Una joya de la literatura hispanoamericana: ‘Tres ataúdes blancos’


Como asiduo lector de la literatura hispanoamericana ha sido una suerte encontrarme con un libro como este. Una novela que, tras entrever el pulso con lectores y amigos, parece que ha tenido poca trascendencia por España. Pero ha sido Premio Herralde de Literatura en 2010. Y a pesar de los doce años de vida es un libro que está tremendamente vigente y Anagrama lo ha reeditado en una edición de bolsillo, en Colección Compacto, con una portada realmente espantosa y daltónica.

Tres ataúdes blancos es una novela inesperada que me ha causado una grata impresión. Un libro que narra la idiosincrasia de un don nadie que acaba usurpando, por lo civil y por lo criminal, la realidad de un personaje principal y vital en el entramado político opositor de un país llamado Miranda, que es un país prototípico, paradigmático y que podría representar a cualquier país hispanoamericano, con todas sus idiosincrasias reconocibles. Latinoamérica frente al espejo. Un país simbólico en que también asoma un presidente con sombras dictatoriales, Don Tomás Del Pito, que es un álter ego de plastilina, caricaturizado, conformado con los retazos de los presidentes reales más representativos de Hispanoamérica ―y no solo―, tan proclives a la corrupción, a los discursos populistas, a ocupar el cargo perennemente, y que, como ocurre a menudo, acaba ahogando la libertad de su propio país, utilizando con mano de hierro la censura, el matonismo, los abusos y las cunetas.

El inicio es impactante, truculento, pero verosímil. El autor, además, sazona con buen gusto las páginas de una angustia perpetua, incrédula. Una angustia que rompe y mezcla con un humor negro que corre paralelamente en el libro. Un contraste genialmente configurado que además sucumbe al simbolismo y a un surrealismo realmente curioso. La sátira política, que es cínica y directa, toma cuerpo con la crudeza siempre agónica de un narrador-protagonista; un contrabajista venido a menos, que gira sobre sí mismo continuamente, con una vida caótica; la vida de un ciudadano cualquiera de Mirada. Un país ficticio, y a la vez casi real, que como el personaje protagonista, cobra vida, y es incapaz de salir de la mediocridad por culpa del gobierno mafioso que lo dirige, y que, a pesar de los juegos sucios, es respaldado con el apoyo popular en las elecciones. Y esta pregunta casi retórica, ¿por qué votamos a políticos impresentables?, en la que encontramos miles de argumentos y respuestas, queda de nuevo en el aire, porque, paradójicamente, está visible y de cuerpo entero en casi todos los países actualmente, y en bastantes países acaban ganado, o han ganado, elecciones ―o son líderes de un partido que acaba formando parte de un posible gobierno―: Trump, Le Penn, Putin, Abascal, etc.

Es inevitable, por ejemplo, ver las semejanzas con el sistema político ruso, o con Venezuela, o México, sobre el funcionamiento asfixiante de estos países que ahogan a sus ciudadanos con las cadenas de la represión, la censura, la manipulación y, sobre todo, la pobreza.

Este sutil uso que hace Antonio Ungar con el narrador-protagonista ―es decir, la narración en primera persona—, posibilita la aparición de los monólogos interiores y que estemos siempre al tanto de lo que el protagonista piensa, percibe, y por tanto, del imaginario subjetivo que el protagonista hace de su lamentable vida y de su lamentable país. Y en este caso particular, resulta extremadamente atractivo el uso que hace de este estilo narrativo y de cómo configura las atmósferas que sojuzgan la novela.

El escritor colombiano Antonio Ungar ha perfilado una obra con mucho subtexto. Una novela que consigue ser por momentos universal, por la manera con que nos narra esta historia en donde vemos y sentimos también la realidad política y los conflictos políticos de nuestro día a día. Todo aderezado con un lenguaje agónico, humorístico, que trastea también lo subversivo y surrealista.

BS

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