El clásico se repite
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Iniesta celebrando su golazo |
Vuelve la historia al trigo. Una
vez más, el gran espectáculo del fútbol,
el Real Madrid-Barcelona, acabó
en tragedia para los lugareños
blancos. El Barça
le pintó la cara a su
eterno rival. El cuadro merengue, desinflando,
desdibujado, en su propia
casa, encajó un 0-4
que le va a producir
indigestión a más de uno. Fue
suficiente con Neymar, Suárez
y buenas compañías. El
equipo blaugrana saltó al
césped sin Messi, con
el jefecito Mascherano que tuvo que retirarse, por problemas musculares,
a la media hora de partido. Y con lo dispuesto en la cancha, suficiencia,
controlando el Barça la trama, mimando la bola, mostrando una superioridad
palpable desde el inicio, pisando el área rival
con una naturalidad aplastante, y
todo el recorrido, en tercera marcha. No necesitó de más para
pasar ante un Real
Madrid dormido, sin garra, pasivo y estancado. Iniesta,
se fabricó un golazo antológico de su incombustible chistera, y fue
escoltado por los aplausos
de la afición merengue, rendido a
la magia manchega, tras ser sustituido en la segunda parte.
El Madrid
no dio la
cara, ni siquiera
lo intentó. Vimos indicios
de dejadez en el
partido de Champions frente
al PSG, y también
en el rapapolvo que
se llevó en el Sánchez-Pizjuán frente al
Sevilla, en el último encuentro
liguero. Tanto la defensa (capitaneada por un Ramos desconcertante), como
el medio campo madridista (sin encuadre), solo pudieron observar el recital
de pases, coberturas y
ofensivas abiertas de par en
par del equipo culé que se
removía sin sudores hasta la cocina de Keylor Navas. El conjunto madridista fue
un mero espectador. Solo levantó
los brazos en los primeros
instantes del segundo tiempo, cuando
el marcador apuntalaba un 0-2
insuperable, cuando era demasiado de noche. El Madrid ha perdido la
rebeldía y el arrojo que importaban
grande mitos todo-alma como el legendario
Raúl, jugadores que introducen sabia
de equipo, bloque, espíritu. El conjunto
blanco carece de estos
recursos vitales, y
no le quedó más
remedio que concebir
el ridículo, hacer de tripas su
corazón durante gran parte de la batalla perdida, soportando el vapuleo.
Este siglo
XXI pinta blaugrana,
los cruces entre los
dos portentos del fútbol universal, últimamente, más
que representar un “clásico”, es un
muestrario de la superioridad blaugrana que
lleva ya diez años
(con algunas excepciones,
por supuesto) dándose festines. Hace diez años Ronaldinho se
llevó la ovación de un Bernabéu rendido a
la perfección y a la sonrisa de la
samba carnavalera. Ayer, Iniesta, se llevó los aplausos en un
escenario conmemorativo similar, en donde, nuevamente, la afición
madridista tuvo que doblegarse
y pagar la cuota ante
la aplastante obviedad, ante la clase. Hace diez años que Iniesta debutó
en un gran derbi,
y curiosamente, hace diez
años también que un argentino desconocido,
que portaba el dorsal 30, y que ahora es el 10 del fútbol, sin discusión, realizó su
primera aparición en
el Bernabéu, dando visos
de lo que se
vendría encima con él. Desde entonces, en esta
etapa dorada del barcelonismo,
que es en gran
parte la etapa
de Leo Messi, el repaso está en
el abono, asegurado.
Benítez sucumbió a la presión mediática,
sacando un once
ofensivo y atrevido, con un Bezema
sin ritmo (y seguramente con la cabeza
en otras disquisiciones), un
Bale sin recorrido, un
Cristiano desaparecido, en decadencia, y un Kroos diluído. El
experimento le salió rana, fue insuficiente, aunque delegar en el
entrenador del Real
Madrid toda la responsabilidad de
este monumental fracaso
sería quedarse corto,
realizar un análisis de miopía
aguda. El equipo no puso el
sacrificio y el esfuerzo
necesarios en el terreno de juego. El Bernabéu pitó a su
presidente Florentino, entre otras cosas, porque su gestión está más centrada en
sacar billetes, vender camisetas, patrocinios, derechos televisivos, y
cuadrar las cuentas, que en sostener un proyecto deportivo
competente y comprometido, que tenga la
garra y el
coraje que se espera
de un equipo de este nivel. El Barcelona, que es un portento
económico de la misma tesitura, al menos
tiene una idea de juego,
basada en la
posesión, en la triangulación,
haciendo una gestión del partido, con
calma e inteligencia, con la
clase de excepcionales futbolistas, como los que conforman su escuadra, con la repercusión de canteranos que cohesionan al grupo,
consiguiendo así, una identidad fiable, estabilidad deportiva y generacional, regalando
años de gloria, y convirtiendo al Madrid, al eterno contrincante,
enfrentamiento tras enfrentamiento, en una broma, en un ejército desarmado, en
un monigote.
Clint Eastwood
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