Kobe Bryant, Cualquier Cosa
Kobe Bryant, Cualquier Cosa
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Kobe Bryant |
Hoy Kobe Bryant ha pasado a ser
carne de leyenda. Ha jugado su último partido en el Staple Center de Los Ángeles,
el mítico templo argelino, al que ha dado vida y al que ha hecho vibrar en tantas y tantas noches de gloria. Ha sido una despedida colosal, antológica. Un adiós de altura, un hasta siempre, un ahí queda eso para la posteridad. Ya no volverá a vestirse en corto. Kobe se marcha del baloncesto por la puerta
grande, dejando la miel en los labios, con un último baile, un último partido refrendado con 60 puntos. Lideró la
remonada, la última victoria para el equipo de su vida, para los Lakers, para inmortalizar la última gran noche, superando a los Utath
Jazz por 101-96. Un colofón merecido.
Hace veinte años, curiosamente,
Kobe debutó en la NBA, cuando los Bulls de Jordan batieron el récord de
victorias en una temporada. Hoy, esta última madrugada, curiosamente, los Golden State
Warriors han batido aquel registro, de la divina mano de Stephen
Curry, con 73 victorias y 9 derrotas en la fase regular, superando las 72 victorias del temporadón
de los Bulls de 1996. Aunque los Bulls consiguieron seis anillos NBA, que es el
objetivo que le da sentido a los bailes de cifras. La historia no para; ayer fueron los todopoderosos Bulls de Michael Jordan; le siguieron los fantásticos Lakers de Kobe Bryant; y en el presente arrasan, desde San Francisco, los colosales Warrios, con un entrenador que formó parte de aquellos Bulls de Jordan, Steve Kerr, y que cuentan con un meteórico Stephen Curry que de triple en triple está firmando el Estado de Gloria, la Nueva Era, dinamitando la NBA.
Cuando Kobe Bryant inauguró su
andadura baloncestística Michael Jordan y sus Chicago Bulls aún domaban la NBA,
por aplastamientos. Debemos retrotraernos a 1996. Hace veinte años un
desconocido Black Mamba inició su capítulo propio en el
baloncesto. En su juego convergían dosis generosas de asombro y descaro. Un auténtico bad boy destinado a la regeneración de unos Lakers que,
desde que perdieron al Magic Johnson,
deambulaban por las canchas con más pena que gloria. Kobe llegó sin modestias,
desde el instituto, pretendía comerse el mundo, y le propinó un mordisco feroz. Lo consiguió a
través de su juego dinámico, travieso, de eslálones jordianos, triples y mates.
Con el tiempo fue aparcando su desenfreno inicial, pero no cesó su descaro, sus
asombrosas anotaciones. Pasó a consolidarse como figura hegemónica en el Mundo
Baloncesto, ganándose los galones y el respeto. Se convirtió, a falta de
Jordan, en el nuevo icono de la NBA.
Toda una vida en el basket, veinte años… cualquier cosa.
Kobe decidió apartar su baloncesto, dejarlo a un lado, hace unos meses. Los partidos de los Lakers se convirtieron desde entonces en una gira de despedida, a lo Rock Star. Kobe cuelga las zapatillas en buena hora. Los Lakers llevan
varios años sumidos en un laberinto, en una crisis de juego y resultados. El
propio Kobe, tras largas lesiones, ha sido de los primeros en reconocer que ha perdido su predominio y su influencia en
los pabellones. La escuadra argelina carece de pesos pesados, de espíritu, de orden. Se encuentran en un
periodo inevitable de recomposición, en un nuevo reinicio. Revolotean actualmente en el lado
oscuro, a la deriva; son el segundo peor equipo de la NBA. Kobe deja
incluso de lado su último suculento año de contrato para la temporada 2016-2017. Además, le venían dando los periodistillos a base de
bien, desde hace tiempo. A la hora del boxeo, nadie recuerda el pasado. El mundo
del deporte vive del presente, y no hay ayer que valga.
