La victoria del egoísmo y la derrota de la responsabilidad

 El caso de Ana Obregón se está convirtiendo en un Black Mirror en toda regla, como comentaba Verónica Fumanal en la SER. Su maternidad resulta que no es tal, sino que será la abuela de la niña y que el padre de la bebé es su hijo fallecido, Aless Lequio. Ver para creer. Y todo este asunto se ha ido retransmitiendo y engordando desde que salió del hospital, desde el minuto cero, con los cámaras debidamente colocados. Lo que demuestra que se está orquestando un bombardeo mediático con este caso, con las fotografías de la prensa del corazón y con los artículos y exclusivas de Obregón, que deja un sinfín de interrogantes en el aire. Y esto está provocando que su bebé de gestación subrogada salga en todas partes, que cope las redes, que cada día salte una nueva primicia y que ya conozcamos incluso a la madre biológica. Probablemente, a estas horas, todo el capital invertido por parte de Obregón en la bebé quizás no sea ni un uno por ciento de lo que se está llevando con las exclusivas, porque la expresentadora está abriendo las manos a los emolumentos... y lo que queda.

La primero que deberíamos recordar es que Ana Obregón lleva viviendo en el luto desde que murió su hijo, en el 2020, y que el dolor ante una tragedia así te destroza la vida. Eso nadie lo niega, es incuestionable. Lo que sí es cuestionable es la deriva de este dolor. Parece evidente que en ella latía un estado mental, si no depresivo, incapacitante para según qué responsabilidades, sumida en un estado de soledad y pseudodepresión, como ella misma ha comentado recientemente, junto a los achaques de los setenta y dos años de edad. Por tanto, la decisión tomada por su parte unilateralmente carece de la reflexión crítica, lúcida, necesaria, porque dicho estado vital y mental te mengua las facultades. Y para ser madre, o hacer de madre o abuela de un bebé, se requiere una dedicación absoluta. Se necesita madurez, certezas, estabilidad emocional, paciencia y de una situación familiar sana y estable. Y por la deriva de la protagonista, este bebé adquirido en Estados Unidos por un precio prohibitivo, es un acto egoísta, que solo satisface a la primera persona del singular, y es un asunto cargado de contraindicaciones y contradicciones, por su edad y por su situación emocional. Un gesto egoísta que desenmascara una terrible inmadurez emocional, falta de empatía, de perspectiva y de responsabilidad ante el tramo vital por que transita. En definitiva, en este caso, como en tantos otros, ha ganado el egoísmo a la responsabilidad.

El asunto, además, tiene frentes legales incuestionables, porque Ana Obregón no podría ser madre por su edad y no podría adoptar un niño con sus condiciones en cualquier país serio y democrático, en donde se respeten y validen los derechos. Y parece que hay una diatriba clara, la que existe en cómo Ana Obregón ha conseguido a la bebé, y habría que plantearse hasta qué punto a esa persona, a ese bebé, se le están arrebatando sus derechos como persona y su futuro, porque por lo pronto va vivir sin el anonimato pertinente ya que la madre la está sacando a las cámaras como si fuera su juguete nuevo y dentro de unos años la niña quedará huérfana de abuela, sin padre ni madre a la vista, y veremos entonces, en su vida, que va camino de interpretar El Show de Truman por culpa de la prensa y de su madre, si no se convierte entonces en un nuevo juguete roto. 

La reflexión que debemos hacernos como sociedad no es baladí, porque debemos ser conscientes de nuestras limitaciones y que nuestros derechos no pueden llevarse por delante los derechos de otras terceras personas, y aquí, en una quiebra del sistema, una persona gesta durante nueve meses a un bebé —que ya de por sí es una situación compleja, física y emocionalmente—, para dársela a otra persona por una cantidad de dinero, de otro país, en donde nunca podría ser madre con la legislación vigente por sus circunstancias y edad. Con lo cual, la bebé ha quedado desprotegida de sus derechos, de tener una familia estructurada, después de que Obregón cruzara este laberinto de trampas, manos, leyes y países. 

Estamos dejando un mensaje que es extremadamente peligroso; en este mundo capitalista se puede corromper la palabra libertad con el dinero; una persona puede satisfacer su deseo, en perjuicio de otra, o de otras, porque el sistema le permite ponerle precio a su deseo con la condición de que la otra persona acepte —mercadeando, en este caso, con los recién nacidos—. Y esto sucede porque hay un evidente desequilibrio; una situación de dominio económico, por una parte, y una situación de vulnerabilidad, por otra. 

BS 

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