Una imagen y todas las palabras



Una imagen ha valido más que todas palabras. La foto en la que un niño sirio de tres años yace sin vida boca abajo en una playa de Grecia ha abierto los ojos de la vieja Europa a la tragedia de la inmigración y la ha dejado sin palabras, sin aliento. Eso al menos han querido transmitir los que tantas veces han defendido las vallas y las puertas cerradas, aquellos que siempre han hablado de la ley de los papeles y visados. Pero se equivocan si barajan la situación desde ese lado, como si fuera un problema político interno en donde se debe repartir a los exiliados, asilados, por un lado, mientras cientos de policías vigilan las fronteras para que la situación no pase a desmadre por el otro. Nos encontramos con la mayor migración desde la segunda guerra mundial, pero se veía venir. Que nos no mienta con los muertos. Europa conoce los detalles, no sirve la careta de la ingenuidad, esconderse en los reproches, camuflarse en el mirar para otro lado. Existía demasiado humo, se escuchaban demasiados gritos en los más allá, en esos otros mundos, en esos otros conflictos que parecen existir únicamente en los telediarios, durante diez segundos, mientras rompemos por la mitad la barra de pan de nuestro placentero almuerzo. La guerra en Siria lleva marcando varios años en el calendario y no tenemos prácticamente dato alguno, salvo las imágenes subliminales de las ciudades derruidas; en Oriente Próximo y en varios países africanos el Estado Islámico empieza a marcar sus pasos a golpe de fusil y a dejar sin vida lo que se cruza por su camino, marcando un ritmo, una cadencia, bajo el yugo de lo totalitario, a sangre y violación, a fuego y represión. Habrá que mirar quién vendía armamento al dictador Bashar Al-Assad; quién estrechaba una mano y criticaba por la espalda; quién parlaba de "destrucciones masivas"; quién jugaba a ser paz y OTAN; quién ha radicalizado aún más los movimientos de Al Quaeda hacia un paso más allá, hacia la creación del grupo terrorista Estado Islámico; quién ha provocado mediante guerras inútiles, antojos que han escondido oscuros intereses, que en Irak, en Afganistán, allí en donde nos topábamos con un país de gobierno más o menos estable, también incierto e inseguro, nos tropecemos ahora con el caos, con el infierno, con tres pasos para atrás. Los gobiernos, entre unos y otros, no atinan a aclarar la mancha que los terroristas vierten en estos callejones complejos, no encuentran salida en este laberinto que conforma el mapa político del mundo actual.

   Párrafos de nada y doble de nada, para paliar la situación, desde los atriles europeos. Solo ahora, cuando los inmigrantes están llamando a nuestras puertas y nos piden ayuda y refugio, empezamos a ser consciente de que el problema también lo tenemos ya en casa, que puede afectarnos en nuestro día y día, que aquellas guerras lejanas en el tiempo y en el espacio estaban más cerca de lo que imaginábamos. Era cuestión de tiempo que la miseria y el ruido de los fusiles nos condicionaran. Ahora Europa se decide a contraatacar para que haya un punto final en Siria, y quizás en otros puntos. Esta quizás sea una nueva perspectiva en la política europea, un nuevo comienzo a golpe de intervenciones militares. Esta vez al descubierto. El último recurso político, cuando las palabras no sirven.

   La pobreza, la desgracia, siempre van a existir. Tenemos un espejo tras el mediterráneo donde observar como aprietan y ahogan las circunstancias. ¿Y por qué ahora Europa se ha decidido a intervenir? Me pregunto. Quizás sea por el desbordamiento, por esas miles de personas que emigran en columnas buscando una oportunidad y que son maltratados por los policías y alojados en campamentos improvisados, acinados, en condiciones infrahumanas. Ahora se les van de las manos. Se calcula que cerca de un millón de personas van a pedir asilo en Alemania. Europa ya está sacando la calculadora, echando cuentas, organizando y estableciendo las cuotas con los países miembros, a pesar de que algunos países se han negado en rotundo a cumplirlas.

   Seguramente los inmigrantes ignoran que Europa no está precisamente para tirar cohetes, aunque estoy seguro de una cosa, siempre será mejor que presenciar como las bombas devastan tu casa y a tus seres queridos.
         
                                                                                                                     Bruno Sánchez

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