Tengan un poco de respeto. También para los rusos, por favor



Hace unos meses se publicó en español un artículo de la periodista holandesa Ingeborg Beugel titulado Have some respect — also for the Greeks, please (en español: “Un poco de respeto -  también para los griegos, por favor”). La señora Beugel, que fue corresponsal en Grecia para la prensa de Los Países Bajos durante quince años, hacía entonces una llamada de atención sobre cómo se estaba humillando y machacando a los griegos desde hacía ya un lustro. Algo que no solo sucedía, según relataba, en los medios de comunicación, pues ese desprecio de todo lo griego que se promovía en la prensa había pasado también a la vida cotidiana de los holandeses hacia los helenos, lo cual ilustraba con varios ejemplos[1].
            Es difícil saber si en España se ha llegado a una situación tan extrema como en Los Países Bajos con respecto a Grecia, pero lo que sí se puede afirmar es que en el caso de Rusia, si aún no hemos llegado, vamos viento en popa en esa dirección. En la prensa española descalificar a Rusia se ha vuelto un lugar común. Se hace constantemente y con cualquier tipo de motivo. Si no es para descalificar a Rusia, simplemente no se informa. Basta con hacer una búsqueda rápida en El País digital introduciendo la palabra «Rusia» para deleitarse con un sinnúmero de titulares belicistas, peyorativos, doctrinales y, en definitiva, rusofóbicos.
            Esa es la Rusia que existe para la prensa española y esa es la imagen de Rusia que perciben sus lectores. Otra no interesa. Solo así puede explicarse, por ejemplo, que medios como El País hayan ignorado un evento que concierne directamente a España, el Año de la Lengua Española y la Literatura en Español en Rusia (inaugurado oficialmente el 27 de abril), porque no les interesa lo que pueda decir Darío Villanueva sobre la cultura rusa en Moscú[2]. La Rusia cultural, uno de los países con más número de lectores de media en el mundo, no existe en España ni en Europa. Aquí solo existe otra Rusia, y esta ha de ser vilipendiada día a día.
            La prensa española, a la saga de la europea y por supuesto de la anglosajona, ha dado en pensar que todo lo que se publica en Rusia es propaganda o está manipulado por el gobierno. De ahí que no tenga ningún valor lo que allí se escribe. Como la Rusia cultural no existe para ellos, y como deben de ignorar también que la prensa internacional llega a borbotones a los grandes núcleos urbanos del país, o que muchos de los principales artículos de la prensa internacional son traducidos al ruso para que los lectores tengan acceso a ellos en internet (un ejemplo para los incrédulos: http://www.inopressa.ru/), el así llamado «mundo occidental» (vaya uno a saber lo que es eso) ha llegado a la conclusión de que la inmensa mayoría de los rusos vive (oh, pobres ignorantes) en una inmensa mentira. Esta es la única explicación, claro está, para el «mundo occidental», de que el presidente de Rusia, Vladímir Putin, se haya mantenido tanto tiempo en el poder y, previsiblemente, vaya a seguir haciéndolo.
            Para regresar al tema ―y esquivar de paso el «asunto Putin», que daría para otro artículo―, hay que añadir que «descalificado el enemigo, solo vale lo que digo yo». Y más aún: «como el enemigo es muy malo, hay que hacérselo saber a todo el mundo». Por esta vía, la de los prejuicios sobre aquello de lo que se está informando, la prensa española ha caído en la peor de las faltas en que puede caer una prensa «seria»: falta de objetividad, falta de información o elipsis informativas, manipulación de citas o citas descontextualizadas y, finalmente, la incitación al odio y la ignorancia mutua entre los pueblos.
            ¿Les parecen exageradas esas últimas palabras? Para no cansarles les daré tan solo dos ejemplos en que la ignorancia y el odio promovidos por los grandes medios se han manifestado explícitamente: el primero es de un ciudadano medio español y el segundo de un reconocido intelectual.
            Recientemente, un funcionario de la Universidad de Sevilla (de la secretaría de la Facultad de Filología, para ser exactos) le espetó a una estudiante rusa con permiso de residencia español, la cual había ido a solicitar su título de máster, «que era normal que se hubiese ido a vivir a España, donde se vive muy bien, que en Rusia la vida tenía que ser horrible». Por supuesto, esto no fue tan solo una prueba de la «burbuja imaginaria» en la que siguen viviendo algunos funcionarios españoles, incapaces de ver cómo viven otros conciudadanos suyos, sino que resultó un insulto en la cara de la estudiante por la visión catastrófica, distorsionada e ignorante que el funcionario tenía de su país.
