Ya es historia


Dos nos discuten si uno tiene la motosierra, y sobre el final de la saga televisiva de R. R. Martín hay mucho que discernir, mucho por desenmarañar. La lluvia de ladrillos verbales será inevitable.

Se esperaba más, sinceramente, del punto final. Juego de Tronos deja huérfanos a miles de espectadores. Cierra después de ocho temporadas y un final que para nada fue de infarto. 

Juego de Tronos ha sido un fenómeno social. Se ha convertido en un lugar generacional que ha rebasado y colapsado todo lo imaginable. Las series son en la actualidad el opio del pueblo. Y Game of Thrones se lleva la palma, a los "ciegos". GOT ha eclipsado el universo audiovisual. Millones de seguidores de todo el mundo esperaban con ansia cada capítulo de esta octava temporada y miraban con lupa obsesiva cada fotograma. Han estado sobredimensionadamente pendientes, hasta el éxtasis, hasta lo cenutrio e insospechado, de esta última temporada y del último episodio, del adiós definitivo.

Ha sido una serie espectacular, revolucionaria, todo hay que decirlo. GOT ha contado con una trama fascinante, con una variedad tremenda de personajes, de familias, lugares, mapas y reinos, sin esconder el bastión del increíble impacto visual, con escenas y escenarios extraordinarios. Las disputas y las crudas negociaciones lo conectan con la política de nuestros días. A pesar de ser una saga de tintes medievales, tiene reminiscencias con la sociedad actual. Una serie llena de detalles y misterios, con historias paralelas abiertas o desencajadas (las profecías de Melisandre, con los ojos y los colores, o el pasado del Rey Loco, por ejemplo). En definitiva, ha contado con muy buenos cimientos, muy buenos atributos, con una producción exquisita, cuidada, fruto de un presupuesto tremendo, inabarcable, nunca antes visto, y posiblemente, algo que nunca veremos en el futuro. Al menos, no del mismo calibre y con la misma repercusión.

Yo me declaro seguidor, que no fanático. Intuía que el final, por la importancia y el seguimiento, iba a ser benevolente, un final feliz. También que no iba a contentar a todo el mundo, que saldrían replicantes y liquidadores, por activa y por pasiva, de debajo de las piedras, para dejar inundado de ruido negro las RRSS. Algo previsible, por otra parte. Y salvo algún retal, así ha sucedido. Juego de Tronos se despide con un final bastante descafeinado.

La serie cierra algunos de los hilos de las principales tramas por K.O. y otros regularmente. Para empezar, deja a Cersei, a la grandísima hija de puta, con una muerte dulce, romántica e inmerecida, bajo el amparo de los brazos de su hermano y amante Jaime (¿en qué estaban pensando los guionistas?). Se echaba en falta un último careo de Cersei con Arya. Khalessi muere por pardilla, incongruentemente, por creer en un amor romántico e imposible con Snow. Pasa de arrasar a fuego el feudo de los Lannisters, después de sucumbir a las paranoias que la dejaron fuera de órbita, ciega de ira y venganza, a abrazar y pedirle fidelidad a un Jon Snow superado, con los ojos de una inocente enamorada adolescente. Tremendo también. Arya se despide para darse a la aventura y descubrir América (un personaje con una potencia tremenda, el personaje que desde el principio a mí más me ha gustado, y que en la serie, salvo cuando se carga al jefe de los Caminantes Blancos, y con ello, a todos los Caminantes Blancos, y salva a la Humanidad, que no es poco, no ha tenido demasiada repercusión). Tyrion, que deja varios monólogos interesantes antes del pitido final, termina donde empieza, siendo consejero real. Su juego de sofista y estratega, le sale a pedir de boca. Sansa, por inercia, termina como Reina del Norte. Jon Snow, que en esta última temporada, prácticamente se la ha pasado mirando el paisaje y el horizonte como si hubiera perdido las gafas, con desidia, hablando con una voz grave y desganada, como si se hubiera sobrepasado con los ducados negros. No alienta a los suyos, no actúa. Mantiene un rol pasivo, poniendo la cara de palo/perdido/Fran Perea ante Khalessi, a la que termina acuchillando, por el bien del mundo, sin querer. Tras varios escuetos dimes y diretes termina ajusticiado por asesinar a La Madre de los Dragones con una cadena perpetua extraña, obligado a permanecer de por vida con los Guardianes de la Noche (aunque luego descubres que se va con los salvajes, junto a Tormund (que no se lleva el gato al agua con Brienne), sin que eso suponga una tragedia mayúscula). Y por último, el personaje favorito de nadie, Bran (ese personaje que se ha pasado siete temporadas sentado en la mesa camilla) como colofón final (si es que colofón y Bran pueden ir de la mano, que yo creo que no), que termina reinando sobre Los Siete Reinos. El visionario, hombre de pocas palabras, aunque siempre con la palabra justa y certera (ha ahorrado mucha saliva) destaca y sobresale al final, dándole sentido pleno a sus peregrinaciones y a sus alucinaciones. Lo sabía todo (pasado, presente y futuro), y cuando el trono cae en sus manos (dejando mil y una contradicciones por el camino) de manera natural, el último en sorprenderse es él.