A pesar de todo, el repertorio de
Kobe es extraordinario. Kobe ha brillado como pocos jugadores. Se lleva a casa una carrera de espasmosos registros y de grandes éxitos. Desde el inicio, la
comparación con Michael Jordan le resultó inevitable. Los dos eran escoltas, con alturas
similares, y movimientos de juego calcados ―si es que es posible tomarle las
medidas al Dios Jordan―, en donde interactuaba ese swing tan distintivo y carismático jordiano de
paso en falso, amago y tiro en suspensión. Los dos cracks, coincidieron en el
All-Stars de 1998. Ese año los Bulls consiguieron su sexto y último anillo. El
fin de una era dorada se cruzaba con el inicio de otra aurea. Un movimiento
viral y un tanto mórbido de los medios colocó a Kobe en el fuego cruzado, en
esa búsqueda desesperada, en esa necesidad acuciante, para encontrar al
sustituto de Jordan ―como hoy sucede con Curry y LeBron―. El
argelino siempre odió las insistentes comparaciones, supo soltar el lastre, marca su camino.
En febrero, Kobe jugó su 18º y último All-Stars. Toda una carta de presentación. La fiesta de
exhibiciones de las estrellas NBA sirvió, una vez más, para homenajear, reconocer, y depedir, como se merece, a Kobe. Un último abrazo del mundo estelar del baloncesto, de sus colegas. Actualmente, su relevo, la nueva cúspide de la ola
baloncestística la retoman y la encontramos en genios tales como Stephen Curry, de los Warrios ―que
viene dibujando y asentando el principio de un nuevo tiempo―; Lebron James, de
los Cavaliers; Duran o Westbruck de
los Thunders; la vieja escuela de los Spurs; y otras tantas estrellas del aro que
continúan ―y continuarán― añadiendo páginas doradas a la historia del baloncesto.
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Kobe Bryant (14, 4, 2016) |
Los Lakers de Kobe remarcaron una
etapa triunfal. Consiguieron cinco anillos NBA, con Phil Jackson siempre a la
batuta, formando un dueto colosal y abrumador con Shakil O’Neal (2000, 2001,
2002), primeramente, y más tarde, en compañía del inigualable Gasol, con el que
ampliaría el repertorio, en su etapa de madurez, con dos anillos más (2009-2010). Fueron subcampeones
en dos ocasiones (2004 y 2008) ―aunque del subcampeón, nadie quiere acordarse,
por desgracia―. Deja su mejor destello para la historia, Su Partido, contra los
Raptors, de Toronto, en el 2006, donde se sacó 81 puntos de la chistera. Fue el
máximo anotador de la NBA en las temporadas 2006 y 2007, MVP en la temporada
2007-2008. Y se despide siendo el tercer máximo anotador de la historia en la NBA. Ahí queda eso. Kobe supo callar pabellones como pocos.
En los ochenta, la NBA cabrioleaba
al ritmo de los Lakers de Magic y los
Boston de Larry Bird. En los noventas, la NBA da un vuelco, sufre el espasmo;
la dinamita de los Chicago Bulls, con el consentimiento de Jordan, Pippen y
compañía. Vuelan, reinventan y revolucionan el panorama del baloncesto. El espectáculo
quedó asegurado ―la caja registradora, a rebosar, también―. Los Bulls, no
encontraron rival. Quedó para la posteridad, también, para coleccionistas, el
Dream Team, el elenco de estrellas, aquel combinado americano que se llevó de calle
el oro en las Olimpiadas de Barcelona 92. Siguiendo con el curso de los
acontecimientos, en la primera década del 2000, cuando se revise la historia
del basket, cuando se ponga la vista en el retrovisor, veremos que fue la década de los laureles de los Spurs, del
omnipresente Duncan, de la audacia argentina de Ginóbili, y de la finura francesa de Parker
―que continúan con la guerra―. Y también, sin lugar a dudas, será la década de Los
Lakers, del genio de Filadelfia, Kobe Bryant.
Kobe es ya un nombre propio, un jugador que ha
sabido interpretar la partitura en el parqué como pocos, a su manera, encestando,
fascinando, deleitando, sin desafinar cuando tocaba hacer el solo en mitad de la tempestad. Culpable de hacer saltar y enloquecer al Staple Centre ―alegrándole
las noches a Jack Nicholson, de paso―. Culpable de sellar la palabra increíble
en las bocas. Cualquier cosa.
BS
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