            El segundo ejemplo es el caso más triste que conozco de un intelectual que ha perdido su capacidad crítica por la influencia de los grandes medios de comunicación «occidentales» (esta palabra la pongo siempre entre comillas porque no me convence). Si fuera de España le pidiesen a algún reconocido intelectual que escribiese un artículo sobre  la última reforma educativa, y para escribirlo se fuese al Ministerio de Educación a hablar con el Señor Wert y se basase única y exclusivamente en lo que este le dijese sobre el asunto; los rectores de las universidades españolas y el resto de intelectuales de este país se llevarían las manos a la cabeza por su falta de objetividad crítica, por haberse basado tan solo en una de las partes implicadas y por dar una visión sesgada de la realidad. Pues bien, esto es exactamente lo que hizo Mario Vargas Llosa en su artículo «Ucrania: la pasión europea» (en El País, el 30/11/2015).
            Como Vargas Llosa ya tenía las ideas claras antes de escribir sobre Ucrania, se fue a la parte oeste del país para verificarlas. Y claro, ¿qué le iban a contar allí? Pues lo mismo que le diría el Ministro Wert sobre la reforma educativa: «¡Que está de puta madre, hombre! ¡Que esto mejor no puede hacerse! Pero claro, es que tengo que luchar contra esos jodidos opositores!» Y así fue... Así fue como Mario Vargas Llosas perdió toda objetividad sobre el asunto, olvidó pasarse por Donetsk o Lugansk (¿para qué?, ¿para qué le mintiesen?), y olvidó que el juicio crítico nace de conocer las distintas versiones de todas la partes implicadas, que no se puede fiar la verdad exclusivamente al hombre que controla el poder y sus secuaces, y que un intelectual no debería escribir nunca movido por el odio y la ignorancia, que es precisamente lo que destila y promueve su artículo: un odio feroz hacia el pueblo ruso y una ignorancia total de su cultura e historia.
            ¿Que Bulgákov es un escritor ucraniano? ¿A qué grado de sumisión ideológica ha tenido que llegar alguien de la talla de Vargas Llosa para divulgar así las manipulaciones históricas y nacionalistas de Kiev? Bulgákov nació en el Imperio ruso, escribió en ruso y se alistó voluntariamente al ejercito nacionalista ruso prozarista (el Ejército Blanco). Lo mire por donde lo mire, señor Vargas Llosa, Bulgákov tiene tanto de ucraniano como Kafka de checo (Nota histórica: Franz Kafka nació en Bohemia, en el Imperio austrohúngaro, era judío y escribió en alemán).
            En fin, es obvio que cada uno puede opinar lo que quiera, pero qué menos que ser conscientes de que ciertas opiniones, expresadas desde la ignorancia y los prejuicios, pueden ser insultantes (véase el primer ejemplo) e incluso peligrosas, promotoras de nuevos prejuicios e incitadoras al odio (véase el segundo). Por otra parte, si uno va a lanzar juicios definitivos de tales magnitudes, ¿qué menos que darle una oportunidad a la otra parte afectada e informarse al menos de cuál es su visión de los hechos?
            Al faltar al principio de objetividad informativa la prensa española, consciente o no, está colaborando en una campaña internacional de odio e ignorancia hacia el pueblo ruso, su gente y su cultura. Cada vez que se califica sin más al gobierno ruso como una dictadura autoritaria, o se afirma que es una de las grandes amenazas para la paz, o se les compara con el Estado Islámico o el ébola, millones de ciudadanos rusos se sienten ofendidos y agredidos. Tal vez sea necesario recordar que esos millones de ciudadanos votaron libremente a su gobierno y, aún hoy, lo apoyan. Ignorar este último dato y seguir fomentando la idea de que todo el pueblo ruso vive bajo una gran campaña propagandística (como se hace a diario, fomentando de paso la idea «Rusia igual a la antigua Unión Soviética», otra calumnia para los rusos) es insultarlos más y más y promover más el odio y la ignorancia.
            Por favor, no perdamos el juicio crítico ni el respeto.

Budapest
24/05/2015
Nogales Baena

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