Habría que recalcar que las dos últimas temporadas (la séptima y octava) no siguen ni la lógica ni el ritmo de los libros. Durante las seis primeras temporadas estuvimos acostumbrados a ver cada palabra de las negociaciones y contranegociaciones, la política, la tensión, las cloacas, las escaramuzas, los trapos sucios y las venganzas. Había más diálogo, más concepto, más literatura, más suspense y crudeza y genio, menos acción. En las dos últimas el ritmo se aceleró asombrosamente. La serie se desnaturalizó, con matices. Los acontecimientos, las guerras, el fuego, los dragones y los Caminantes Blancos, pasaron a copar la pantalla. La serie, en los tramos finales, fue dominada por la acción turbulenta, improvisada, impactante. Game Of Thrones pasó a ser más Hollywood y menos George R. R. Martin.

Se nota claramente que ha sido un final acelerado, ajetreado, improvisado, con premura, que salva las apariencias, los muebles. Aunque el final del propio Martin, según sus palabras textuales, no está tan alejado de lo que ha ocurrido.

No digo que todo esto haya sido un error, una catástrofe, una guerra nuclear, porque de hecho, pasaron a un formato más comercial; menos enredo y más dragones. Apostaron por el impacto visual, por el puro entretenimiento, por el negocio. Y para gustos los colores. Tendríamos que puntualizar también, que en la cuarta temporada, especialmente, para mí, la serie entra en un periodo de estancamiento, sin olvidar que ciertos personajes se estancan y apenas evolucionan durante varias temporadas (Arya, Khalessi, Bran, por poner). Por tanto, tampoco creo que estas dos últimas temporadas hayan sido las peores de la saga.

La primera temporada, que se te hace un poco caos con tantos personajes y reinos, acaba con la muerte de Ned Stark ("Fire and Blood"). Una decapitación tremenda y simbólica que flotará por las siguientes temporadas. La segunda termina con "La Batalla de Aguas Negras" ("Blackwater") y la posterior victoria de los Lannister. La tercera desemboca en el río de sangre de "La boda roja" (en el episodio "The Rains of Castamere"), un capítulo impresionante que deja trascendentales consecuencias. En la quinta y sexta temporada, el nivel sigue siendo tremendo, los finales impactantes ("Mother's Mercy", en donde se produce el ultraje máximo a Cersei; y "The Winds of Winter", cuando se cambian las tornas y Cersei culmina la mayor de sus venganzas. Además, los Caminantes Blancos comienza a recrudecer su cruzada hacia el sur). 

La última temporada también nos ha dejado varios capítulos increíbles, nucleares, emocionantes. "La larga noche" ("The Long Night"), con los dos primeros capítulos preliminares, de calentamiento ("Winterfell" y "A Knight of the Seven Kingdoms"), es un capítulo que rompe y que crea una entretenida atmósfera de desconcierto y agonía de la batalla con el ejército de los Caminantes Blancos. A mí particularmente, me encantó. También creo que el desenlace del quinto capítulo, "The Bells", tiene mucha pegada. Cersei reta a Khalessi, pensando en sus debilidades y en su bondad. La salvadora y liberadora de los pueblos oprimidos no se atrevería a llegar hasta las últimas consecuencias. Ese era el planteamiento de la bella, ambiciosa y egoísta Cersei. Khalessi venía de perder a uno de sus dragones, y a Melissandei (Montaña, bajo el mandato de Cersei, le corta la cabeza), y su historia con Snow acaba en una encrucijada sin salida por los problemas de incesto. Pierde completamente la cabeza, y arrasa, literalmente, con todo, con Drogon. No deja títere con cabeza. Acaba vencida por una locura vengativa absoluta, algo que la conecta directamente con su antepasado, con El Rey Loco, que devastó Los Siete Reinos, sin piedad, con el fuego de los dragones. La historia se repite.

Creo que este habría sido un gran final, porque un buen final no es bueno por ser feliz o amable. En la serie GOT han rodado cabezas sin miramientos. Los reinos más fuertes y astutos, han pisoteado a los débiles e ingenuos. Como en toda guerra, ser bueno, e incluso, ser justo, en una disputa, sin un ejército potente, no sirve de nada, te obliga a arrodillarte.

Para muchos, Juego de Tronos es la mejor serie de la historia. Esto lo dice todo. Yo creo que es una serie fantástica. Esta última temporada nos deja capítulos soberbios, momentos estelares. El final es bastante decepcionante, pero no le quita el mérito a la temporada en particular y a la serie en general. Durante las ocho temporadas ha tenido un nivel notable, con cotas sobresalientes. Nos ha entretenido enormemente. Con todo eso hemos de quedarnos.

Juego de Tronos ya es historia.

B S

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