Conversaciones (I)
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CONVERSACIONES (I)
Sevilla,
25 de Octubre del 2008
―¿Cómo te va todo por allí? ¿Cómo te las
apaña? ―dijo la madre, con controlada emoción.
―Bien, la Facultad está cerca del piso, a
diez minutos andando. Diez minutos en Sevilla es la gloria. Sevilla es una
ciudad enorme, grandiosa. Siempre llevo un mapa, por si acaso, nunca se sabe. Esto no tiene
nada que ver con el pueblo. Hay un ambiente soleado, intelectual, internacional.
En Sevilla hay mucha vida cultural, muchos conciertos, e incluso un festival
europeo de cine. Además, la Universidad se encuentra en un edificio histórico, en la
antigua fábrica de tabaco, en pleno centro. Tiene quinientos años de historia,
mamá. El edificio está rodeado por unas fosas. Antes había cocodrilos ahí para
disuadir a los posibles ladrones de tabaco.
Breve
pausa para reconsiderar las cosas. La madre dejó el
móvil en el pollo de la mesa. Solo escuchó la primera frase de su hijo. Se ha llevado un bocado de algo a la boca.
Rumia entre dientes que le falta sal. Vuelve a coger el móvil para atender a la conversación.
―Diez minutos es lo que tardas en llegar a
Los Ángeles desde casa, o al regacho…
―dijo con la boca llena―. Al regacho se
tarda menos, creo…
―Ya mamá, pero eso ocurre en el pueblo,
aquí para moverse de una zona a otra hay una enormidad, tienes que coger
autobuses. Esto es inmenso, hay ocho carriles en según qué calles, incluso, y las
líneas de autobuses son abrumadoras. También tiene metro, pero es un sin dios, no conecta muchas zonas importantes de la ciudad. Una marrufería. El alcalde tiene cara de buldog francés.
―¿Ocho carriles? Creo que estás
exagerando. No existen las ciudades con ocho carriles. ¿Qué has comido? Todos los alcaldes tienen cara de buldog francés. También
aquí tenemos autobuses. Uno. La línea 1. Te puede dejar en el polideportivo, en
la el quicio de la calle Real, en La Piedad, e incluso en Las Mercedes. Juanito,
nuestro anciano vecino, lo coge para ir a visitar al médico, en su visita
semanal, algo que hace por hipocondrismo y aburrimiento. A veces lo coge para
ver los paisajes y las calles del pueblo, simplemente. Lo suele coger en la calle
Mérida, se sienta, y cuando el autobús hace la ruta completa, y vuelve a la calle Mérida, de nuevo, se baja. Hay días que se queda dentro y da dos vueltas completas. Un quehacer diario más. El conductor, le ha dicho, alguna que otra vez, que no puede montarse
para no ir a ningún sitio, que el autobús no es un cacharrito de feria. Juanito le replica que se vaya a cagar.
―Bueno, no importa. ¿Tú qué tal estás?
―Por aquí todo bien. Tu padre hoy ha
vuelto a tirarle el mando a distancia al televisor después de que saliera
Zapatero diciendo que no hay crisis. Ya sabes… no lo aguanta. Mañana
tendrá que ir a comprar otra tele. Ha tenido que bajarse al bar para ver el
partido de fútbol. No ganamos para teles, hijo. No fumes drogaporros y estudia
mucho. ¿Qué has comido?
―Ya sabes que no fumo. Aún estoy
tramitando las asignaturas, mañana echaré la matrícula. Creo que todo irá bien. Como dicen, Sevilla tiene un color especial. Llevo
dos semanas yendo a clases y me encanta. Todo me resulta fascinante.
―Sé que fumas, porque tu ropa huele a
veces a tabaco. Y si no es tabaco, es cachimba de esa de las gordas. Los jóvenes os abrazáis muy rápido a todo los venenos, ¡a todos! O a lo que
sea. En fin... Te has dejado varios mecheros por tu escritorio. ¡Ah! Por no hablar de los
paquetes de tabaco que escondes en los cajones, con pitillos dentro. Qué te
crees ¿que he nacido ayer?, ¿eh?, ¿que no tengo olfato? ¿Qué has comido?
―Pues he comido lentejas.
―Lentejitas ricas, qué ricas ―dijo la
madre, henchida de emoción―. Bueno, te dejo que
tengo que preparar la cena. Un beso.
―Un beso.
B S
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