Se nos escapa
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Se nos escapa
La Eurocopa se
pasea a estas horas por Lisboa. Portugal conquistó ayer, inesperadamente, su
primer título internacional con un fútbol remolque, de bostezos, sin
engranajes, con frecuentes pases ―sandías― a la Torre Eiffel, sin dominar ni un
partido, con Morfeo de guía, dejando a Francia anonadada, anegada, cara-larga. Portugal parecía firmar un empate a cero, que
pasara el tiempo, que se ventilara todo en los penaltis. Pausar el juego cuando
no tienes juego es una estratagema astuta, aburrida, sí, soporífera, lo que
quieras, pero inteligente. La cenicienta lusa puso arrojo, defensa militar, y
con un armario limitado, escueto, ha logrado transcribir la historia gracias a
un prorrogado gol de un desconocido e inexistente Éder ―el 9, según el dorsal― con
un latigazo desde fuera del área, que dejó inservible la estirada del meta francés
Lloris, que dejó a París cabizbajo, enmudecido, consternado, y a Lisboa en éxtasis,
con las calles en orquestados desmadres.
Portugal solo ha ganado un
partido en esta Eurocopa durante los primeros 90 minutos ―en semifinales,
contra gales, por 2-0―. Aquí queda todo dicho. Como ocurre tantas veces en el
fútbol, no gana siempre el mejor equipo, el que más se lo merece, el mejor
plantado, el más ordenado en el césped, el que juega con estilo, gracia, o
encanto, o el que más corre… sino que el quid siempre reside en meter más goles
que el adversario. Así de simple y de enrevesado. La crueldad también es bella.
Te quedan dos opciones en el manual de estilo para jugar, según la valoración
de tus recursos y de tus jugadores, construir o deconstruir ―Iniesta,
construye; Simeone destruye, para que nos hagamos una idea―. Portugal no tuvo
fútbol, pero tuvo defensa, supo deconstruir, con Pepe, con Renato Sanches, con
Joao Mario, con un portentoso Rui Patricio. Además, Portugal contaba con algo
de pólvora arriba con Nani y Quaresma, y sacaba los arpones de vez en
cuando para dar algún susto, porque son jugadores con clase. Portugal supo
esperar su oportunidad, su contragolpe. La defensa de Portugal, junto a su portero, fue
descomunal. Sin embargo, Santos, el entrenador portugués, no se amilanó, contribuyó en la victoria
al apostar por la valentía, por darle valor al ataque, y no cambió sus planes después de que perdiera a su
estrella Cristiano en los primeros minutos tras una falta de Payet que pasó
desapercibida para el árbitro.
Mientras tanto, Francia,
Deschamps, insistía en un planteamiento basado en la defensa y en la física. Griezmann
tuvo fases destacables, con remates, intromisiones, proponiendo. Un continuo
dolor de cabeza para la zaga portuguesa. Sissoko mostró su poderío físico, al
igual que Evra o Pogba, pero faltaba siempre una pizca de temple, de control, de
técnica y cabeza. La mejor ocasión, sin embargo, estaría en las botas de otro
desconocido, un tal Gignac, que juega en la liga mexicana, que a escasos metros
de la puerta lusa, tras recortar a Pepe, extraordinariamente, estrelló el cuero en
la madera, cuando, por la misma tabla de tres, podría haber acabado en la red. Deschamps
se dejó llevar por los acontecimientos pasados y por la supremacía del equipo
galo, dejando actuar a la inercia, que estaba a su favor. Mereció más Francia, sin
duda, porque hizo más mérito para ganar.
Francia queda subcampeona,
con la espina de perder ante sus ciudades engalanadas. Había solventado en
semifinales a una Alemania que le pasó por encima, que lo barrió del campo, del mapa, y de todo lo que hiciera falta, y gracias a un inesperado regalo, a un milagro, gracias a una melonada de Bastian
Schweisnteiger, cometiendo un penalti tan desatinado como ridículo,
los blue pescaron billete para la pista de baile de la
final. Allí esperaba una Portugal que infundía respeto, pero no miedo. Además, la pugna era
en casa, en París. Tuvieron todo de cara. Portugal les dejó aguada la fiesta, como
Grecia, hace doce años, se la dejó a los lusitanos. Está bien que se equilibre
la balanza.
Se acabó la Eurocopa, España
deja su leyenda atrás y entramos en sombras otra vez. Toca reconstrucción, y no solo de puertas para adentro. Sin
embargo, mientras el fútbol sea fútbol, parece que seguirá la certeza de que el
factor suerte pesa más de lo que nos creíamos, que se nos escapa.
BS
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