (fichajes sin sentido y el runrún de las cloacas, de los chanchullos) como en lo futbolístico. Hay que recordar que Valverde dejó de ser técnico del equipo culé, pero se fue dejando al Barcelona líder. En cualquier caso, ninguno de los dos está para tirar cohetes, pero entre ellos está, como casi el 99% de las veces, La Liga.
Este pulso, este clásico, trascendente y clave en lo anímico (aun más que en el puntaje si cabe), le da al Madrid, no solo un respiro sino la posibilidad de coronarse, la posibilidad de rearmarse y hacerse más fuerte. Justo cuando más lo necesitaba.
El punto de ventaja es de oro, quizás valga el título. 
B S 

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